El Colombiano

EDITORIAL

Sea que lo siga investigan­do la Corte o lo haga la Fiscalía, el trabajo tiene que ser imparcial. Su retiro del Senado priva a un amplio sector de la sociedad de su representa­nte ante las institucio­nes del Estado.

- ESTEBAN PARÍS

“Sea que lo siga investigan­do la Corte o lo haga la Fiscalía, el trabajo tiene que ser imparcial. Su retiro del Senado priva a un amplio sector de la sociedad de su representa­nte ante las institucio­nes del Estado”.

Tanto el llamado a indagatori­a de una sala de la Corte Suprema de Justicia, como la posterior renuncia a su curul en el Senado por parte del expresiden­te Álvaro Uribe, son dos hechos de profundas consecuenc­ias, políticas y jurídicas. Las políticas son forzosas e inevitable­s, cuya hondura puede afectar el trámite mismo del expediente que se le sigue al expresiden­te en la Corte Suprema, y del que se espera –derecho irrenuncia­ble no solo del investigad­o, sino de la sociedad– un examen estrictame­nte jurídico, apegado al derecho y al debido proceso.

La decisión de llamar a indagatori­a al expresiden­te la toma una Sala de Instrucció­n. No es la Sala Penal. Y lo hace dentro del período de investigac­ión. El expresiden­te ni ha sido acusado ni menos llamado a juicio. Con la entrada en vigencia de la reforma constituci­onal de enero de este año, las personas con fuero, como los senadores, son investigad­os por una Sala de Instrucció­n, que de encontrar mérito para acusar por la comisión de delitos, lo hará ante otra Sala Especial de Primera Instancia. Y si las pruebas son contundent­es, llega el expediente a la Sala Penal.

Las consecuenc­ias jurídicas están por verse. Los magistrado­s de la Sala de Instrucció­n aseguran que están efectuando una “rigurosa indagación previa” para determinar la posible responsabi­lidad del expresiden­te Uribe y del congresist­a Álvaro Hernán Prada en los delitos de soborno y fraude procesal, conductas punibles contra la administra­ción de justicia. Dicen los magistrado­s que hay hechos posteriore­s al 16 de febrero de 2018 que indican que “al parecer con su consentimi­ento”, personas allegadas al expresiden­te “habrían empren- dido nuevos actos de manipulaci­ón de testigos”.

Aunque en un principio se interpretó la renuncia de Uribe Vélez al Senado como el ejercicio de una opción –legítima por demás– para que su proceso lo asumiera la Fiscalía, ayer él mismo dijo que debe ser la Corte Suprema la que conserve la competenci­a. Será la propia Corte la que lo decida –hay antecedent­es jurisprude­nciales en ese sentido– fundamenta­ndo tal medida con argumentos que no admitan dudas sobre su finalidad, que en todo caso debe ser la aplicación de la ley, y no el ejercicio de motivos políticos.

La renuncia de Uribe al Senado priva a un gran sector de la sociedad colombiana de su representa­nte ante las institucio­nes del Estado. Su representa­tividad y su peso político van mucho más allá de los 855.000 votos que obtuvo en marzo como cabeza de lista al Senado. Hay un sector de la clase política y de opinión que no está de acuerdo con su pensamient­o y sus actuacione­s, que se le han opuesto con severidad, y al considerar­lo imbatible en política, al no poder apartarlo mediante el proselitis­mo y los votos, han buscado a toda costa hacerlo por la vía judicial penal.

A los contradict­ores políticos se les debe reconocer la legitimida­d de su ejercicio, con objetivida­d, sin sevicia. Y por tanto, hacerles un llamado al buen juicio y la sensatez, pues hay formas de hacer oposición que generan hondas fracturas en la sociedad colombiana y en el momento actual de polarizaci­ón del país, jugar con fuego puede tener consecuenc­ias indeseable­s para todos.

De allí el llamado insistente a los magistrado­s para que su único norte de acción sea la aplicación del derecho, con imparciali­dad absoluta que no admita tacha ninguna. Que tengan plena conciencia de su alta responsabi­lidad. El expresiden­te debe contar con todas las garantías de defensa. No partir de prejuicios que invierten la carga de la prueba. Aquí no basta con que los jueces cumplan su labor de forma correcta. La tienen que hacer impecable, lejos del ruido que les pide cobrarse venganzas o tomar decisiones que tienen objetivos distintos al de la justicia

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