El Colombiano

LA CENA QUE RECREA

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Jesús arrullaba a la gente contándole parábolas. “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza, a un tesoro escondido en el campo, a una perla de gran valor”. Quienes lo escuchaban sentían lo inefable, que el que hablaba estaba haciendo de cada parábola una selfie verbal, su autobiogra­fía. El grano de mostaza, el tesoro y la perla eran el que hablaba, Jesús.

Joaquín Jeremías, gran estudioso de las parábolas, escribió con enorme entusiasmo: “Jesús no solo anuncia el mensaje de las parábolas, sino que lo vive y lo encarna en su persona: Jesús no pronuncia solamente el mensaje del reino de Dios. Él es, al mismo tiempo, ese mensaje”.

Como si con Jesús naciera el modo verdaderam­ente humano de ver el entramado de la vida cotidiana. La dicha, la mayor dicha acontecien­do en todo el que recibía su influjo bienhechor en su limpia intimidad. Lo propio de la oración, entendida como relación de inmediatez de amor con Él.

Jesús invita: “Dichosos los servidores a quienes el Señor, al venir, encuentre despiertos: yo les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno en uno, les servirá” (Lc., 12, 37). Él es el anfitrión, el que sirve, la cena servida y el que come con los invitados. Jesús no vive en el Reino de los cielos, Él mismo es el lugar donde vive, como lo sabía muy bien San Agustín: “Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”.

Jesús se despide con una cena. En una cena la transparen­cia afectiva vuela de corazón a corazón. San Juan de la

Cruz bien lo sabe: “La cena que recrea y enamora”. Magnífico verso que el mismo poeta comenta delirante. Jesús es al alma “la cena que la recrea, en serle fin de los males; y la enamora, en serle a ella posesión de todos los bienes”.

El Apocalipsi­s ( 3,20) dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno me abriere, entraré yo, cenaré con él y él conmigo”. Para el poeta místico, la cena que él trae consigo, “no es otra cosa sino su mismo sabor y deleites de que él mismo goza […] el efecto de la divina unión del alma con Dios”.

Jesús se despide con una cena para recrear y enamorar a los invitados ofreciéndo­se como comida y como bebida, máximo despliegue de su fantasía creadora, la de vivir anticipand­o el banquete celestial, en que la criatura será la cena del Creador y el Creador la cena de la criatura

Jesús se despide con una cena para enamorar a los invitados ofreciéndo­se como comida.

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