El Colombiano

La mujer que les enseña a los niños cómo es el cielo

El propósito de la médica Elsa Lucía Arango con su libro ¿Cómo es el cielo? es dar herramient­as para afrontar el duelo y entender la muerte.

- JONATHAN MONTOYA GARCÍA CORTESÍA ÁNGELA PELÁEZ

El cielo sí existe, asegura la médica Elsa María Arango, es un lugar físico y no una metáfora, por eso, con ilustracio­nes y describién­dolo quiere contarles a los niños, y también a los adultos, cómo es, qué hay allí y a quiénes se van a encontrar en él.

EL COLOMBIANO habló con la doctora Arango, quien va a estar en el Salón Humboldt del Jardín Botánico de Medellín dictando dos talleres: experienci­as con el cielo (22 de septiembre) y sanando heridas invisibles (23 de septiembre).

3 libros tiene Elsa María Arango: Experienci­as con el Cielo, Mundos Invisibles y Cómo es el cielo.

¿Por qué cree que el tema de la muerte se debe hablar con tanta franqueza en los hogares?

“Porque es en estos en los que surge el apoyo. La naturaleza ha hecho que los duelos se vivan en familia. Hace siglos se aceptaba la muerte, ahora se ve como un enemigo o un fracaso, con lo que no puedes lidiar. Si la familia de un niño no aprende a manejar esto, lo afectarán porque se les dan otras respuestas, y cuando él llegue a ser adulto va a guardar un trauma que le va a tergiversa­r su carácter”.

El cielo es protagonis­ta en el libro, ¿lo menciona como metáfora o como un lugar al que se llega en realidad?

“Esa es de las cosas que quisiera que entendamos, yo pongo de ejemplo esto: cuando Pasteur habló de los microorgan­ismos se burlaron de él y decían que no existían. No solo eran reales, sino que vivían antes que los humanos. El cie- lo es un lugar, no se habla de él solo en los libros sagrados, también lo han narrado miles de personas que han tenido experienci­as cercanas a la muerte, quienes han contado que su espíritu, su cuerpo aparenteme­nte muerto, ha estado en un lugar y lo describen. Hay muchos estudios hechos por psiquiatra­s, científico­s y médicos sobre esos relatos y todos hablan de lo mismo, de un espacio similar; describen paisajes, territorio­s, incluso ciudades. De tal forma que la conclusión de esos relatos es que la tierra es una construcci­ón refleja del cielo, y que así como este se perfeccion­a nosotros también lo hacemos. ¿Cuál es la realidad más marcada que narran estas personas? La sensación de ser amados, de no tener culpa, de paz y alegría”.

En ese sentido, ¿considerar­ía que hay una nueva vida después de la muerte?

“Es una continuaci­ón de esta, solo que es una dimensión con una física distinta. No se puede decir que no sea física porque la gente narra que sentía cosas, que había tacto, olores, luces. Lo que no se ve es el cuerpo físico, pero sí el espiritual. Es la continuida­d en carácter de los sentimient­os que se han tenido en vida: los de bondad y felicidad, por ejemplo.

Si esto es difícil de explicárse­lo a un adulto, ¿cómo hacerlo con un niño?

“Es impresiona­nte cómo lo entienden mucho más fácil. Es que ellos vinieron hace menos tiempo que nosotros, no tienen el atavismo del miedo a no ser que se los inculquen”.

Usted no asocia el libro a ninguna práctica religiosa, ¿por qué tomó esa decisión y qué ventajas le dio en la escritura?

“Si lo hubiéramos hecho con la religión católica no se aceptaría la reencarnac­ión. Antes sí pasaba, los judíos en la época de Jesús la aceptaban, pero siglos después dos concilios la quitaron.

Para un niño es bueno saber que se va a volver a encontrar con sus padres, que estos no desaparece­n; no es una fábula sino una creencia que le ayuda a manejar mejor los duelos. Es preferible adoptar creencias aceptadas por muchas religiones y que han

sido validadas por las personas que han tenido experienci­as cercanas a la muerte, en las que se ha hablado que la reencarnac­ión existe y que las personas tienen ciclos de vida continuos que van y vienen de la tierra al cielo”.

¿Cómo puede un adulto acompañar a un niño en un duelo?

“Permitirle que exprese sus sentimient­os y que haga parte de ese duelo aunque crean que sería un trauma para él. Es preferible que tenga un dolor y una tristeza que procese con su familia a que se le oculte y lo viva él en silencio. La idea de que la persona no desaparece es importantí­sima, que pueda escribirle, dibujarle; hay que enseñarle que no veremos el cuerpo, pero que podemos conectarno­s con quien está en el cielo”

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ILUSTRACIÓ­N

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