EL MIEDO QUE CONTROLA
Hay miedo: la violencia ha sustituido al poder. La vida transcurre sin voluntad ni dignidad. Comunidades enteras están sometidas a regímenes de violencia implantados hace años. La violencia constriñe y controla el comportamiento de todos. Los muertos recuerdan que el que no se someta perece. Así, la violencia engulle, domina voluntades y amordaza. La violencia está ahí, es normal. Todo es miedo; todo es arbitrariedad.
Esta dinámica califica la vida de cientos de miles de personas que habitan en zonas controladas mediante la violencia; son comunidades pobres, excluidas y abandonadas por el Estado. No son sólo regiones rurales; muchas zonas de nuestras ciudades están determinadas por esta lógica. El régimen de control puede ser más o menos intenso. En algunos contextos (especialmente urbanos), se permiten temporales fugas o escapes de los sujetos dominados, por ejemplo, mientras salen al trabajo; sin embargo, a su regreso, el acecho y el merodeo les recuerdan que están bajo control.
La violencia irradia tanto miedo que la gran mayoría de los sometidos interiorizan la censura y la restricción como modo de supervivencia. Viven condicionados por el miedo, a toda hora. La violencia puede llegar en cualquier momento, sin aviso. La violencia tiene eso: es arbitraria y conoce pocos límites.
Además del espectáculo de la muerte que tanto cautiva, la violencia también es imposición, extorsión, robo, trabajo forzado, violación sexual, golpiza… La violencia es humillación.
Al limitarnos a medir la violencia sólo a golpe de muertes, ignoramos expresiones violentas que someten a poblaciones enteras a tratos inhumanos e indignos, de manera cotidiana. Estas otras formas de violencia pueden ser tan penetrantes como los homicidios en su función de control coercitivo.
Por ejemplo, ayer, Piquiña vino por Elisa; dijo que quería que lo acompañara. Por unos días Elisa será su entretenimiento. Elisa llora en privado. Nunca tuvo opción. Piquiña hace lo que quiere con las niñas del barrio. (Antes de él, fue Pitón). Su dignidad y su integridad ofendidas, Elisa es de Piquiña. Nadie dice nada, nadie hace nada. El sufrimiento es privado; así es la vida.
En la casa de al lado, todos se preparan para despedir a Ximena. Cumplió doce años y es agraciada. Es hora de que se vaya. No volverá a vivir su vida con su madre, ni con sus hermanos; al menos, no en este pueblo. Centella le echó el ojo. Mejor que se vaya; así es la vida.
Los ejemplos son espantosamente cotidianos. Reflejan cómo el sometimiento, la violación sexual, el desplazamiento forzado hacen parte del día a día de los regímenes de violencia. No solo el homicidio disciplina; otras manifestaciones de violencia, abundantes y habituales, también someten e irradian control.
En el pueblo o en el barrio, todos los conocen. Son ellos los que dominan, hacen lo que se les da la gana y no pasa nada. Son ellos y sus merodeadores (algunos vecinos, otros forasteros) los que, con su arbitrariedad, destruyen los lazos sociales y paralizan la vida comunitaria.
Hay miedo porque la violencia ha sustituido al poder durante años (si no durante décadas). La vida transcurre sin voluntad, sin dignidad, bajo las narices de las autoridades (partícipes o indolentes). En esas comunidades, las promesas del Estado son quimera. Allí, hay violencia que genera miedo a la violencia que da más fuerza a la violencia.... Y el poder público, también allí: cómplice por su acción o por su ausencia
Al limitarnos a medir la violencia sólo a golpe de muertes, ignoramos expresiones violentas que someten a poblaciones enteras a tratos inhumanos e indignos, de manera cotidiana. Estas otras formas de violencia pueden ser tan penetrantes como los homicidios.