El Colombiano

DUQUE Y SU DISCURSO, ENTRE LÍNEAS

- Por CARLOS ALBERTO GIRALDO carlosgi@elcolombia­no.com.co

El presidente electo de Colombia, Iván Duque, se ha definido y presentado en varias oportunida­des como un hombre de palabra. A la vieja usanza. Como lo era su padre, ilustre varón antioqueño. Uno de los lemas de campaña decía: Du

que es el que es... Así que no se necesita que firme en mármol para que cumpla su anuncio de que buscará la unidad, la integració­n del país, y que no gobernará con odios ni revanchism­os. Presumamos su buena fe y generosida­d.

El discurso como ganador la noche del pasado 17 de junio resultó de buen augurio. Tal vez por eso no emocionó a algunos de sus electores, que esperaban una perorata biliosa, un elixir de venenos y anuncios de vendettas políticas. Hay que saludar el tono de su discurso, porque desde el principio de su historia como gobernante buscó amansar a los extremista­s que están con él, y a los que no. Un ejemplo para los jóvenes, de parte de un presidente apenas próximo a los 42 años.

Calma. Meridianid­ad. Equilibrio. Sosiego. Reposo. Cerebralid­ad. Afecto. Razón.

Hace poco más de un mes escuchaba hablar del otro lado de la mesa al alcalde de Palermo, Italia, Leoluca Orlando, un hombre lleno de sabiduría: con conocimien­to académico, pero de enorme sensatez y pragmatism­o políticos.

“Hay que ser un hombre de la calle, tocar a los ciudadanos. Acoger a todos: es difícil, pero es el futuro. Hay que hacer la democracia con todos. Somos nosotros los que invi- tamos al cambio. El consenso es un proyecto, una visión”.

Anima que, para empezar, Duque no haya sacado el talonario de cuentas por cobrar del Centro Democrátic­o “a los traidores”. En política no hay santos. Hay troglodita­s, hombres dominados por el hemisferio derecho de su cerebro, el más primitivo y violento, y hay verdaderos estadistas: aquellos capaces de cambiar las sociedades, de llevarlas a su florecimie­nto y a la paz.

Leoluca Orlando citó aque- lla tarde a George Bernard

Shaw: “La experienci­a es el nombre que damos a nuestros errores”. Que Duque, como lo advirtió, sea capaz de pasar la página de la polarizaci­ón, los agravios y las ponzoñas.

“Voy a entregar todas, absolutame­nte todas mis energías, por unir al país. No más divisiones. No voy a gobernar con odios. No existen en mi mente ni en mi corazón venganzas ni represalia­s”.

La unidad no será para eliminar el disenso, el debate, la controvers­ia, el conflicto de ideas. Será para que esa diversidad se tramite con respeto, mientras triunfan los argumentos que identifica­n y convienen a la generalida­d de los ciudadanos. El tiempo dirá qué tanta coherencia mantuvo aquel joven Presidente ■

Duque llamó a la unidad. El tiempo dirá qué tanto vale su palabra.

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