DUQUE Y SU DISCURSO, ENTRE LÍNEAS
El presidente electo de Colombia, Iván Duque, se ha definido y presentado en varias oportunidades como un hombre de palabra. A la vieja usanza. Como lo era su padre, ilustre varón antioqueño. Uno de los lemas de campaña decía: Du
que es el que es... Así que no se necesita que firme en mármol para que cumpla su anuncio de que buscará la unidad, la integración del país, y que no gobernará con odios ni revanchismos. Presumamos su buena fe y generosidad.
El discurso como ganador la noche del pasado 17 de junio resultó de buen augurio. Tal vez por eso no emocionó a algunos de sus electores, que esperaban una perorata biliosa, un elixir de venenos y anuncios de vendettas políticas. Hay que saludar el tono de su discurso, porque desde el principio de su historia como gobernante buscó amansar a los extremistas que están con él, y a los que no. Un ejemplo para los jóvenes, de parte de un presidente apenas próximo a los 42 años.
Calma. Meridianidad. Equilibrio. Sosiego. Reposo. Cerebralidad. Afecto. Razón.
Hace poco más de un mes escuchaba hablar del otro lado de la mesa al alcalde de Palermo, Italia, Leoluca Orlando, un hombre lleno de sabiduría: con conocimiento académico, pero de enorme sensatez y pragmatismo políticos.
“Hay que ser un hombre de la calle, tocar a los ciudadanos. Acoger a todos: es difícil, pero es el futuro. Hay que hacer la democracia con todos. Somos nosotros los que invi- tamos al cambio. El consenso es un proyecto, una visión”.
Anima que, para empezar, Duque no haya sacado el talonario de cuentas por cobrar del Centro Democrático “a los traidores”. En política no hay santos. Hay trogloditas, hombres dominados por el hemisferio derecho de su cerebro, el más primitivo y violento, y hay verdaderos estadistas: aquellos capaces de cambiar las sociedades, de llevarlas a su florecimiento y a la paz.
Leoluca Orlando citó aque- lla tarde a George Bernard
Shaw: “La experiencia es el nombre que damos a nuestros errores”. Que Duque, como lo advirtió, sea capaz de pasar la página de la polarización, los agravios y las ponzoñas.
“Voy a entregar todas, absolutamente todas mis energías, por unir al país. No más divisiones. No voy a gobernar con odios. No existen en mi mente ni en mi corazón venganzas ni represalias”.
La unidad no será para eliminar el disenso, el debate, la controversia, el conflicto de ideas. Será para que esa diversidad se tramite con respeto, mientras triunfan los argumentos que identifican y convienen a la generalidad de los ciudadanos. El tiempo dirá qué tanta coherencia mantuvo aquel joven Presidente ■
Duque llamó a la unidad. El tiempo dirá qué tanto vale su palabra.