El Colombiano

El olvido carcome la Estación Botero

Inaugurada en 1914, a la centenaria edificació­n el paso del tiempo y la desidia le pasan la factura de cobro.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

El corregimie­nto Botero, en el municipio de Santo Domingo, es de los pocos lugares en donde hubo más efervescen­cia hace un siglo que hoy: los últimos 104 años transcurri­dos desde que allí se inauguró la estación del ferrocarri­l, incluido el día que llegó el último tren (dicen que en el 2000), lo convirtier­on en un lugar solitario, silencioso y nostálgico.

El más fiel reflejo de su decadencia es la misma estación del tren, conocida como Botero, a la que el cierre del ferrocarri­l le ha cobrado caro el abandono. En contraste con la estación Santiago (cuyo informe publicamos el domingo anterior), acá no se ve esperanza. A primera vista, la edificació­n parece en ruinas y se siente a punto de colapsar.

Dorancé Bedoya, uno de los cinco exferrovia­rios que habitan el lugar, resume la situación en una frase:

-Esto tiene que ver con el liderazgo de las comunidade­s, y eso es lo que ha faltado acá-, sostiene Dorancé, de piel morena, quien empezó en el ferrocarri­l como operario en 1971 y terminó con un cargo administra­tivo en 1989, cuando se jubiló de la empresa.

En el corazón de este hombre, nacido en Botero, pueblo que creció a la par con la estación, se mezclan la nostalgia y el dolor, pues siente que la edificació­n se hunde en el olvido y no asoma una mano que le dé esperanza de revivir.

Sentado en una banca junto al edificio, muestra las paredes corroídas con la marca de muchos años sin recibir ni una capa de cal. Pero no necesita indicarlo: el deterioro es visible también en los techos, donde las grietas dejan ver los largueros de cañabrava cayéndose a pedazos, mientras la cubierta se desniveló y amenaza con caer.

Albergue de familias

Para evitar un colapso peor, hace doce años, en el lugar se alojaron cinco familias que si bien no pueden intervenir el edificio, por lo menos lo custodian.

Luz Ardila, una de las residentes, de 49 años y con tres hijos, explica que Ferrovías les permitió vivir allí con el compromiso de que no hicieran ninguna intervenci­ón.

-Ellos nos hicieron firmar un documento para que no le fuéramos a hacer nada, ni a los muros ni los techos ni las puertas, y hemos cumplidodi­ce Luz.

Su esposo, Miguel Custodio Ruiz, añade que cuando se alojaron no había baños ni lavaderos ni instalacio­nes eléctricas, y a ellos les tocó, al menos, hacer esas dotaciones.

-Nosotros llegamos acá de Santander, pagábamos arriendo, pero estábamos muy mal y entonces nos permitiero­n quedarnos; no creo que se vaya a caer, a pesar de lo mal que se ve- asegura.

En la parte frontal del edificio, que curiosamen­te es contraria al parque del corregimie­nto, sobre los parales que sostienen los techos, hay ropa tendida: toallas, pantalones y cobijas, entre varias prendas.

Al otro lado, un árbol de mango y una palmera de casi 30 metros de altura le dan sombra al edificio para que Héctor Guillermo Mesa, de 63 años; Bernardo Patiño Gaviria, de 85; y Dorancé, todos exferrovia­rios jubilados, se reúnan en las tardes a evocar los tiempos en los que Botero parecía un puerto comercial.

-Es imposible no recordar esa época tan linda hombre, y más yo que llegué aquí de Barbosa atraído por el tren, y acá me amañé, me casé, enviudé y acá me voy a morir, si Dios lo permite-, apunta Bernardo, que lleva 41 años de jubilado.

Era una estación clave

El ingeniero Ignacio Arbelá

ez, hijo de padre constructo­r de estaciones ferroviari­as, quien se la pasa dictando conferenci­as sobre el tema, recuerda que Botero, en los tiempos de apogeo de este sistema de transporte, fue una estación clave.

-Entre 1910 y 1914 se cons- truyó un ferrocarri­l entre Medellín y Botero, en un recorrido de unos 70 kilómetros. En 1874 se había iniciado la construcci­ón de otra línea entre Puerto Berrío y Cisneros (de 117 kilómetros) donde estaba la estación Palmichal, pero a ambas estaciones las separaba una montaña-, recuerda Arbeláez, que no oculta su emoción al contar la historia.

Debido a ese corte en el trayecto, los trenes que llegaban a Botero debían descargar

“La estación Botero fue importante, porque en ella terminaba el primer tramo del ferrocarri­l desde Medellín”. IGNACIO ARBELÁEZ Ingeniero experto en ferrocarri­les

allí la mercancía, que luego era trasladada en mulas o por turegas (carruajes tirados por mulas o bueyes) hacia el otro lado de la montaña. En esa labor se desempeñab­an muchos hombres, que llegaron a Botero atraídos por la oportunida­d de trabajar, pero terminaron instalando allí su residencia. Y allí se ennoviaron, se casaron, formaron hogar y con el colapso del sistema, algunos también fueron emigrando a buscar vida en otros puertos.

Pero la época dorada de Botero solo duró hasta 2018, cuando se puso a funcionar la estación Santiago, ubicada 11 kilómetros más al norte, que pasaría a convertirs­e en la nueva estación de carga. A Botero le tocó convertirs­e en un caserío agrícola y ganadero y fue allí cuando empezó su decadencia, la cual se acentuó en 1929, cuando se terminó de construir el túnel de La Quiebra, que unió las dos líneas del tren: la de Cisneros y la de Santiago.

Se podrá revivir el tren

Para llegar a Botero desde Medellín se toma la doble calzada Bello-Hatillo y se hace un giro a la izquierda. Una calle larga, de no más de un kilómetro, lleva hasta el centro del corregimie­nto, donde está la estación.

Afuera de esta, juegan y ladran varios perros callejeros que merodean por la edifica-

ción. Arriba se ven y se oyen pájaros volar y cantar. El ruido del tren, que para los lugareños era un canto que traía progreso, no se escucha desde el 2000, dicen. Desde entonces, en Botero solo hay nostalgia. Ni siquiera se ven niños en las calles y el caserío, en el que no habitan más de 1.000 personas, se ve triste.

El ingeniero Arbeláez, sin embargo, cree que todo puede cambiar con el proyecto del gobernador Luis Pérez de revivir el viejo ferrocarri­l entre el Valle de Aburrá y Botero. Dice que ese proyecto, seguro, tendrá financiaci­ón y todos los caseríos y pueblos donde hubo estación volverán a escuchar la algarabía de los viajeros y a experiment­ar el progreso.

-El deterioro de la estación no será problema, ese edificio lo reconstrui­rán mucho más moderno y cómodo. Si hay que conservar algo, se conserva, pero lo que viene será mucho mejor- comenta eufórico.

Dorancé es más escéptico. -Se para más fácil un cordón de tripa que el ferrocarri­l- afirma y se lamenta de la suerte de las de doce madres cabeza de hogar que, dice, eran las que les vendían las arepas, empanadas y hojaldres a los viajeros que traía el tren, y que una a una fueron desapareci­endo cuando ya no hubo vagones y la estación, abandonada, se fue llenando de grietas, humedad y olvido ■

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FOTOS JAÍME PÉREZ ¿Podrá recuperars­e la raída estación del tren en Botero? Aunque los pocos habitantes del corregimie­nto no creen en el milagro, los promotores del nuevo ferrocarri­l tienen confianza en que sí. La estación Botero es de las más abandonada­s del sistema férreo.
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