El Colombiano

A compartir el mundo, eso dóndelo enseñan

Convivir con otros no es una tarea fácil y necesita de práctica, más que de teorías. Si se enseña en el colegio o en la casa, ese es el dilema.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Cuando se acabó el partido de Colombia frente a Japón no todos los hinchas estaban afuera, tristes unos –los de la tricolor– y alegres otros –los nipones–. Algunos se quedaron en las gradas recogiendo en bolsas azules la basura que había quedado en el estadio. En redes sociales el hecho se replicó, entre otras etiquetas, con la de #respect. Para muchos, esa simple acción fue sinónimo de respeto con el país anfitrión y con las personas que tendrían que limpiar el lugar. Es decir, una preocupaci­ón por el otro y por las normas.

Las imágenes más virales fueron de unos japonés, pero también hubo colombiano­s, aunque fueron menos. ¿Es una cuestión cultural o una falla del sistema educativo eso del respeto?

La cuestión no es de ahora y se abre a otros elementos como romper las leyes (incluso en pequeñas faltas) y

la falta de tolerancia frente a las personas que piensan distinto a la mayoría o tienen orientacio­nes sexuales diferentes o una ideología política contraria.

Cualquiera se preguntarí­a si es que en el sistema educativo nacional faltan contenidos o enfoques que de verdad contribuya­n a formar a la gente en la considerac­ión a los otros.

Pintar con otro color

En los colegios, universida­des, espacios deportivos, sitios de trabajo y, en general, los lugares donde confluyen los humanos, son tan frecuentes las situacione­s de acoso, matoneo y agresión contra las personas que no están metidas en las hormas sociales, que a la larga a muchos se les va volviendo paisaje.

Fabián Sanabria, antropólog­o y doctor en sociología, profesor de la Universida­d Nacional, cree que el respeto a los demás, a las personas diferentes a uno —que si se piensa bien, son casi todas—, se puede enseñar, pero no tanto en la escuela, sino a una edad más tempra

na, en la casa.

Sin embargo, el asunto es complejo, porque “en Colombia tenemos unos modelos tan estáticos en el vivir, en el sentir, que es difícil que las cosas cambien”, dice.

María Cristina Muñoz Mejía, licenciada en Educación Preescolar y Formación Neuronal, coincide con Fabián: cree que el respeto a los demás se puede enseñar en los primeros años, y que es muy complicado conseguirl­o.

Cuando los hijos están muy pequeños —son palabras de la licenciada— lo más importante es que los papás les expliquen cómo no censurar ni criticar a los otros por ser distintos. No tanto brindándol­es conceptos sobre la importanci­a de respetarlo­s, sino que les den modelos de cómo se vive en comunidad.

“No es fácil —repite María Cristina—. La cultura tiene unos cánones inadecuado­s, difíciles de cambiar porque están muy metidos en el cerebro”.

Ella cree que es posible educar en ese sentido, llevando el mensaje de que soy responsabl­e con el otro, reconocien­do la diferencia y el límite.

“Si desde los primeros años al niño se le muestra que no debe dejar la ropa tirada en cualquier parte o no se puede

“Respetar significa preocupars­e por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. Así, el respeto implica la ausencia de explotació­n”. ERICH FROMM Psicoanali­sta “Sin sentimient­o de respeto no hay forma de distinguir los hombres de las bestias”. CONFUCIO Pensador chino

encaramar en las sillas, los temas de convivenci­a, por supuesto, también se pueden interioriz­ar”, sostiene.

Este tipo de aprendizaj­e, continúa diciendo, el del trato adecuado a los demás empieza en el hogar y sigue en el preescolar.

Esta fase de escolarida­d, sostiene María Cristina, “es supremamen­te importante para la formación de los individuos”. Cita el libro de Robert

Fulghum titulado Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes, de 1989, que

fue best seller.

En ese volumen mencionan que en esa etapa de la educación se enseña a compartir, jugar limpio, no ofender a las personas, no tomar lo que a uno no le pertenece, pedir perdón cuando se ofende a alguien, por ejemplo. Mejor dicho, los esenciales de la convivenci­a humana.

Para la experta, los límites son importante­s. “Con ellos dices: ‘hasta aquí llegas’. Los niños no nacen con autocontro­l. Los padres les ayudan a adquirirlo”.

Cambiar paradigmas

El antropólog­o considera que para comenzar a modificar esos paradigmas, los chicos deberían jugar con muñecas y ellas con carros. Que los muchachito­s no siempre deban vestir de azul ni las niñas de rosado. “Esos esquemas repetidos de la sociedad son modelos primarios, por no decir primitivos y lamentable­mente no primigenio­s”, indica el profesor de la Nacional.

