HACER LO CORRECTO
Hacer lo correcto no es fácil. Nos lo venden como la salida más obvia, pero no se tarda mucho en la vida para descubrir que los caminos verdes, los atajos, la deshonestidad están al alcance de cualquiera y a veces son un camino expedito para lucrarse y para escalar en sociedades que ponen lo material por encima de los valores. Esa es una de las grandes tragedias que se ciernen hoy sobre la humanidad. ¿Qué nos define? ¿Lo que somos? ¿Lo que tenemos? ¿Cómo lo obtuvimos?
Las sociedades libres y democráticas, casi todas, son producto de guerras sangrientas. De la lucha de pueblos enteros, pero también de élites intelectuales que florecieron durante la ilustración. Fue tan importante el poder como el desarrollo de conceptos fundamentales, entre otros: libertad. Es el producto del trabajo que se hace a través de las humanidades, que definen y promueven los valores y principios que sustentan las sociedades libres y democráticas. Hay otros dos conceptos fundamentales que son la empatía y la honestidad. La empatía es esa capacidad de entender la vida de otra persona. Uno nunca sabrá con total certeza lo que es estar en los zapatos del otro, pero puede llegar a entenderlo. A sentir algo profundo. Una conexión que nos permite mirarnos en la vida de los otros como si fuera un espejo. Y de allí nacen actos de solidaridad y respeto que permiten que las sociedades libres funcionen. La empatía logra que cuando se atropella a alguien la sociedad se levante, comprendiendo que si pisotean los derechos de uno, por más ajena que se encuentre su realidad, mañana podrá ser la nuestra. Así se mantie- ne la justicia y se sustentan los derechos humanos.
La honestidad es fundamental, porque con base a ella es que quienes están al servicio del país y manejan el patrimonio de todos los ciudadanos logran actuar según lo exigen las leyes. Para tomar las decisiones correctas en cuanto al rumbo de la nación no hace falta sólo preparación técnica, la integridad y la honestidad son claves. Cuando no existen tarde o temprano los intereses privados se interponen al bien común y sufren el Estado, el país, el individuo.
El drama de América Latina es la corrupción. Un mal que no conoce ideología, que no es exclusivo de una clase social, de una visión del mundo y se agrava a medida que los líderes se dan cuenta que mientras más corrupto y violento es el aparato que lo sostiene más fácil es so- meter a la población. La pobreza crece con la corrupción y el desarrollo se frena. Y claro está que los pueblos más pobres y menos educados son más fáciles de controlar. El problema de la empatía es que es que para desarrollarla hace falta educación. Porque la empatía viene de la creación de memoria histórica, de la imaginación y del pensamiento crítico. Los seres humanos no nacemos con valores, como si fueran órganos vitales. Rara vez es parte de nuestra naturaleza. Se cultivan a través de la educación, sobre todo de las humanidades. Mientras más corrupción, menos educación, y sin educación no hay empatía. El resultado es un sistema quebrado, en el que a los ciudadanos les cuesta convivir, entenderse, intercambiar ideas