El Colombiano

TARDÍO ELOGIO DEL SUEGRO

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ oscardomin­guezg@outlook.com

Don José de la Cruz Eleázar

Duque Salazar, marinillo, no celebraba el Día del Padre. Ningún día. Interpreta­ba esas enguandias como perdederas de tiempo. Sus hijos le hacen el homenaje diario de darle crédito a su severo taita. “Como decía mi papá…”, repiten sus vástagos, y mencionan un adagio suyo, o alguna pauta de comportami­ento.

Enseñó con el ejemplo. Pocón de blablablá. A él la amistad se la podían dar en efectivo. Don Eléazar, bautizado el día de la Santa Cruz, no vino a sonreír, nunca buscó ser feliz, jamás pateó los códigos. Se dedicó a trabajar, a ser íntegro y a levantar familia. Al final de su andadura, 83 años, lo desvelaban “las cuentas que tenía que dar al Altísimo”.

Constató que para vivir bien había que tener una buena mu- jer y una buena exmujer. Tuvo dos amores. No practicó la gimnasia de la infidelida­d.

Se casó en primeras nupcias con Clara Correa, de la “jai” de Fredonia. Amasaron cuatro hijos. Viudo o soltero cero kilómetros, repitió epístola con Fa

biola Ochoa, de Aguadas, Caldas, la abuela de ojos tristes, bellos, misterioso­s. El arcaico método del ritmo les deparó otros cuatro petacones.

Se regalaba un pecadillo etílico: un aguardient­e doble antes del almuerzo. Conservado­r y católico de amarrar en el dedo gordo, fue de misa y comunión diarias. De su verticalid­ad da cuenta esta anécdota: Se graduó de maestro en Marinilla pero un rico del pueblo lo acosó para que aprobara el año a su hijo vago. Prefirió colgar la tiza.

Hizo un insólito enroque y del aula de clases pasó a los ca- minos de herradura. Reencarnad­o en arriero, se dedicó a la venta de textiles. Sus pasos de comerciant­e pulcro, sagaz, lo llevaron a Fredonia, Venecia, Guayaquil. En La Alhambra montó el almacén El Zar Duque. Allí se encabó vendiendo paños y telas.

La vanidad nunca fue su fuerte. “Soy Eleázar Duque con carro o sin carro, con club o sin club”, repetía. A los hijos les enseñó desde temprano a colaborar en la economía y en las fae- nas domésticas. Abajo los brazos cruzados. Que no falte nada en casa. Compraba electrodom­ésticos que duraran toda la vida. Se dio unas estruendos­as vacaciones. Cualquier diciembre empacó mujer e hijos y los que aterrizan en Juanchaco, en la costa pacífica. A partir de entonces, clausurado el parque de diversione­s.

Cuando lo visité en su casa de Miraflores para pedirle la mano de su hija, no encontré cómo entrarle. Pasado un tiempo prudencial, sus hijas asumieron que la mano era mía y llamaron a manteles.

Nunca pedí la mano. “Ese señor se va a burlar de nosotros”, resumió. Casi le da un patatús cuando aplazamos el casorio dos días, de martes a jueves.

Descanse en paz, don Eléazar, que su hija y yo seguimos juntos en este delicioso acabadero de ropa. Feliz día del taita

Eleázar enseñó con el ejemplo. No vino a sonreír, nunca buscó ser feliz, jamás pateó los códigos. Se dedicó a ser íntegro.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia