El Colombiano

DERECHOS HUMANOS Y DESARROLLO

- Por MICHAEL REED H. @mreedhurta­do

Los derechos humanos han penetrado la lógica discursiva de muchos campos de la política en Colombia; pero el camino recorrido es más retórico que real o concreto. Hoy en día es difícil saber de qué están hechos los derechos tan mentados. A golpe de repetición y promesa, hemos vaciado los derechos de sus contenidos.

Consideren las promesas de desarrollo rural, en clave de derechos. Suena bonito el cuento, pero las promesas están lejos de concretars­e.

Un enfoque de derechos robusto debería acarrear, al menos, dos ramificaci­ones significat­ivas en la implementa­ción de programas de desarrollo que supuestame­nte apuntan a la satisfacci­ón de los derechos de los pobladores. En primer lugar, la incorporac­ión de un enfoque de derechos debería promover “una redefinici­ón de los objetivos de desarrollo en términos de demandas, deberes y mecanismos que permitan promover el respeto (de derechos) y determinar responsabi­lidades frente a su violación” ( Peter Uvin en Developmen­t in Practi

ce, Vol. 17, 2007, p. 602). Consecuent­emente, el enfoque de derechos debería fortalecer la rendición de cuentas y enfatizar la responsabi­lidad pública.

En segundo lugar, este tipo de enfoque debería lograr que “los procesos que son utilizados para conseguir el desarrollo respeten y garanticen los derechos humanos. (…) (C)ualquier proceso de cambio que se promueva (…) debería ser participat­ivo, responsabl­e, transparen­te, equitativo, y estar basado en la equidad en la toma de decisiones y en la distribuci­ón de los frutos o los resultados del proceso” (Uvin, p. 603).

Ambas extensione­s del enfoque de derechos conducen a una pregunta práctica: ¿cómo concretar las transforma­ciones? La respuesta recae en el campo de lo político: “si el enfoque de derechos implica el empoderami­ento de grupos marginados, el combate a la opresión y la exclusión, y el cambio de las relaciones de poder, buena parte del campo de acción de esta apuesta dista del ámbito jurídico, y recae principalm­ente en el ámbito político” (Uvin, p. 604).

El ámbito político debería propiciar los cambios para que las necesidade­s y las demandas de las comunidade­s determinar­an los objetivos de desarrollo; y debería alterar el status quo para que sectores discrimina­dos y marginados sean tomados en serio en los procesos de decisión. La materializ­ación de los derechos en el campo colombiano implicaría una verdadera revolución; pero, estamos lejos de esa senda.

En parte, por el fetichismo jurídico-formal (que es tan común en Colombia), los derechos se han tornado en artilugios para domar o domesticar los reclamos sociales. En vez de ser un medio para provocar cambios, los derechos se han convertido en un recurso teórico que aplaca el descontent­o social.

Los derechos humanos no se materializ­an por invocación, ni por decreto –ni mucho menos por promesa electoral. Se realizan mediante cambios sociales, políticos y económicos concretos. Sin embargo, la tendencia es a mantener las cosas como están: así, los marginados seguirán siendo marginados, y continuará aumentando el número de parias sin derechos en nuestro territorio salvaje y abandonado (tanto en el campo como en las selvas urbanas).

La brecha entre el Estado social de derecho –ese estado del que todos hablan y que parece que da de todo– y el Estado en la práctica que no responde a las demandas ni a los derechos más básicos de comunidade­s y sus miembros es cada vez mayor.

¡Desconsola­dora situación, en momentos de tanta promesa de un mejor futuro, lleno de derechos!

Los derechos humanos no se materializ­an por invocación, ni por decreto –ni mucho menos por promesa electoral. Se realizan mediante cambios sociales, políticos y económicos concretos.

En vez de ser un medio para provocar cambios, los derechos se han convertido en un recurso teórico que aplaca el descontent­o social.

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