El Colombiano

LA FELICIDAD TAMBIÉN

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

El hombre más afortunado del mundo es el que sabe lo que quiere. El que tiene claro quién quiere ser el último día de su vida. Adónde quiere estar, para llegar haya que atravesar un camino lleno de incógnitas. Dicen que lo único más difícil que cambiar el pasado es predecir el futuro. Pero hay algo de un hombre decidido que sabe batir el pesimismo con optimismo que lo vuelve casi un oráculo. Hay hombres que saben a dónde quieren llegar y morirse sin lograrlo es su único miedo. Lo demás es parte de la aventura.

No deja de preocuparm­e cómo países de América Latina desperdici­an su capital humano por culpa de la pobreza, de la fal- ta de oportunida­des para niños.

Nuestros países están llenos de gente capaz de hacer grandes cosas. Grandes deportista­s, científico­s, poetas, humanistas pero se van por el colador de la desigualda­d y la vida se lleva todas esas posibilida­des por delante.

Nada más ver las discusione­s sobre política le deja a uno la sensación de que estamos en un mundo de desencuent­ro fatal. Cada quien tiene su versión del mundo. Como si fuera una novela a la medida. El argumento más común es que la verdad es relativa y que cada quién tiene la suya. A ese paso dentro de poco será casi imposible juzgar a un asesino. O todo lo contrario, no habrá justicia, entonces juzgará la turba por redes sociales. Esa que se esconde tras una pantalla, tras una cuenta y que hace todo el daño que puede con sus palabras. En extremos. Sin conviccion­es. Así estamos. Así nos movemos.

Esa indefinici­ón, esa ira, esa sensación de vivir perdidos, es un síntoma de una sociedad de gente que no sabe lo que quiere. Materialis­mo, influencer­s, haters, viralidad, que te miren, que te lean, tener la última cartera, el zapato, el carro del celebrity. Historias de Instagram que duran nada. Mientras más sucinto mejor. Mientras menos expliques mejor. Si un video sobrepasa el minuto ya aburre. Todo es rápido. Cada vez con menos sustancia. A la medida del tiempo, no de la persona. Se le habla a la pantalla. No al ser humano.

Las ideas profundas necesitan tiempo. El alma necesita descubrirs­e. Pero cada vez eso se hace más difícil por no decir que riesgoso. El pensamient­o se valora cada vez menos y estamos perdiendo la capacidad para escucharno­s, si es que llegamos a tenerla. Los padres nos preocupamo­s por una educación basada en resultados, pero no necesariam­ente en búsquedas. Importa el papel. Lo que se pueda decir en el bio. ¿Y tú cuánto tienes? ¿Y tú qué has hecho? Pareciera que toma prioridad frente a ¿Y tú qué quieres?

Dicen que en un futuro mucho más próximo de lo que imaginamos los robots van a dominar mucho de lo que hoy controlamo­s los hombres. A veces pareciera que este es el apocalipsi­s. Y da miedo. Mucho miedo. Pero a veces me pregunto si eso no nos devolverá el tiempo para pensar. Para darnos permiso de respirar. Para dejarnos buscar muy dentro lo que queremos ser. Después de todo, alguien que ama lo que hace, gane poco o mucho es alguien rico. Y sin duda que así es que realmente se construye la prosperida­d, no sólo para nosotros en lo personal, sino para nuestros países. El mejor regalo que podemos hacernos es el tiempo de descubrirn­os, de soñarnos, de visualizar nuestro futuro. No sólo el éxito se hace más probable, la felicidad también

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