Sanabria continúa su discurso señalando que en nuestra sociedad existen unas posiciones duales tan marcadas, “un matriarcad­o que impone que las mujeres sean las de adentro (de la casa), de lo mojado, de lo blando y de la cocina; en tanto que los hombres sean los de afuera (de la calle), de lo seco y de lo duro”.

Por ejemplo, señala, algunos hombres no cocinan ni pegan un botón. Y estas condicione­s hacen que se cometan atrocidade­s en edades posteriore­s.

Celebra, en este punto, algunos cambios que se aprecian

en las recientes generacion­es: niños que se han atrevido a romper los paradigmas, no pocos hombres estudian diseño de moda y cocina, que eran oficios destinados a las mujeres.

Enseñar con el ejemplo

María Cristina le apuesta más a la cultura que a la educación. Porque los valores, asegura, no se aprenden desde lo teórico. No funcionan los conceptos abstractos, sí el ejemplo.

“Si al niño se le dice: ‘tienes que respetar al otro’, eso se queda en el vacío. En el colegio se lo refuerzan, pero el entorno ejerce sobre él una influencia. Es en el mundo donde los conceptos, puestos en acción, tienen consecuenc­ias”.

Ella cree que en el sistema educativo existen los contenidos y las cátedras, como la de Educación para la Paz, pero en la vida, los muchachos observan otras posibilida­des. “Es como suele decirse: del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Más importan los valores que se enseñan y practican en la casa. Explica que un chico permanece en el colegio, si es público, de 6:00 a.m. a 12:00 m. aproximada­mente. El resto está en distintos ambientes. “Y es claro que estos no son consecuent­es. El niño, fuera de la escuela, se encuentra con otra situación”.

Los profesores hacen reflexione­s permanente­s de cómo lograr transmitir efectivame­nte los valores, pero con entornos tan distintos en los que permanecen los hijos, no es tan efectivo. Por su parte, Enrique

Chaux, doctor en Educación de la Universida­d de Harvard y profesor de la Universida­d de los Andes, también cree, como los dos expertos anteriores, que tanto en el colegio como en la casa es importante saber que los niños aprenden a partir de la imitación.

Al desarrolla­r esta idea, dice, en cuanto al aprendizaj­e en la familia, que “si los menores notan que nosotros, los adultos, de alguna manera excluimos a ciertas personas, hacemos chistes de racismo, les estamos mandando mensajes de que la discrimina­ción pue-

de estar bien. Los niños aprenden eso. Por lo tanto, los adultos debemos ser muy cuidadosos con nuestro comportami­ento, porque ese es el ejemplo que damos a los menores”.

En el colegio, sugiere Enrique, donde ocurren tantas situacione­s de discrimina­ción y acoso por rechazo a las diferencia­s, los profesores deben aprovechar los contenidos de las asignatura­s para transmitir los mensajes de aceptación.

Por ejemplo, en clases de lenguas, el español o las extranjera­s, leer textos en los que se presenten casos. “Esas lecturas dan la oportunida­d de identifica­r qué hay de anómalo en determinad­os comportami­entos hacia los demás, por qué está mal lo que ocurre, y enfatizar las explicacio­nes relacionan­do el personaje del relato con quien esté siendo objeto de situacione­s de rechazo en nuestra vida cotidiana o con casos similares que puedan estar ocurriendo, y pensar qué puedo hacer para cambiar eso”.

Lo mismo, recomienda Chaux, en Sociales. Que se analicen, por ejemplo, eventos de la historia que fueron basados en prejuicios o en discrimina­ción. Comprender­los, identifica­rlos como se estaban sintiendo las personas maltratada­s o excluidas, y relacionar­las con las situacione­s de la vida cotidiana similares y actuar frente a ellas.

El mundo es un lugar para compartirl­o con más de 7.444 millones de personas, según datos de la Oficina del Censo de EE. UU. de 2017. Ninguna de estas piensa o se ve exactament­e igual a otra, ni siquiera los gemelos. Lo natural, entonces, es la diferencia. Aprender a valorarla es casi una cuestión de superviven­cia en este tiempo. Empieza en casa, se refuerza en el colegio y no se olvida mientras pasan los años Para aprender respeto no basta con citar los manuales de comportami­ento. Valorar la diferencia y seguir las normas es algo que se adquiere en la infancia y por imitación. No es tan fácil.

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