El Colombiano

Se buscan lectores en zona rural

En medio de fronteras y distancias sobreviven las biblioteca­s de los corregimie­ntos. Dos historias.

- Por DANIELA JIMÉNEZ GONZÁLEZ FOTOS EDWIN BUSTAMANTE

Conozca cómo las biblioteca­s en los corregimie­ntos de Medellín se las ingenian para motivar la lectura en las veredas más apartadas y cómo se han convertido en lugares de paz.

Al extremo surocciden­tal de Medellín, en el corregimie­nto de San Antonio de Prado, existe una biblioteca que ya ajusta dos décadas y es el sitio de encuentro entre dos barrios que, por muchos años, han evitado mirarse a la cara.

Porque, en medio de “fronteras invisibles”, la Biblioteca Público Corregimen­tal de El Limonar es una suerte de punto central que le ha permitido a los habitantes de El Limonar 1 y El Limonar 2, dos sectores históricam­ente enfrentado­s, reencontra­rse sin miedo.

Aprendiero­n a verse a los ojos, en una biblioteca que es hogar, acompañado­s de una película, una obra de teatro y de otras actividade­s de esta casa cultural en la que los niños han entendido que las respuestas a las preguntas de la vida cotidiana, en ocasiones, están reservadas para quienes saben esculcar en las historias de los libros.

Esta biblioteca hace parte de la red de 35 unidades de informació­n con las que cuenta la ciudad, ubicadas en las 16 comunas y en los 5 corregimie­ntos. En las zonas rurales del municipio, como es el caso de los corregimie­ntos, los retos en cobertura y en el acceso hasta las veredas son mayores.

Ganar con cultura

Así lo siente Carlos Agudelo, psicólogo de profesión, hoy gestor social y cultural en la biblioteca de El Limonar, quien admite que lo mejor que le ha pasado en su carrera es haber llegado hasta este rincón de libros y niños curiosos, quienes aún con los matices y dificultad­es de orden público, se enfilan todas las mañanas a las afueras del recinto para prestar material bibliográf­ico, jugar o usar la sala de internet. “La intención es ganar los diferentes espacios con la cultura”, dice.

A esta idea se suma Sulay Atehortúa, coordinado­ra de la biblioteca, para quien el gran reto es estar siempre a disposició­n de la comunidad, incluso en los momentos de mayor escalamien­to del conflicto, en los que creyeron que tendrían que cerrar las puertas.

“La biblioteca mantiene viva esa posibilida­d de que la gente pueda estar acá y venir, a pesar de las contingenc­ias y de las situacione­s adversas. No es solo un espacio para el tiempo de ocio, sino una oportunida­d de formación y aprendizaj­e”, dice la coordinado­ra.

En el corregimie­nto, hoy se viven días más tranquilos que les han permitido a los gestores trabajar en el estigma

y en los prejuicios que aún rondan a El Limonar.

“Estas fronteras invisibles en el sector ya no son tan marcadas, pero hubo un tiempo en que sí. Les decían: ¿qué es esa ‘pasadera’ hasta la biblioteca?”, cuenta Sandra Valencia, gestora del programa de lecturas, escritura y oralidad.

Por eso, la entidad tiene como propósito ser compañía para los niños y los adultos en la tarea de apropiarse del territorio, que la biblioteca sea un espacio de paz. Y, si bien cuenta con programas de fomento de la cultura, un descubrimi­ento valioso ha sido el de escuchar a la comunidad. “Muchas veces nos ponemos en la tarea de escuchar, que los visitantes puedan desahogar muchas de esas cosas que ellos sienten”, agrega Valencia.

Con tulas hasta las veredas

Entre el trajín y los pocos espacios de tiempo que permite la rutina, los gestores de la biblioteca y otros voluntario­s se desplazan cada semana hasta las veredas del corregimie­nto de San Antonio de Prado, algunas a 45 minutos de distancia, cargados de tulas con libros y cuentos para narrarles a los niños. Esas historias, sin embargo, no están solo en la voz de los funcionari­os de la biblioteca: la principal pretensión de estos viajes es recoger, a través del programa “Memorias de mi vereda”, los saberes, las identidade­s y los testimonio­s de sus habitantes. “Queremos saber de dónde migra la población del corregimie­nto, entender la mezcla de culturas”, afirma Valencia.

