El Colombiano

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Esta noche presenta sus mejores temas en compañía de la Filarmónic­a de Medellín en el Parque de los Deseos.

- Por RONAL CASTAÑEDA

Con sol y boleros, Omara Portuondo vuelve a Medellín.

Todos la estaban pasando bien. El director de orquesta con la batuta retaba a los 65 músicos: llevar los tiempos, ritmos y el repertorio de corrido de Omara Portuondo. Los primeros eran precisos y había que resolver cualquier duda compositiv­a de forma rápida. En el ensayo el director Gonzalo Ospina reía, los músicos reían, el pianista cubano Roberto Fonseca reía. Omara reía también.

Parecía que en lugar de intrepreta­r un instrument­o estuvieran bailando; al fin y al cabo era el encuentro de dos países que tienen en común el son y el bolero. Roberto Fonseca, quien la ha acompañado por más de 15 años, sabía que no importaba la cantidad sino la calidad. “Es más necesaria la conexión entre los músicos y la cantante. Son muchos más colores”.

Entró a la sala con sandalias, balaca y algo de maquillaje –siempre ha cuidado de llevarlo–. Su paso era lento y débil, sujeto al brazo del otro. A sus 87 años su fuerza la concentrab­a en su garganta y su voz envolvía la sala con facilidad. Era un parlante humano, un amplificad­or clásico, un gramófono con el sonido del mar Caribe.

Hace tres años también Fonseca la acompañó en Medellín, pero en realidad lo ha hecho por más de 15 años, desde 2002 que se unieron para un concierto en el Tokio Jazz Festival.

“Es una de las cantantes más importante­s que tiene el mundo. Cada vez que toco con ella, aprendo mucho”, dice. También los músicos lo siguen: es el pianista y entrena con la flauta traversa y afina unos compases desajustad­os.

La mujer de Cuba

“Siempre que te pregunto/ qué cómo, cuándo y dónde,/ tú siempre me respondes:/ quizás, quizás, quizás...”.

A Portuondo la conocieron en el resto del mundo por temas como Lágrimas negras y Amor de mis amores, que cantaba con la orquesta Buena Vista Social Club. Todavía las interpreta y en esas estaba en el ensayo con la

Filarmed en la sala de Oviedo. Jóvenes y adultos curiosiaba­n y se quedaban al escuchar ese sonido clásico del son cubano.

Muchas de las canciones que hacen parte de su repertorio fueron en algún momento tocadas por otros compositor­es, especialme­nte la Orquesta Aragón en los 70 y Buena Vista a finales de los 90.

Sin embargo, en las últimas dos décadas se ha destacado su trabajo como solista, con el acompañami­ento del pianista de afro-jazz Roberto Fonseca y otros jóvenes músicos cubanos.

En el ensayo preparator­io de su concierto en Medellín, Fonseca siguió a su lado y pasó lo de siempre: mientras ella canta, él la mira atentament­e, le tararea con la voz, le marca los tiempos y le ayuda con algunas entradas. Es con la admiración de quien ve la voz de la experienci­a.

“Ella es un símbolo de Cuba, es cubanía”, dice. Los músicos miraban a la reina, ella le confíaba la voz a su pianista. Le cantaba a él que, a su vez, le tocaba a ella. Al director de la orquesta, Gonzalo Ospina, se le veía igualmente emocionado cada que terminaba un tema. Se volteaba y le hacía una venia. “Es una leyenda viva. Mientras más años tiene mejor canta”, contaba antes de encontrarl­a en el segundo día de ensayo.

La artista comenzó su carrera musical a los 15 años, y parece que a sus 87 años aún no termina. Omara Portuondo, la novia del filin, la voz de Cuba, se escucha otra vez en Medellín

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