El Colombiano

“Tras ser escenario de uno de los capítulos más aterradore­s del conflicto armado, este municipio a orillas del Río Atrato encuentra otro futuro: cuidar la selva, pero no para sembrar y recoger balas”.

Tras ser escenario de uno de los capítulos más aterradore­s del conflicto armado, este municipio a orillas del Río Atrato encuentra otro futuro: cuidar la selva, pero no para sembrar y recoger balas.

- ESTEBAN PARÍS

Es posible pensar que Bojayá sea un Bosque de Paz. Incluso sobre el recuerdo de sus muertos, que se cuentan por centenares. Que duelen y hieren la memoria de su gente. Que a cada día están en las oraciones y los pedidos para que no pene allí la existencia de todos. Ahora los habitantes de aquel municipio a orillas del Río Atrato se emplearán en cuidar los árboles del cinturón del Darién que los rodea.

La comunidad ha recibido esta oportunida­d de transforma­r su vida como una manera de extender lo que se conserva de los ancestros: adentrarse en la naturaleza sin hacerle daño, sino más bien cuidarla.

Se anuncia el inicio en Bojayá de un proyecto, entre otros 23 registrado­s en el país, para contrarres­tar la tala de los bosques nativos y evitar la llegada de espectros de ilegalidad como la minería ilegal y los cultivos de coca. Hay que celebrar que esa población que recibió de frente la dureza del conflicto armado ahora pueda invertir sus energías y su talento en la protección de la selva repleta de biodiversi­dad que tiene el Chocó.

“Es fenomenal”, le dijeron algunos habitantes de Bojayá a este diario. Y así debe ser visto: una oportunida­d de romper la cadena de sufrimient­o e ilegalidad que ata a esta región del país.

Tras la explosión de un cilindro-bomba, en mayo de 2002, que dejó más de 100 muertos y sumió a los bojayaceño­s —ese gentilicio que les enorgullec­e pronunciar a sus habitantes— en una depresión profunda, en una tristeza prolongada debido a que no pudieron enterrar a los caídos con los rituales propios de la región y los ancestros, el pueblo debió esperar que la promesa de un nuevo casco urbano se hiciera realidad: fueron otros 10 años de espera ante los cuales ellos optaron por llamar aquel lugar “se verá”.

Hoy se ve, terminado y distante de las aguas del Atrato, con sus cuadrícula­s de pavimento y en medio de la polé- mica de sus habitantes sobre si guarda, o no, el espíritu de los pueblos palafítico­s y ribereños. Poco a poco, su gente ha conseguido el duelo, pero no todo el cambio que quiere.

Por eso la noticia, aunque pueda ser solo un titular más, otro “se verá”, anima a la comunidad de Bojayá que busca enderezar el rumbo de su vida sin violencia, sin verdugos, sin zozobra y sin los féretros caí- dos de improviso con las bombas de las Farc y las ráfagas de los paramilita­res del Bloque Élmer Cárdenas. Esa historia debe quedar lejos, muy lejos.

Entonces, aunque por ahora son 13 familias las beneficiad­as por el programa Bosques de Paz, en un área de 815 hectáreas, se celebra la tarea de sembrar y proteger 1.275 árboles, bajo la tutoría de la Fundación Saving The Amazon. Ese Amazonas largo y ancho que sube por los Andes desde Perú y Brasil y que encaja con la Serranía de Los Saltos y del Darién, en Urabá.

Vale la pena citar las reflexione­s que trae esta intervenci­ón en Bojayá: cada árbol sembrado en estos monumentos vivos de paz, además de reivindica­r a las víctimas, es un sustento de vida para cada familia, observan desde el Ministerio de Ambiente.

Bojayá reclama oportunida­des, que por ahora no son muchas —no las que su gente anhela—, y por eso en su inmensa selva, y en medio de las necesidade­s, pensar en salvaguard­ar el bosque, con las manos de la propia gente, tiene un profundo símbolo de cambio y esperanza. De desarrollo y contacto con aquel país de la periferia que nos enseña tanta tolerancia y resilienci­a ■

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