“Tras ser escenario de uno de los capítulos más aterradores del conflicto armado, este municipio a orillas del Río Atrato encuentra otro futuro: cuidar la selva, pero no para sembrar y recoger balas”.
Tras ser escenario de uno de los capítulos más aterradores del conflicto armado, este municipio a orillas del Río Atrato encuentra otro futuro: cuidar la selva, pero no para sembrar y recoger balas.
Es posible pensar que Bojayá sea un Bosque de Paz. Incluso sobre el recuerdo de sus muertos, que se cuentan por centenares. Que duelen y hieren la memoria de su gente. Que a cada día están en las oraciones y los pedidos para que no pene allí la existencia de todos. Ahora los habitantes de aquel municipio a orillas del Río Atrato se emplearán en cuidar los árboles del cinturón del Darién que los rodea.
La comunidad ha recibido esta oportunidad de transformar su vida como una manera de extender lo que se conserva de los ancestros: adentrarse en la naturaleza sin hacerle daño, sino más bien cuidarla.
Se anuncia el inicio en Bojayá de un proyecto, entre otros 23 registrados en el país, para contrarrestar la tala de los bosques nativos y evitar la llegada de espectros de ilegalidad como la minería ilegal y los cultivos de coca. Hay que celebrar que esa población que recibió de frente la dureza del conflicto armado ahora pueda invertir sus energías y su talento en la protección de la selva repleta de biodiversidad que tiene el Chocó.
“Es fenomenal”, le dijeron algunos habitantes de Bojayá a este diario. Y así debe ser visto: una oportunidad de romper la cadena de sufrimiento e ilegalidad que ata a esta región del país.
Tras la explosión de un cilindro-bomba, en mayo de 2002, que dejó más de 100 muertos y sumió a los bojayaceños —ese gentilicio que les enorgullece pronunciar a sus habitantes— en una depresión profunda, en una tristeza prolongada debido a que no pudieron enterrar a los caídos con los rituales propios de la región y los ancestros, el pueblo debió esperar que la promesa de un nuevo casco urbano se hiciera realidad: fueron otros 10 años de espera ante los cuales ellos optaron por llamar aquel lugar “se verá”.
Hoy se ve, terminado y distante de las aguas del Atrato, con sus cuadrículas de pavimento y en medio de la polé- mica de sus habitantes sobre si guarda, o no, el espíritu de los pueblos palafíticos y ribereños. Poco a poco, su gente ha conseguido el duelo, pero no todo el cambio que quiere.
Por eso la noticia, aunque pueda ser solo un titular más, otro “se verá”, anima a la comunidad de Bojayá que busca enderezar el rumbo de su vida sin violencia, sin verdugos, sin zozobra y sin los féretros caí- dos de improviso con las bombas de las Farc y las ráfagas de los paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas. Esa historia debe quedar lejos, muy lejos.
Entonces, aunque por ahora son 13 familias las beneficiadas por el programa Bosques de Paz, en un área de 815 hectáreas, se celebra la tarea de sembrar y proteger 1.275 árboles, bajo la tutoría de la Fundación Saving The Amazon. Ese Amazonas largo y ancho que sube por los Andes desde Perú y Brasil y que encaja con la Serranía de Los Saltos y del Darién, en Urabá.
Vale la pena citar las reflexiones que trae esta intervención en Bojayá: cada árbol sembrado en estos monumentos vivos de paz, además de reivindicar a las víctimas, es un sustento de vida para cada familia, observan desde el Ministerio de Ambiente.
Bojayá reclama oportunidades, que por ahora no son muchas —no las que su gente anhela—, y por eso en su inmensa selva, y en medio de las necesidades, pensar en salvaguardar el bosque, con las manos de la propia gente, tiene un profundo símbolo de cambio y esperanza. De desarrollo y contacto con aquel país de la periferia que nos enseña tanta tolerancia y resiliencia ■