EDITORIAL
Las perspectivas de las que hablaban algunos analistas nunca se cumplieron. Unasur únicamente sirvió a los propósitos del chavismo antidemocrático. Colombia no podía seguir en ese juego.
“Las perspectivas de las que hablaban algunos analistas nunca se cumplieron. Unasur únicamente sirvió a los propósitos del chavismo antidemocrático. Colombia no podía seguir en ese juego”.
La decisión de dejar de ser parte de Unasur, prometida por el entonces candidato y hoy presidente, Iván Duque, ratificada el pasado 10 de agosto por su canciller, se hará finalmente realidad al haber entregado a esa entidad la carta de retiro. Según los plazos previstos en el Tratado Constitutivo de Unasur, el Estado colombiano dejará definitivamente su incorporación a finales de febrero del año entrante.
Las razones básicas para retirarse de allí son ampliamente compartidas no solo en Colombia, sino en varios países del subcontinente. De hecho, en la pasada campaña presidencial, el candidato Humberto De la Calle también dijo, sin asomo de duda, que de llegar a la Presidencia “nos retiraremos de Unasur”.
Desde el pasado mes de abril, seis grandes países de Suramérica (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú) decidieron suspender su participación, debido a la falta de acuerdo para nombrar un nuevo secretario General (cargo vacante desde enero de 2017) y por el caos administrativo y “graves problemas de disciplina” de la organización interna de la entidad. A tal punto es la irrelevancia en la que ha caído Unasur, su falta de oficio y su vacuidad política, que el presidente de Ecuador, Lenin Moreno, ha reclamado que le devuelvan la sede a su país para ubicar allí una universidad indígena.
Colombia ingresó a Unasur durante el Gobierno del presidente Álvaro Uribe. Aunque con reticencias iniciales, finalmente los presidentes de Brasil, Luiz Inácio “Lula” Da Silva, y de Venezuela, Hugo Chávez, persua- dieron al entonces presidente de Colombia de que este nuevo organismo potenciaría las posibilidades de cooperación política e impulsaría grandes proyectos para el subcontinente.
Más de una década después, el presidente Duque tiene claro en qué consistió, al final, ese proyecto: “fue creada para fracturar el sistema interamericano, y sirvió de comodín para los propósitos de una dictadura”.
El interés de Lula era conformar una entidad en la que su país fuera el líder natural y no tuviera la competencia de otras naciones influyentes como México, Canadá o, naturalmente, Estados Unidos. Y el interés de Chávez no era un secreto: contar con una herramienta adicional para su discurso antiimperialista, supuestamente bolivariano y adicto a las consignas del socialismo del siglo XXI. Durante algunos años les funcionó como caja de resonancia instrumental para sus cometidos, con la ayuda servil de sus secretarios generales, entre ellos el expresidente colombiano, Ernesto Samper.
Desde 2014 no se reúne su Consejo de Presidentes. Ante la dictadura de Venezuela, es de sobra sabido, ha permanecido impávida, cómplice. Los desafueros y la crisis humanitaria no han merecido una sola condena. No había una sola justificación para seguir siendo parte de esa entidad.
¿Quedará Colombia, como anuncian algunos, aislada políticamente de sus vecinos? No. No es verdad que se aísle al retirarse de una entidad que, de hecho, está moribunda. Habrá que esperar si los países que tienen suspendida su participación dan el paso de retirarse, pues no tiene ningún sentido seguir allí así sea nominalmente, aportando al presupuesto de una burocracia estéril y costosa.
Para Colombia, entre otras cosas, puede ser la oportunidad para evaluar su participación en otras entidades multilaterales internacionales que acarrean grandes costos presupuestales y cuyo beneficio no va más allá del amparo burocrático de cabilderos expertos en discursos y documentos inanes