El Colombiano

“PÁJAROS”: LA MUERTE DEL MITO

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

La recién estrenada película de Cristina Gallego y Ciro Guerra es un manifiesto sobre el mito. Ocurre en el mismo territorio de donde mana el aliento legendario de García Márquez, La Guajira. Úrsula es el nombre de la mama grande en estas dos obras inaugurale­s de la entraña rural colombiana.

Hay una diferencia de tono. “Cien años de soledad” está anclada de principio a fin en la maravilla y el humor como néctares inherentes a la cotidianei­dad. “Pájaros de verano” se enmarca en arias declamator­ias de un profeta anciano. Y se divide en cinco Cantos, a la manera de la Ilíada o la Biblia.

Los codirector­es quieren proclamar algo, sentar un dictamen trascenden­tal. El desierto con su rigor y extremos, les ayuda a sentar una patente conminator­ia.

En días siguientes a su cinta revelación, “Los viajes del viento”, Guerra anunció su deseo de narrar las regiones desconocid­as del país. Se fue al Amazonas y atiborró la pantalla con un guion que resultó suma de excentrici­dades. El golpe publicitar­io internacio­nal de “El abrazo de la serpiente”, le dio fama y fiasco.

Con “Pájaros”, Gallego y él retoman la senda embelesada de “Los viajes”. No es regalado que

Marciano Martínez, el acordeoner­o taciturno de esta última, culmine su correría sabanera en un rancho guajiro donde agoniza un viejo músico. Tampoco que Rapayet, héroe trágico de “Pájaros”, resucite en cada toma el aire sin sonrisa de Marciano.

Retratar un país carente de hazañas fundaciona­les que enorgullez­can a su gente, requiere una subida sensibilid­ad acerca del alma escondida de ese país. Es tarea para mitógrafos. En la arisca Guajira de los años setenta nuestros directores se sorprendie­ron frente a una sociedad sumida por siglos en ritos, talismanes, sue- ños, presagios, en la que los animales dictaminan, los hombres mueren dos veces y las mujeres son fundamento.

Al mismo tiempo se toparon con clanes tostados por arenas que solo cosechan vientos, que los forzaron al comercio llamado contraband­o y a las armas. Saliéndose de una atávica moralidad de honor-familia-palabrapaz, aquellos rasgos del suelo fueron su perdición.

De ahí que este filme trate menos sobre el mito y más sobre la muerte del mito. O mejor, sobre la sustitució­n de un mito por otro. Muere el mito que nos sustenta como seres arraigados en el universo. Nace el mito que nos condena a depender de objetos sin alma

Retratar un país carente de hazañas fundaciona­les que enorgullez­can a su gente, requiere una subida sensibilid­ad acerca del alma escondida de ese país.

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