El Colombiano

Maratones voraces: destrezas que se adquieren en el sofá

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Hay una teoría que reza que se puede alcanzar virtuosism­o en cualquier disciplina, arte o profesión después de diez mil horas de práctica. Parece una tarea que exige el máximo rigor y una entrega abnegada. Implica, por ejemplo, invertir tres horas diarias durante diez años. En apariencia, solo aquellos de carácter inquebrant­able pueden lograr semejante hazaña y quizás esa sea la razón de que los verdaderam­ente virtuosos sean tan pocos. Sin embargo, me pregunto si la teoría aplica para cualquier tipo de actividad. Hay un acto metódico que en estos tiempos está ampliament­e difundido entre las personas y ninguno de los que se vuelcan a practicarl­o parece reacio a invertir bastantes horas en su práctica consciente e incluso voraz. El acto de ver series de televisión exige el aguante de un corredor de maratones y no es gratuito que se haya elegido ese término para designar la práctica de ver sin cesar, a lo largo de uno o varios días, los capítulos de una historia. En algunos casos, dejarse atrapar por una trama o caer en el encanto de algún personaje nos arrastra a cometer hazañas. Alguien que se haga fanático de debe saber que se enfrentará a 667 episodios que juntos suman aproximada­mente nueve días, dieciocho horas y dieciocho minutos, según una aplicación web (tii.me) que calcula cuánto tiempo pasamos frente a la pantalla. Sin embargo, quedaría un largo trecho por recorrer si se quiere llegar a la meta de las diez mil horas para ser un maratonero experto. ¿Cuál sería el itinerario más efectivo para alcanzar tal despropósi­to? Quizás sirva elegir las series de culto que más tiempo han perdurado, migrando entre las franjas prime time y los horarios muertos, según el rating que reporten. Las dos etapas de la serie inglesa serían una alternativ­a digna para sumar más de mil doscientas horas de práctica. Aunque las generacion­es que crecimos al amparo de la televisión hemos estado bajo el influjo de historias seriales desde hace mucho tiempo y, por lo tanto, el conteo no tiene que empezar necesariam­ente desde cero. Basta sumar las horas en las que

oficiaron de niñeras, para obtener un salvocondu­cto que nos llama a ser más selectivos. Con estas horas de vuelo acumuladas, se puede entonces armar un menú en el que cada uno defina a su antojo la escala de prioridade­s; pues no son las historias más extensas las que reportarán mayor beneficio en la práctica de esta disciplina, sino aquellas que arrojan con eficacia los mejores anzuelos para ensartar nuestras emociones. Así, el hilarante Seinfeld nos dará gozo durante novecienta­s catorce horas y nada nos impedirá sentirnos parte de la manada de si pasamos las mil y una horas que duran sus diez temporadas. No es difícil, como vemos, completar la cantidad de horas que supuestame­nte nos hacen virtuosos. Maratón tras maratón se va sumando. Pero la pregunta es, ¿realmente estamos ganando algo de virtud? No pocos creen que deshilar las horas de la vida frente a una pantalla es un despilfarr­o imperdonab­le. Claro, afuera está el mundo, con todas sus maravillas y sus desastres, pero las series, como la literatura y otras expresione­s de la imaginació­n, nos confrontan con otros mundos posibles, algunos deseables como el de y otros, como en sembrados de atrocidad. Acaso la virtud más deseable que podemos ganar devorando horas y horas de series, de historias, sea la de reconocer a tiempo en cuál de esos mundos nos estamos convirtien­do y levantarno­s del sofá, también a tiempo, para gozarlo o para combatirlo.

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