LECCIÓN (EN BLANCO Y NEGRO)
Justo antes de la inauguración del Mundial de Fútbol, Argentina estaba en vilo. Y no por culpa de la albiceleste. Después de veintidós horas de discusiones, con 129 votos a favor, 125 en contra y una abstención, la Cámara de diputados del país del papa
Francisco aprobó la ley que despenaliza el aborto hasta la semana catorce de embarazo.
Destaco las declaraciones de dos diputados: 1). Gabriela Cerru
ti: “Somos hijas de las locas del pañuelo blanco [las madres de la Plaza de Mayo] y somos las madres de esas pibas locas del pañuelo verde [movimiento proaborto legal]. Las dos unidas, en diálogo intergeneracional, están construyendo la historia de conquista de derechos”; y 2). Vasco
de Mendiguren: “Soy católico, tengo convicciones profundas sobre la vida y la ética. No estoy de acuerdo con el aborto. Nunca lo estuve ni lo estaré. Pero mis convicciones son mías, y mi res- ponsabilidad como legislador nacional es legislar para toda la sociedad. […] El debate arrojó luz sobre una realidad dramática que hasta hoy no hemos podido solucionar. […] El debate ha cambiado mi posición original, contraria a la legalización del aborto. […] Mi voto será un voto a favor de la salud pública. Las creencias personales deben subordinarse a las iniciativas vinculadas con la salud pública y las políticas que pueden garantizarla”.
La conversación que acaba de tener (¿enfrentar?) Argentina nos deja una lección en tres dimensiones: derechos de las mujeres, mujeres en el poder y construcción desde el disenso.
Marta Lucía Ramírez dice que “lleva la voz de 26 millones de mujeres colombianas”. ¿Favorece más la autonomía de las mujeres una voz como la del diputado Mendiguren o la de una vicepresidenta (la primera en nuestra historia), cuyo discurso ultra-conservador arrasa con algunas luchas feministas como la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo? ¿Marcará la diferencia una mujer que desde la cartera de Defensa avaló acciones como la Operación Orión? ¿Alcanzar el poder para considerarlo de forma masculina?, eso se preguntaría Mary Beard, autora del ensayo “Mujeres y poder” (“Considerar el poder de forma distinta, significa separarlo del prestigio público; significa pensar de forma colaborativa”).
Más de ocho millones de ciudadanos, de centro, de izquierda, votos en blanco, son un mensaje poderoso. Tanto
Iván Duque como Gustavo Petro deben reconocerlo: el 100 % de sus votos no son exclusiva- mente suyos. La amalgama del nuevo gobierno enfrentará una oposición que no será muy nutrida en el Congreso pero sí inmensa en las calles (movimientos sociales, ciudadanía, académicos, #LaResistencia).
Ni el aplazamiento del debate de reglamentación de la JEP es una trompeta del Apocalipsis, ni la desafortunada propuesta de “unidad” es uno de los siete sellos: no somos homogéneos, tenemos que caber en este proyecto de país, construir en la diferencia y la solidaridad.
¿Cuándo se había visto que un presidente recién elegido prometiera “no despojar de derechos a nadie”? ¿Tocará agradecerle? La IVE (los casos aprobados en Colombia), la protesta ciudadana, la libertad de prensa, la paz… ¡no son favores, son derechos ciudadanos!
Ignoro si Cerruti y Mendiguren se saludan de beso, si toman café juntos o si ella también le reza al Dios de Francisco. Actúan como ciudadanos: con eso basta en una democracia
La conversación que acaba de tener Argentina nos deja una lección en tres dimensiones: derechos de las mujeres, mujeres en el poder y construcción desde el disenso.