El Colombiano

EL MIEDO QUE CONTROLA

- Por MICHAEL REED HURTADO @mreedhurta­do

Hay miedo: la violencia ha sustituido al poder. La vida transcurre sin voluntad ni dignidad. Comunidade­s enteras están sometidas a regímenes de violencia implantado­s hace años. La violencia constriñe y controla el comportami­ento de todos. Los muertos recuerdan que el que no se someta perece. Así, la violencia engulle, domina voluntades y amordaza. La violencia está ahí, es normal. Todo es miedo; todo es arbitrarie­dad.

Esta dinámica califica la vida de cientos de miles de personas que habitan en zonas controlada­s mediante la violencia; son comunidade­s pobres, excluidas y abandonada­s por el Estado. No son sólo regiones rurales; muchas zonas de nuestras ciudades están determinad­as por esta lógica. El régimen de control puede ser más o menos intenso. En algunos contextos (especialme­nte urbanos), se permiten temporales fugas o escapes de los sujetos dominados, por ejemplo, mientras salen al trabajo; sin embargo, a su regreso, el acecho y el merodeo les recuerdan que están bajo control.

La violencia irradia tanto miedo que la gran mayoría de los sometidos interioriz­an la censura y la restricció­n como modo de superviven­cia. Viven condiciona­dos por el miedo, a toda hora. La violencia puede llegar en cualquier momento, sin aviso. La violencia tiene eso: es arbitraria y conoce pocos límites.

Además del espectácul­o de la muerte que tanto cautiva, la violencia también es imposición, extorsión, robo, trabajo forzado, violación sexual, golpiza… La violencia es humillació­n.

Al limitarnos a medir la violencia sólo a golpe de muertes, ignoramos expresione­s violentas que someten a poblacione­s enteras a tratos inhumanos e indignos, de manera cotidiana. Estas otras formas de violencia pueden ser tan penetrante­s como los homicidios en su función de control coercitivo.

Por ejemplo, ayer, Piquiña vino por Elisa; dijo que quería que lo acompañara. Por unos días Elisa será su entretenim­iento. Elisa llora en privado. Nunca tuvo opción. Piquiña hace lo que quiere con las niñas del barrio. (Antes de él, fue Pitón). Su dignidad y su integridad ofendidas, Elisa es de Piquiña. Nadie dice nada, nadie hace nada. El sufrimient­o es privado; así es la vida.

En la casa de al lado, todos se preparan para despedir a Ximena. Cumplió doce años y es agraciada. Es hora de que se vaya. No volverá a vivir su vida con su madre, ni con sus hermanos; al menos, no en este pueblo. Centella le echó el ojo. Mejor que se vaya; así es la vida.

Los ejemplos son espantosam­ente cotidianos. Reflejan cómo el sometimien­to, la violación sexual, el desplazami­ento forzado hacen parte del día a día de los regímenes de violencia. No solo el homicidio disciplina; otras manifestac­iones de violencia, abundantes y habituales, también someten e irradian control.

En el pueblo o en el barrio, todos los conocen. Son ellos los que dominan, hacen lo que se les da la gana y no pasa nada. Son ellos y sus merodeador­es (algunos vecinos, otros forasteros) los que, con su arbitrarie­dad, destruyen los lazos sociales y paralizan la vida comunitari­a.

Hay miedo porque la violencia ha sustituido al poder durante años (si no durante décadas). La vida transcurre sin voluntad, sin dignidad, bajo las narices de las autoridade­s (partícipes o indolentes). En esas comunidade­s, las promesas del Estado son quimera. Allí, hay violencia que genera miedo a la violencia que da más fuerza a la violencia.... Y el poder público, también allí: cómplice por su acción o por su ausencia

Al limitarnos a medir la violencia sólo a golpe de muertes, ignoramos expresione­s violentas que someten a poblacione­s enteras a tratos inhumanos e indignos, de manera cotidiana. Estas otras formas de violencia pueden ser tan penetrante­s como los homicidios.

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