LENGUAJE MORALIZADOR
La inmoralidad es esa palabra que en Colombia mantiene bajo vuelo, elevándose cuando más le conviene y volviéndose a esconder cuando quien la menciona siente su ego amenazado. ¿Saben aquellos que la pronuncian su verdadero significado?
Resulta una aventura para el oído pararse al lado de cualquiera de esos personajes que se consideran los más instruidos en lo que a definiciones de bien o mal confiere, pero si a cualquiera de ellos se les pregunta que qué entienden por “inmoral”, el ceño no solo se les frunce, sino que sus facciones se quedan en blanco, suspendidas en una especie de flotación vergonzosa compuesta de cejas levantadas, ojos abiertos y labios indecisos. Es ese el momento en que una mezcla de instinto, desconocimiento y miedo siente la necesidad de llenar el silencio con un reguero de frases sin sentido, unidas entre sí nada más que por hilos de odios y señalamientos.
Una vez se han empezado a analizar todos esos balbuceos, el que es detallista se da cuenta de que hay patrones que repiten: “¡Que la familia! ¡Que eso no es normal! ¡Que no van a tener perdón!”. ¿Se les olvida acaso que todos somos seres humanos, con diferentes identificaciones y características sociales, sí, pero seres humanos al fin y al cabo?
Pongámosle ahora nombre al asunto: muchos podrán decir “¡Pero es que todos los homosexuales, todos los inmigrantes, todos aquellos de otra religión son inmorales!”. Lamento ser quien informe que, desde el inicio de la humanidad, tanto hombres que duermen con hombres, como mujeres que duermen con mujeres han existido; las diferentes nacionalidades son inevitables, al igual que los flujos migratorios; y en Colombia hay más religiones que la católica, ¡e incluso hay gente que no cree en nada o que cree solo un poquito! Nadie debería ser señalado por ser como es y vivir como quiere, siempre y cuando no amenace con la li- bertad del otro. La coexistencia de opiniones opuestas a las propias debería ser aceptada.
¿ Cuál es, pues, la intención de este tipo de lenguaje “moralizador”? ¿Qué queda de los odios esparcidos con fundamentos pobres? Como dice el cliché, “cada persona es un mundo”, entonces hay tantas moralidades como hay personas, -anótese a la ética como caso aparte-, y no por nada se dice que aquel que odia, en realidad se está odiando a sí mismo
La coexistencia de opiniones opuestas a las propias debería ser aceptada.
* Taller de Opinión es un proyecto de El Colombiano, EAFIT, U. de A. y UPB que busca abrir un espacio para la opinión joven. Las ideas expresadas por los columnistas del Taller de Opinión son libres y de ellas son responsables sus autores. No comprometen el pensamiento editorial de El Colombiano, ni las universidades e instituciones vinculadas con el proyecto.