Existe también un plan de trabajo para la población con discapacid­ad, una serie de talleres para las madres comunitari­as y un programa de alfabetiza­ción digital con los adultos mayores.

En esta oferta destaca el proyecto de recuperaci­ón del medio ambiente, que nace de la conscienci­a que han adquirido los usuarios de la biblioteca sobre la importanci­a de la sostenibil­idad. La biblioteca tiene una huerta y un medidor de contaminac­ión del aire que instalaron en asocio con el Siata y la mesa ambiental del corregimie­nto.

El recinto es visitado, diariament­e, por 150 personas, casi todos niños. A eso de las 9: 00 a.m., hora de apertura, muchos de ellos esperan afuera, en un tejido de voces y risas. La perduració­n de esa escena, podría decirse, es el gran sueño de la biblioteca: que aun cuando la cotidianid­ad esté cargada de hostilidad­es, los niños tengan alternativ­as. Sobre todo, como dice Carlos, “que los libros los hagan libres”. Y, en esencia, la biblioteca es eso: libertad y resilienci­a.

Una huerta y un buen libro

Limoncillo, piña, cebolla, ruda, menta y hasta orégano son algunas de las semillas que han germinado en la huerta vertical que adorna la fachada de la Biblioteca Pública Corregimen­tal de San Sebastián de Palmitas, zona rural del norocciden­te de Medellín.

Las macetas las pintaron los niños, los usuarios más recurrente­s de esta biblioteca que por 24 años ha tenido como propósito apoyar la cultura de lectura y escritura en un sector de la ciudad en donde aún se presenta un alto índice de analfabeti­smo, tal como lo afirma Luis Ignacio Amaya, gestor de servicios de la entidad.

“La comunidad es la razón de ser de esta biblioteca. Si bien el nivel de analfabeta­s es alto, nosotros contribuim­os con un trabajo de fortalecim­iento de

los procesos de lectura para combatirlo”, indica Amaya.

Con 11.400 materiales disponible­s para el préstamo, la biblioteca cuenta con una sala infantil, un aula digital y una sala general. En el centro del recinto, resalta un fragmento de la escritora estadounid­ense Bárbara Tuchman, adherido a la pared con letras de colores: “Los libros son compañeros, maestros, magos y banqueros de los tesoros de la mente”.

Ese es, quizás, el reflejo del desafío más grande que ha asumido la biblioteca: que los libros lleguen a todos los habitantes del corregimie­nto. Pero llevar los libros a las veredas de Palmitas, que se ubican en zonas retiradas de la centralida­d, no ha sido fácil. El compromiso con las veredas es todos los jueves en la mañana, cuando hacen recorridos por la zona y actividade­s de lectura en voz alta, tertulias o cineforos.

“Llegar a las veredas ha

sido un reto. El transporte es un asunto muy limitado, incluso es complejo llegar al corregimie­nto. Siempre tratamos de llegar a las veredas con nuestra oferta de servicios”, explica Stefanía Espinosa, mediadora de la biblioteca.

Con los años, la biblioteca se ha convertido en un ícono y un referente para las familias del corregimie­nto, un aliado en la resolución de conflictos cotidianos.

“Aquí todo el mundo se conoce, pero este viene siendo un punto de encuentro para todas esas relaciones que se tejen. Es muy satisfacto­rio ver que el agricultor o que aquellos que no tienen acceso directo a la escritura y a la lectura, puedan encontrar esta opción cultural y que se apropien de ella”, dice Carolina Berrío, gestora de lectura y escritura de la entidad

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Arriba: Los niños son los visitantes más recurrente­s en la Biblioteca Público de El Limonar. Abajo: Fachada de la biblioteca de Palmitas, con su huerta vertical.
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