El Colombiano

UN MINUTO DE SILENCIO

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

En sesión plenaria del miércoles de la semana pasada, el Concejo de Medellín volvió a tocar el tema del ruido en la ciudad, tercera preocupaci­ón ambiental de los ciudadanos, según la Encuesta de Percepción Ciudadana 2012-2016, dice el boletín de prensa de la corporació­n. Medellín es una ciudad ruidosa: motos sin silenciado­r, carros con motores ensordeced­ores, construcci­ones, fábricas, iglesias evangélica­s, discotecas y bares, donde en general son incapaces de entender que el derecho al trabajo no está por encima del derecho al descanso o a un ambiente tranquilo alrededor.

Aunque se sabe que el ruido altera los nervios y la salud mental, parece que a pocos les importa mantenerse en estado alterado. Uno de los causantes del problema, pienso yo, es que la cultura del ruido comienza, incluso, desde el colegio, con los eventos que usan parlantes discoteque­ros y música a todo timbal, dizque para mantener arriba los ánimos de la muchachada.

El gran error se oficializó con un POT que permite zonas mixtas. A las autoridade­s les parece mucho cuento que la rumba termine a las 2 de la mañana, como si para los vecinos sea suficiente dormir 4 horas (en caso de que se levanten a las 6 de la mañana); y si se trata de un fin de semana, nunca podrán tener un sueño reparador, ni siquiera un domingo.

Supuestame­nte existe una normativid­ad muy completa gracias al programa “Medellín Convive la Noche” que solo algunos cumplen, pero los demás suben la perilla del volumen des pués de que la autoridad ha dado media vuelta en la esquina. El problema de los evangélico­s, ni se diga: pretenden atraer fieles con parlantes discoteque­ros que inundan la tranquilid­ad de la mañana dominical.

¿Y qué les parecen las motos a las que les quitan el silenciado­r? Ni para qué preguntar si la autoridad de tránsito actúa en ese aspecto pues, si lo hace, no se nota. Una vez más el concejo de la ciudad toca el tema y pide lo de siempre: que se impongan los controles, que se tomen medidas con las herramient­as jurídicas y legales que sí existen. Muchos vecinos ya se cansaron de quejarse y emigraron. El derecho al descanso y a un ambiente silencioso, es cada vez más abstracto. Un minuto de silencio por el silencio. ¿Llegará un día en que tocará pagar por el silencio?

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