LA CENA QUE RECREA
Jesús arrullaba a la gente contándole parábolas. “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza, a un tesoro escondido en el campo, a una perla de gran valor”. Quienes lo escuchaban sentían lo inefable, que el que hablaba estaba haciendo de cada parábola una selfie verbal, su autobiografía. El grano de mostaza, el tesoro y la perla eran el que hablaba, Jesús.
Joaquín Jeremías, gran estudioso de las parábolas, escribió con enorme entusiasmo: “Jesús no solo anuncia el mensaje de las parábolas, sino que lo vive y lo encarna en su persona: Jesús no pronuncia solamente el mensaje del reino de Dios. Él es, al mismo tiempo, ese mensaje”.
Como si con Jesús naciera el modo verdaderamente humano de ver el entramado de la vida cotidiana. La dicha, la mayor dicha aconteciendo en todo el que recibía su influjo bienhechor en su limpia intimidad. Lo propio de la oración, entendida como relación de inmediatez de amor con Él.
Jesús invita: “Dichosos los servidores a quienes el Señor, al venir, encuentre despiertos: yo les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno en uno, les servirá” (Lc., 12, 37). Él es el anfitrión, el que sirve, la cena servida y el que come con los invitados. Jesús no vive en el Reino de los cielos, Él mismo es el lugar donde vive, como lo sabía muy bien San Agustín: “Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”.
Jesús se despide con una cena. En una cena la transparencia afectiva vuela de corazón a corazón. San Juan de la
Cruz bien lo sabe: “La cena que recrea y enamora”. Magnífico verso que el mismo poeta comenta delirante. Jesús es al alma “la cena que la recrea, en serle fin de los males; y la enamora, en serle a ella posesión de todos los bienes”.
El Apocalipsis ( 3,20) dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno me abriere, entraré yo, cenaré con él y él conmigo”. Para el poeta místico, la cena que él trae consigo, “no es otra cosa sino su mismo sabor y deleites de que él mismo goza […] el efecto de la divina unión del alma con Dios”.
Jesús se despide con una cena para recrear y enamorar a los invitados ofreciéndose como comida y como bebida, máximo despliegue de su fantasía creadora, la de vivir anticipando el banquete celestial, en que la criatura será la cena del Creador y el Creador la cena de la criatura
Jesús se despide con una cena para enamorar a los invitados ofreciéndose como comida.