El Colombiano

De la guerra al fútbol, la otra cara del Mundial

A la cancha se trasladan los conflictos económicos y políticos. Ganar es sinónimo de poder.

- Por JULIANA GIL GUTIÉRREZ

Corría 1934. Italia y Checoslova­quia jugaban la final del segundo Mundial de fútbol de la historia. En la tribuna, entre los 45 mil espectador­es que albergaba el estadio del Partido Nacional Fascista de Roma, estaba

Benito Mussolini con su aire de líder supremo que aguardaba a ver a su país campeón. En la cancha, los jugadores de uniformes blancos saludaron a las graderías como lo hacía

Mussolini: cuerpo erguido, piernas juntas, brazo derecho arriba y la palma de la mano extendida.

Italia estaba en la dictadura. El Mussolini en Turín, el Littorale en Bolonia, el Berta en Florencia, el Littorio en Trieste, eran algunos de los ocho estadios que dispuso el país para albergar los partidos, complejos deportivos a los que les cambiaron el nombre para hacer alusión al régimen del político. En la cancha tres goles definieron el partido. Uno para Checoslova­quia, dos para Italia. Campeón del segundo mundial de la historia. Según registros de prensa de EL COLOMBIANO, “este campeonato había servido para la exaltación de un régimen”.

Ese podría ser uno de los primeros momentos en los que se evidenció cómo en la cancha también se muestran otros poderes. El económico, por demostrar la capacidad de albergar una cita mundialist­a, que requiere grandes inversione­s; el político, porque el campeón con sus gestos era portador de un mensaje. Una ideología.

FIFA: como la ONU

El fútbol comenzó en Inglaterra como un deporte de élites, hasta que el Blackburn, un equipo de obreros, ganó el torneo de ese país en 1883. A ese suceso el historiado­r Al

fred Wahl le llamó “la democratiz­ación”, el momento en el que el deporte pasó al pueblo. Antes de eso, en la década de 1870, los británicos comenzaron a difundirlo por Europa, Latinoamér­ica y, finalmente, Asia y África. Según cuenta

Wahl, fuera de las islas británicas era una “manía burguesa” hasta después de 1900, cuando la práctica tomó tanta fuerza que permeó al pueblo. Cuatro años más tarde nació la FIFA, organismo que entre 1921 y 1954 experiment­ó un desarrollo comparable con el de la ONU, según sus registros. Tal evolución sigue en pie, tanto que ahora tiene más países asociados que la ONU, con 211 contra 193.

Su influencia es tan grande que, como lo explica el profesor de la Universida­d de Antioquia, Gonzalo Medina, “la FIFA tiene un poder de veto impresiona­nte hacia un país, podría decir que tiene más poder que las Naciones Unidas”. No hacer parte del organismo parecería no vincularse a la institucio­nalidad respecto a la práctica de un deporte, pero para los analistas significa alejarse de un escenario que permeó la cultura, la economía y la política.

De la política al campo

Para el historiado­r Alfred

Wahl, el fútbol no se entiende solo como deporte, sino que es un escenario penetrado por intereses económicos, en el que se enfrentan ideologías y se reflejan las políticas nacionales e internacio­nales, “es un espejo de los problemas de nuestro tiempo”. Y ese reflejo es tan fuerte que la Segunda Guerra Mundial detuvo la realizació­n del campeonato.

Años después, la imagen de Hitler y sus soldados caminando por los alrededore­s de la Torre Eiffel, después de derrotar al ejército francés en la Segunda Guerra Mundial, generó tantas tensiones que el resentimie­nto quedó en la memoria del pueblo. En 1952, un aficionado llegó al estadio de Colombes, de París, vistiendo un uniforme con rayas verticales, blancas y azules, manga larga y ancho: un uniforme de los campos de concentrac­ión Nazi.

Suecia, Copa Mundial de 1958, cuando Pelé era la estrella y Brasil, el rey. Egipto, Sudán e Indonesia se negaron a jugar contra Israel por- que tenían diferencia­s políticas. ¿El motivo? Según lo explica la relacionis­ta internacio­nal Karina García en un artículo publicado en la revista CONfines, los eventos deportivos en el ámbito internacio­nal “han sido medios para manifestar los intereses políticos de los Estados” e incluso pueden considerar­se como una extensión de la política exterior en la que muestran su soberanía y pueden proyectar una buena imagen al resto del mundo.

Cuatro años después de la guerra de las Malvinas, en la que Inglaterra derrotó a Argentina, fue la selección albicelest­e la que pasó factura, en la copa mundo de México 86. Argentina se coronó campeona y en cuartos de final derrotó a Inglaterra con dos goles del naciente astro del fútbol Diego Armando Marado

na. En uno dejó en el camino a 6 jugadores rivales y anotó. El otro, más polémico, fue un gol hecho con la mano. Cuando Maradona fue cuestionad­o al respecto respondió: fue “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”. Para los expertos del fútbol ese día se anotó el gol del siglo. En la cancha, Argentina cobró aquella derrota militar.

Hasta el conflicto árabe – israelí permeó el deporte. Así lo registró García, señalando que en 1974, la Confederac­ión Asiática de Fútbol expulsó a Israel a causa de esta disputa y en 2004 Tel Aviv pidió que el equipo de Palestina fuera retirado de la FIFA. A pesar de las disputas ideológica­s entre ambos, en la actualidad los dos países están vinculados al organismo.

Más allá de los conflictos, un escenario como el Mundial se convierte en uno de los únicos espacios, junto a

“El mundo es una competenci­a. Estados que no entran al campeonato comienzan a resquebraj­arse”. RAMÓN MAYA Decano Escuela Ciencias Sociales UPB

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