DERECHOS HUMANOS Y DESARROLLO
Los derechos humanos han penetrado la lógica discursiva de muchos campos de la política en Colombia; pero el camino recorrido es más retórico que real o concreto. Hoy en día es difícil saber de qué están hechos los derechos tan mentados. A golpe de repetición y promesa, hemos vaciado los derechos de sus contenidos.
Consideren las promesas de desarrollo rural, en clave de derechos. Suena bonito el cuento, pero las promesas están lejos de concretarse.
Un enfoque de derechos robusto debería acarrear, al menos, dos ramificaciones significativas en la implementación de programas de desarrollo que supuestamente apuntan a la satisfacción de los derechos de los pobladores. En primer lugar, la incorporación de un enfoque de derechos debería promover “una redefinición de los objetivos de desarrollo en términos de demandas, deberes y mecanismos que permitan promover el respeto (de derechos) y determinar responsabilidades frente a su violación” ( Peter Uvin en Development in Practi
ce, Vol. 17, 2007, p. 602). Consecuentemente, el enfoque de derechos debería fortalecer la rendición de cuentas y enfatizar la responsabilidad pública.
En segundo lugar, este tipo de enfoque debería lograr que “los procesos que son utilizados para conseguir el desarrollo respeten y garanticen los derechos humanos. (…) (C)ualquier proceso de cambio que se promueva (…) debería ser participativo, responsable, transparente, equitativo, y estar basado en la equidad en la toma de decisiones y en la distribución de los frutos o los resultados del proceso” (Uvin, p. 603).
Ambas extensiones del enfoque de derechos conducen a una pregunta práctica: ¿cómo concretar las transformaciones? La respuesta recae en el campo de lo político: “si el enfoque de derechos implica el empoderamiento de grupos marginados, el combate a la opresión y la exclusión, y el cambio de las relaciones de poder, buena parte del campo de acción de esta apuesta dista del ámbito jurídico, y recae principalmente en el ámbito político” (Uvin, p. 604).
El ámbito político debería propiciar los cambios para que las necesidades y las demandas de las comunidades determinaran los objetivos de desarrollo; y debería alterar el status quo para que sectores discriminados y marginados sean tomados en serio en los procesos de decisión. La materialización de los derechos en el campo colombiano implicaría una verdadera revolución; pero, estamos lejos de esa senda.
En parte, por el fetichismo jurídico-formal (que es tan común en Colombia), los derechos se han tornado en artilugios para domar o domesticar los reclamos sociales. En vez de ser un medio para provocar cambios, los derechos se han convertido en un recurso teórico que aplaca el descontento social.
Los derechos humanos no se materializan por invocación, ni por decreto –ni mucho menos por promesa electoral. Se realizan mediante cambios sociales, políticos y económicos concretos. Sin embargo, la tendencia es a mantener las cosas como están: así, los marginados seguirán siendo marginados, y continuará aumentando el número de parias sin derechos en nuestro territorio salvaje y abandonado (tanto en el campo como en las selvas urbanas).
La brecha entre el Estado social de derecho –ese estado del que todos hablan y que parece que da de todo– y el Estado en la práctica que no responde a las demandas ni a los derechos más básicos de comunidades y sus miembros es cada vez mayor.
¡Desconsoladora situación, en momentos de tanta promesa de un mejor futuro, lleno de derechos!
Los derechos humanos no se materializan por invocación, ni por decreto –ni mucho menos por promesa electoral. Se realizan mediante cambios sociales, políticos y económicos concretos.
En vez de ser un medio para provocar cambios, los derechos se han convertido en un recurso teórico que aplaca el descontento social.