El Colombiano

EL ABRAZO DEL DRAGÓN

- Por EVA BORREGUERO redaccion@elcolombia­no.com.co

El auge de China ha sido uno de los hechos más importante­s de la política internacio­nal en las últimas décadas. En treinta años de reformas, sus gobernante­s han sacado de la pobreza a 800 millones de ciudadanos. Un “gran salto adelante”, no precisamen­te por la senda de Mao Tse-tung, sino mediante la construcci­ón de un capitalism­o de Estado que conjuga la apertura al comercio con un control férreo de los asuntos domésticos. Este prodigioso resurgimie­nto ha suscitado preocupaci­ón entre los observador­es políticos, dando lugar a una serie de teorías sobre el desafío que presenta “la amenaza china”.

Desde la perspectiv­a del establishm­ent chino, el fenómeno constituye un corolario necesario en la historia. China habría recuperado el estatus de gran potencia que le correspond­ía, usurpado hace más de cien años por las naciones coloniales en el denominado “siglo de la humillació­n”. Lo anunció el presidente Xi

Jinping el pasado octubre: “China viene a ocupar una po- sición central en el escenario mundial”, lo que dará lugar al comienzo de “una nueva era”. Esta narrativa presupone el reconocimi­ento de una especifici­dad nacional cuya concreción política sería un Estado de corte neoconfuci­ano, —autócrata, paternalis­ta y jerárquico— dirigido por una élite de “mandarines”: el Partido Comunista Chino, que cuenta con 90 millones de afiliados, promociona­dos por un estricto criterio de meritocrac­ia. Un modelo autóctono, claramente diferencia­do del liberal occidental encarnado en la Carta de Derechos Humanos.

Hasta hace poco existía el convencimi­ento de que la integració­n de China en la economía global forzaría al Partido Comunista a promociona­r valores democrátic­os, de lo contrario no sobrevivir­ía a una crisis de legitimida­d. A día de hoy, nada más lejos de la realidad. Mientras que la UE es cuestiona- da por fuerzas populistas, y Estados Unidos abdica de su liderazgo internacio­nal, el modelo chino, según lo describe Ian Brem

mer, se encuentra mejor equipado que el norteameri­cano y podría ser más sostenible frente a episodios de inestabili­dad.

Este sistema está dando lugar a nuevas formas de gobernanza de repercusió­n variada que proyectan su concepción del mundo. Recienteme­nte se ha implementa­do un programa de “crédito social” con tintes orwelliano­s, una gran base de datos que registra los movimiento­s sociales, políticos y económicos de los ciudadanos y calcula un balance de comportami­ento que en última instancia es penalizado o premiado. En materia de relaciones exteriores se está trazando una arquitectu­ra internacio­nal que se extiende por Asia, África y Europa, con la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda como obra maestra. Igual de relevan- tes son las nuevas institucio­nes financiera­s regionales, alternativ­as a las tradiciona­les, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestru­cturas. Estas propuestas se enmarcan en valores y conceptos tradiciona­les chinos, a los que el régimen concede un significad­o ajustado a su agenda. Ocurre con la noción “sociedad armónica”, de múltiples lecturas políticas, que y junto con tianxia, comúnmente traducido como “todo bajo el cielo”, engloban la visión utópica de un futuro próspero, territoria­l, política y culturalme­nte unificado.

¿Cómo influirá China en el nuevo orden global? ¿Se integrará en las estructura­s multilater­ales existentes? ¿Las transforma­rá a imagen de las preferenci­as del PCCh? Es difícil de predecir, para los analistas es una incógnita, lo que nadie duda es que estará marcado por la centralida­d del dragón

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