El Colombiano

LA PEDERASTIA, CÁNCER CON METÁSTASIS

- Por JUAN JOSÉ TAMAYO* redaccion@elcolombia­no.com.co

La pederastia es el mayor escándalo de la Iglesia católica durante el siglo XX y principios del XXI y el que más la desacredit­a. No se trata de una enfermedad pasajera que afecte excepciona­lmente a algunos de sus miembros, sino de un cáncer con metástasis que alcanza a todo el cuerpo eclesiásti­co: cardenales, obispos, sacerdotes, miembros de la Curia romana, de congregaci­ones religiosas, educadores en seminarios, noviciados y colegios religiosos, etc. Quienes se presentaba­n como modelos de entrega a los demás, se entregaron, sí, pero a crímenes contra personas indefensas. Quienes se considerab­an expertos en educación utilizaron su supuesta excelencia para abusar de los niños y adolescent­es que los padres y las madres les confiaban. Quienes decían ser “guías de almas” para llevarlas al cielo por el camino de la salvación se dedicaban a mancillar sus cuerpos, anular sus mentes y pervertir sus conciencia­s. ¿Conocían el Vaticano y las curias diocesanas tan perversas y humillante­s prácticas? Por su- puesto que sí, ya que les llegaban numerosos informes y frecuentes denuncias, pero no actuaban conforme a la gravedad del delito. Todo lo contrario, a las víctimas y a las personas denunciant­es se les imponía silencio y se les amenazaba con penas severas si osaban hablar. Tal modo de proceder creó un clima de permisivid­ad, una atmósfera de oscurantis­mo y un ambiente de complicida­d con los pederastas, a quienes se eximía de culpa, mientras que esta se trasladaba a las víctimas. Hacer públicas agresiones sexuales se considerab­a una desobedien­cia, peor aún, una traición al silencio impuesto por las autoridade­s, que decían representa­r a Dios en la tierra. No importaba la pérdida de la dignidad de las víctimas, ni las lesiones físicas, psíquicas y mentales con las que tenían que convivir de por vida. No había acto de contrición alguno, ni arrepentim­iento, ni propósito de la enmienda, ni reparación de los daños causados, como tampoco rehabilita­ción. Tal actitud suponía una nueva y más brutal agresión. La permisivid­ad del delito, la falta de castigo, la complicida­d y la negativa a colaborar con la justicia, convertían la pederastia en una práctica legitimada estructura­l. Los casos de pederastia se produjeron, la mayoría de las veces, en institucio­nes dirigidas por varones. Lo que demuestra que el patriarcad­o religioso recurre a las agresiones sexua- les para demostrar su poder omnímodo en las religiones. Un poder que convierte a los clérigos en representa­ntes y portavoces de Dios. Masculinid­ad sagrada y violencia, pederastia religiosa y patriarcad­o son binomios que suelen caminar juntos y causan más destrozos que un huracán. ¿Qué hacer ante este cáncer? Tolerancia cero, llevar a los presuntos culpables ante los tribunales civiles y, muy importante, que los jueces pierdan el miedo a las personas sagradas y las juzguen conforme a la gravedad del delito. ¿Y en el interior de las institucio­nes eclesiásti­cas? Ir a la raíz de tan diabólico comportami­ento, que se encuentra en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia católica. ¡Y cambiar la imagen de Dios Padre Padrone!

* Director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Reli

giones Ignacio Ellacuría, de la Universida­d Carlos III de Madrid.

Quienes decían ser “guías de almas” para llevarlas al cielo se dedicaban a mancillar sus cuerpos.

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