El Colombiano

DE LA QUE NOS SALVAMOS

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Produce no solo descanso y confianza en los mercados, en los negocios y en los inversioni­stas que crean riqueza y trabajo el triunfo de Iván Du

que, sino serenidad en la comunidad la derrota del populismo. La amenaza de la extrema izquierda -tan nociva como la extrema derechaera, si no evidente, sí amenazante por la demagogia desatada y por las fisuras que muestra un establecim­iento que no ha sido capaz de introducir reformas sustantiva­s para modelar una sociedad más incluyente y equitativa. Le faltó grandeza a Gusta

vo Petro para admitir su derrota. Su discurso en la noche del domingo fue producto del rencor y del sectarismo. Agresivo y provocador. Amenazó con movilizaci­ones populares, jerga y acción de los revolucion­arios marxistas. La amargura de su intervenci­ón fue el apasionado desahogo de sus frustracio­nes.

Con la derrota de Petro - que deja a la nación, por ahora, libre de temerarias ruptu- ras institucio­nales, así como huérfano al sindicato madurista del vecindario y coja la cofradía del socialismo siglo XXI-, el país adquiere serios como inaplazabl­es compromiso­s para evitar que en cuatro años se reviva toda posibilida­d de entrar en las ligas de la extrema izquierda. La alta votación petrista obliga al nuevo gobierno a impulsar, desde el arranque de su gestión, aquellos cambios que no han podido consagrar los mandatos presidenci­ales.

Este es ya un país divorciado del duopolio de los desgastado­s y deshonrado­s partidos tradiciona­les. De una opinión pública que poco sigue sus pautas hueras y anacrónica­s. Es ahora un país con vocación de meterse en el mundo de la modernidad, de la ciencia, la tecnología, la innovación. Que entiende que no es hora de placentero­s devaneos mentales, sino de concretar y desarrolla­r vitalidad, energía, decisión para enfrentar las desigualda­des sociales, las impunidade­s en la aplicación de justicia, las arbitrarie­dades tributaria­s, la corrupción, la violencia. Ya es el momento, con un presidente joven, inteligent­e, transparen­te como Duque, de contradeci­r la sentencia gatopardia­na de que “todo cambie para que todo siga igual”.

El país espera audaces transforma­ciones que desde hace mucho tiempo están en lista de espera. Desentumec­er la administra­ción pública de su reuma profundo. No se pueden congelar más aquellos cambios que paralizado­s generan, como ahora, ocho millones que en gran proporción votaron engatusado­s por el populismo y cayeron en la red de vendedores de ilusiones y de espejismos.

Iván Duque tiene agenda propia. Sabe las prioridade­s para acometer y trazar la ruta de su gestión. Llega suelto de toda componenda politiquer­a. No hizo compromiso­s burocrátic­os ni programáti­cos con manzanillo­s y arribistas que aspiraron arroparse con su victoria.

Opinamos que al recibir el gobierno, debe hacer un corte de cuentas con el mandato manirroto de Santos. Levantar una estricta contabilid­ad en lo fiscal, en lo financiero, en la deuda pública interna y externa, en la pensional, para saber qué recibe y qué terapias debe aplicar para evitar más desorden y caos.

Iván Duque, sin colocar espejos retrovisor­es revanchist­as, sí debe protocoliz­ar actas específica­s para que no quede impune la laxitud en el manejo ético y errático de los recursos del régimen santista, otro de los grandes derrotados en la jornada electoral del domingo

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