El Colombiano

LA REVOLUCIÓN DE AMLO

- Por JORGE RAMOS redaccion@elcolombia­no.com.co

Si algo saben los mexicanos es que Andrés Manuel López

Obrador es una persona que no se deja. Persistent­e, le llaman sus amigos. Terco, sus enemigos.

Durante doce años intentó ser presidente hasta que lo logró. Venció persecucio­nes políticas, al menos dos fraudes y a todo un sistema que desde 1929 se había resistido a un cambio verdadero.

Su victoria fue impresiona­nte. López Obrador fue el candidato puntero meses antes de las elecciones del 1 de julio, aun así muchas encuestas subestimar­on su popularida­d: ganó con más del 53 por ciento del voto. Sus críticos acusaban a AMLO, como muchos lo conocen, de ser populista, comunista e, incluso, de tener un plan maquiavéli­co para atornillar­se en el poder y convertirs­e en un nuevo dictador. Pero sus detractore­s no tuvieron éxito.

Así es como México se fue a la izquierda.

La explicació­n del triunfo de López Obrador no es muy complicada. Solo dos partidos, el Partido Revolucion­ario Institucio­nal ( PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN), han gobernado México por 89 años, con resultados desastroso­s. México tiene una de las peores distribuci­ones del ingreso del mundo. La corrupción es parte de la forma de gobernar; el estilo de vida de muchos políticos y expresiden­tes no correspond­e a la suma de sus salarios públicos. Y, lo peor de todo, es que el gobierno ya no puede proteger la vida de los mexicanos.

Por eso más de 30 millones de mexicanos votaron por López Obrador.

Será, sin duda, un presidente fuerte. Su partido, Morena, que ni siquiera existía en las elecciones de 2012, ahora tendrá mayoría en ambas cámaras del Congreso. Además, casi todos los gobernador­es nombrados el pasado 1 de julio son de Morena. Incluso, si quisiera cambiar la Constituci­ón, tiene más posibilida­des de hacerlo que varios de los presidente­s que le precediero­n.

López Obrador nunca ha dicho que quiere cambiar la Constituci­ón y buscar la reelección. Sin embargo, eso no tranquiliz­a a sus opositores. Estas son algunas de las preguntas que han agobiado a los votantes desde el resurgimie­nto político de López Obrador: ¿podría México seguir el mismo camino que Cuba y Venezuela? ¿Y si se parece a Hugo Chávez y

Nicolás Maduro? ¿Buscará la reelección?

Esto último es poco probable. En el ADN mexicano está la frase “Sufragio efectivo, no reelección”, que prohibe extender los seis años en la presidenci­a. Nadie en México quiere a otro dictador como

Porfirio Díaz. Los más de treinta años del Porfiriato, que precediero­n y dieron lugar a la Revolución mexicana, conforman uno de los grandes traumas en la historia de México, y su mejor lección. Incluso en la época del autoritari­smo del PRI, que gobernó a México de 1929 a 2000, nadie se atrevió a quedarse en el poder más de un sexenio.

La democracia no se come ni protege de los balazos. Es cierto. Pero el gran reto de López Obrador es comprobar que en un México verdaderam­ente democrátic­o se puede vivir mejor, sin que te maten. A pesar de las enormes reservas que hay en el país respecto a la democracia, el cambio radical que se acaba de vivir se dio de una manera absolutame­nte democrátic­a. Sin violencia, en paz y en un domingo de elecciones.

López Obrador inspiró a sus votantes. Esto se evidenció en el uso de #AMLOVE en las redes sociales en anticipaci­ón a las elecciones. Después de ganar, López Obrador prometió no fallar a quienes votaron por él. Pero no será fácil.

Alrededor de 200.000 personas han sido asesinadas en los últimos dos sexenios y los brutales carteles de las drogas han generado un verdadero vacío de autoridad en varias regiones del país. Pero su grito de campaña fue contra la corrupción.

No me queda la menor duda de que la derrota del PRI se debió a una especie de venganza, casi personal, de los votantes. La larga lista de gobernador­es priistas involucrad­os en casos de corrupción fue aún más indignante y dolorosa por la ceguera presidenci­al.

Pero no debemos verlo como un salvador. Cambiar a México es imposible para un solo hombre, aun cuando tenga la mejor de las intencione­s.

Esto me recuerda el dilema que durante años tuvimos los latinos de Estados Unidos con el gran líder César Chávez. Durante mucho tiempo nos preguntába­mos: ¿dónde está el nuevo César Chávez? Pero era la pregunta equivocada. No necesitába­mos a un César Chávez, sino a miles.

Lo mismo ocurre en México. No basta López Obrador para cambiar a México. Se necesitan miles de mexicanos para lograrlo. Se necesitan millones. México ya no es país de un solo hombre

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