OPTIMISMO CRÍTICO
Colombia decidió. El 54 % de la población habilitada para votar concurrió a las urnas, y el 54 % de ella decidió que nuestro presidente, a partir del próximo 7 de agosto, será
Iván Duque Márquez. Como opiné en columnas previas, su gestión será de particular importancia para el futuro de la Nación, dados los procesos de paz en curso, la polarización política interna, nuestros desequilibrios sociales y las afectaciones de la situación en la región, especialmente en Venezuela. Como demócratas debemos apoyar desde ya su gestión, sin renunciar jamás a la crítica analítica y constructiva, que implica criterio y capacidad de forjar entendimientos. Lo que podríamos llamar, Optimismo Crítico.
Existen varios motivos para sentirnos satisfechos con los resultados: se logró la máxima votación de nuestra historia; la situación de orden público fue la mejor, respecto a cualquier contienda previa por la presidencia; se avanzó en la clarificación de límites ideológicos entre la derecha, el cen-
tro y la izquierda; y los debates superaron el esquema único de la violencia, para considerar aspectos como las reformas a los sistemas político, educativo y de justicia, la implementación de los acuerdos de paz, la tributación, el respeto del ecosistema, el narcotráfico y las relaciones internacionales.
Además de lo anterior, vale la pena resaltar el notorio avance en cuanto al respeto a la vida de los aspirantes a la presidencia y líderes políticos, independientemente de sus creencias y convicciones. En Colombia, durante el siglo pasado, tuvimos una luctuosa historia al respecto: Rafael Uribe Uribe fue asesinado en 1914, Jorge Eliecer Gaitán en 1948, Jaime Pardo Leal en 1987, Luis Carlos Galán Sarmiento
en 1989, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez en 1990, y Álvaro Gó
mez Hurtado en 1995. Llevamos 23 años sin que esa desgracia se repita y ojalá nunca vuelva a suceder. Desafortunadamente seguimos lamentando la muerte de líderes sociales ( alrededor de 300 desde 2016). Es una vergüenza nacional, aunque con una tendencia afortunadamente descendente.
En diferentes círculos se respira un aire de satisfacción y optimismo. La atención y el debate se centran en el mundial de fútbol y en las acciones del presidente electo. En la presente semana prometió pasar la página de la polarización política y privilegiar una paz creíble, con verdad, justicia, no repetición y supervisión internacional. Eso lo podríamos denominar como gobernar para un cambio constructivo, que es lo que buena parte de la sociedad aspiramos y esperamos.
Desafortunadamente, lo que hemos visto esta semana en los debates del Con- greso sobre el código de procedimientos de la Justicia Especial para la Paz, parece ir en dirección contraria, en cuanto genera el riesgo de incumplir compromisos de Estado, confrontar a la comunidad internacional y quebrar las esperanzas de paz de millones de colombianos. El país debe entender que todo es susceptible de ser mejorado, pero bloquear la justicia transicional, sin argumentos convin- centes, puede resultar no solo irresponsable sino absurdo y catastrófico.
En medio del optimismo, los comprometidos con la buena suerte de nuestro país “debemos mantener ojo avizor sobre las cuatro esquinas de la plaza”, e insistir y persistir sobre la importancia de las minorías que buscan convencer a las mayorías para lograr el cambio social que necesitamos. ¿Cuál será la masa crítica necesaria para soltar las ataduras que nos aprisionan al pasado de violencia, venganza, odios, intolerancia e incivilidad?
El presidente electo prometió privilegiar una paz creíble, con verdad, justicia, no repetición y supervisión internacional. Eso lo podríamos denominar como gobernar para un cambio constructivo.