El Colombiano

LA POESÍA

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

Dicen que la matemática es el lenguaje universal, que cuando lleguen los extraterre­stres nos comunicare­mos a través de ella. Pero yo creo más bien que es la poesía. Mi primer libro de poesía fue la Antología Poética de

Luis Edgardo Ramírez. Mis padres me lo regalaron cuando tenía como once años. Era un libro rojo con letras doradas y lo que más me gustaba eran las poesías de Andrés Eloy Blanco: Píntame Angelitos Negros y La Loca Luz Caraballo. Tenía una prima que quería ser poeta, ella se había aprendi- do los poemas de memoria y me dejé empujar por su inercia. En ese momento ni me pasaba por la cabeza escribir, ni entendía mucho para qué podría servir aprenderse aquello. Sólo me gustaba leer, repetir, entonar, con esa ceremonia con la que uno declama, como si lo que estuviera diciendo cambiara el mundo o la vida. Como si al terminar de pronunciar las palabras fueras otra persona o te hubieras trasladado a otra galaxia.

Después vino la adolescenc­ia y tuve otro encuentro con la poesía. En la puerta de mi casa terminaba una relación, de esas que te dejan un poco roto y con remordimie­nto. Él quería. Yo no. Como soy una mujer libre generalmen­te mis historias de amor están llenas de desencuent­ro.

A los hombres les cuesta aceptar a las mujeres que somos así. Tienen que ser demasiado inteligent­es, demasiado valientes. Ese muchacho me entregó una poesía en un papel que estará tal vez en una caja pero que todavía recuerdo. Retazos de lugares comunes pero que eran la expresión de su alma.

Aunque no sé si se pueda hablar de apreciar la poesía. No es como el vino, ni siquiera como las otras formas de literatura. Es algo más parecido al amor, a la empatía, incluso a la relación con la música clásica. Es algo que te mueve adentro y que es inútil definir

Pero lo que queda en mí es que memoricé el soneto 18 de Shakespear­e y Si, de Rudyard Kipling, una de mis poesías favoritas. También me aprendí el soliloquio de Puck, del final de Sueño de Una Noche de Verano, pero ese no era tarea, sino el deseo prematuro de aprender algo que en ese momento no entendía. Lo aprendí sin saber por qué. Para reírme de mí misma tal vez, pronuncian­do mal aquel inglés tan complicado.

Años más tarde escribí mis propios poemas. Poemas de los cuales me avergüenzo, por el simple hecho de que me da miedo desnudar mi alma. Escribí para expresar mi visión del erotismo femenino. Para desahogar un desamor. Para hacer aquello que no me atrevo, declarar un amor y decir adiós. Lo hice porque era inevitable. Como cuando cae la lluvia. No sé si sea buena o mala, seguro terribleme­nte cursi y algo fatalista, pero honesta. De vez en cuando la olvido, pero siempre pasa algo que la trae de vuelta y me obliga a reconocer que mientras haya vida habrá poesía, y mientras haya poesía no se agota la esperanza

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