TODA VIDA ES VOCACIÓN
Necesito apersonarme de quién me llama, por qué me llama. Del modo como percibo la llamada es mi respuesta. Quien me llama, llama por amor. En el amor está la magnanimidad de la respuesta.
Toda vida es vocación y cada ser humano tiene su modo de vivirla. Vocación es llamada a existir. Todo lo que existe ha sido llamado por el Creador a la existencia. De cada uno depende la respuesta a la llamada.
Necesito apersonarme de quién me llama, por qué me llama y para qué me llama. Del modo como percibo la llamada es mi respuesta. Quien llama, llama por amor. Por lo cual, la escucha y la respuesta deben ser de amor, un amor pródigo a sí mismo, a los demás, al cosmos, y sobre todo al que llama, el Creador. En el amor está la magnanimidad de la respuesta.
El 24 de junio es la fiesta del nacimiento de San Juan
Bautista, el precursor de Cristo, pues tuvo como vocación anunciar la venida de Jesús al mundo. Por lo cual, su vida es del todo singular.
Ya estando en el vientre de Isabel, su madre, María fue a visitarla. “Al oír Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno” (Lc., 1, 41). Exquisita sensibilidad que se acrecentará a través de su existencia, como cuando ve venir a Jesús, y dice de él: “He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” ( Juan 1,29). Pecado es todo lo que aleja de Dios. Juan vivía en la cercanía amorosa de Dios.
Lucas describe en una frase la grandeza de Juan. Al darse cuenta de cómo fue su nacimiento, el pueblo “se quedaba pensando: ¿qué irá a ser este niño? Porque la mano de Dios lo acompañaba” (Lucas 1,66). Arrobadora realización vocacional la de ser acompañado por la mano de Dios.
Juan está en la cárcel por denunciar a un rey libertino. La noche oscura se cierne en su corazón. Por lo cual manda preguntar a Jesús si es él el que ha de venir o hay que esperar a otro. Y Jesús responde: “Vayan a contarle a Juan lo que ven y oyen: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Y para la plena seguridad de Juan, agrega: “Y ¡dichoso el que no se escandalice de mí!” (Mateo 11,4-5).
La respuesta de Jesús es de hechos, no de razones. Que los ciegos vean y los cojos anden es propio solo de Dios. Mi vida está en las manos divinas. Con razón el Evangelio dice que Juan “será grande a los ojos del Señor”.
Historia conmovedora para el hombre del siglo XXI