DISCURSO DE SANTOS ANTE EL CONGRESO
Es de elemental justicia reconocer que en su último discurso el presidente Santos mostró la altura que le corresponde a un jefe de Estado, al cerrarlo con, entre otras, las siguientes palabras: “Este ha sido el resultado de un trabajo en equipo con el Congreso, con las Cortes, con las instituciones del Estado, con más de un millón de servidores públicos, y con los empresarios y los ciudadanos que contribuyeron a acercarnos a esa visión de ser una Colombia en paz, con más equidad y mejor educada. Quedan grandes retos, queda siempre mucho por hacer, y mis deseos más fervorosos son que el gobierno del presidente electo y este nuevo Congreso ten- gan éxito y sigan llevando nuestra nave hacia el puerto del progreso, la justicia social y la paz…”.
Indudablemente el más importante logro del presidente Santos fue haber conducido el Estado colombiano al cierre del conflicto armado con las Farc pese a la radical oposición de la que fue objeto su gobierno, pues un Estado democrático que no logre y mantenga la paz interior tiene en sí mismo un protuberante vacío. Y este empezó a ser llenado de manera evidente y, ojalá, irreversible. Una elocuente muestra fue mencionada por Santos al comienzo del discurso: “El Congreso que dictará las leyes por los próximos cuatro años es un Congreso multicolor, un Congreso pluralista –abigarrado, como diría Gabo–, donde una decena de partidos o movimientos están representados, en un equilibrio entre las tendencias políticas de derecha, de centro y de izquierda, con todos sus matices. Y tiene otras características que dan fe del buen momento de la democracia colombiana: Aquí están –por primera vez– senadores y representantes del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, nacido de la desmovilización y desarme de las Farc”.
“Cuiden la paz que está naciendo”, fue otro de sus mensajes centrales, pero hay que decirlo: hubiera podido entregarla más avanzada y no tan frágil como se la observa hoy. Es que la convocatoria al plebiscito para aprobar el acuerdo fue un error de marca mayor que, entre otros aspectos, puso en evidencia una especie de complejo de inferioridad política del presidente frente a los efectos sobre la opinión pública de la oposición del uribismo e hizo que se perdiera tiempo precioso para acometer de lleno la implementación. De no haber sido así, como Jefe de Estado responsable del orden público y la seguridad, Santos hubiera podido asumir directamente su responsabilidad de firmar el acuerdo ejerciendo después un liderazgo firme, persistente y persuasivo para convencer a los colombianos escépticos sobre la necesidad y bondades de dichos acuerdos. Su talante de demócrata respetuoso de las opiniones contrarias le permitían hacerlo, pero no lo hizo.
Aún más, por el error de convocar el plebiscito y las medidas que tuvo que adoptar para tratar de enmendarlo – negociación con los del No, aprobación en el Congreso etc.– muchos colombianos percibieron que los acuerdos con las Farc fueron en realidad firmados, no por una firme convicción respecto al destino de un país con paz interior, sino por un fin individualista representado en su imagen al momento de la firma, aquella que registraría la historia