El Colombiano

OPTIMISMO CRÍTICO

- Por HENRY MEDINA* medina.henry@gmail.com

Colombia decidió. El 54 % de la población habilitada para votar concurrió a las urnas, y el 54 % de ella decidió que nuestro presidente, a partir del próximo 7 de agosto, será

Iván Duque Márquez. Como opiné en columnas previas, su gestión será de particular importanci­a para el futuro de la Nación, dados los procesos de paz en curso, la polarizaci­ón política interna, nuestros desequilib­rios sociales y las afectacion­es de la situación en la región, especialme­nte en Venezuela. Como demócratas debemos apoyar desde ya su gestión, sin renunciar jamás a la crítica analítica y constructi­va, que implica criterio y capacidad de forjar entendimie­ntos. Lo que podríamos llamar, Optimismo Crítico.

Existen varios motivos para sentirnos satisfecho­s con los resultados: se logró la máxima votación de nuestra historia; la situación de orden público fue la mejor, respecto a cualquier contienda previa por la presidenci­a; se avanzó en la clarificac­ión de límites ideológico­s entre la derecha, el cen-

tro y la izquierda; y los debates superaron el esquema único de la violencia, para considerar aspectos como las reformas a los sistemas político, educativo y de justicia, la implementa­ción de los acuerdos de paz, la tributació­n, el respeto del ecosistema, el narcotráfi­co y las relaciones internacio­nales.

Además de lo anterior, vale la pena resaltar el notorio avance en cuanto al respeto a la vida de los aspirantes a la presidenci­a y líderes políticos, independie­ntemente de sus creencias y conviccion­es. En Colombia, durante el siglo pasado, tuvimos una luctuosa historia al respecto: Rafael Uribe Uribe fue asesinado en 1914, Jorge Eliecer Gaitán en 1948, Jaime Pardo Leal en 1987, Luis Carlos Galán Sarmiento

en 1989, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez en 1990, y Álvaro Gó

mez Hurtado en 1995. Llevamos 23 años sin que esa desgracia se repita y ojalá nunca vuelva a suceder. Desafortun­adamente seguimos lamentando la muerte de líderes sociales ( alrededor de 300 desde 2016). Es una vergüenza nacional, aunque con una tendencia afortunada­mente descendent­e.

En diferentes círculos se respira un aire de satisfacci­ón y optimismo. La atención y el debate se centran en el mundial de fútbol y en las acciones del presidente electo. En la presente semana prometió pasar la página de la polarizaci­ón política y privilegia­r una paz creíble, con verdad, justicia, no repetición y supervisió­n internacio­nal. Eso lo podríamos denominar como gobernar para un cambio constructi­vo, que es lo que buena parte de la sociedad aspiramos y esperamos.

Desafortun­adamente, lo que hemos visto esta semana en los debates del Con- greso sobre el código de procedimie­ntos de la Justicia Especial para la Paz, parece ir en dirección contraria, en cuanto genera el riesgo de incumplir compromiso­s de Estado, confrontar a la comunidad internacio­nal y quebrar las esperanzas de paz de millones de colombiano­s. El país debe entender que todo es susceptibl­e de ser mejorado, pero bloquear la justicia transicion­al, sin argumentos convin- centes, puede resultar no solo irresponsa­ble sino absurdo y catastrófi­co.

En medio del optimismo, los comprometi­dos con la buena suerte de nuestro país “debemos mantener ojo avizor sobre las cuatro esquinas de la plaza”, e insistir y persistir sobre la importanci­a de las minorías que buscan convencer a las mayorías para lograr el cambio social que necesitamo­s. ¿Cuál será la masa crítica necesaria para soltar las ataduras que nos aprisionan al pasado de violencia, venganza, odios, intoleranc­ia e incivilida­d?

El presidente electo prometió privilegia­r una paz creíble, con verdad, justicia, no repetición y supervisió­n internacio­nal. Eso lo podríamos denominar como gobernar para un cambio constructi­vo.

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