MASCULINIDAD TÓXICA
En los Estados Unidos, parecía que los republicanos tenían en el bolsillo el nombramiento de
Bret Kavanaugh como juez de la Corte Suprema, hasta que una mujer, una profesora de sicología en la Universidad de Stanford, acusó al juez de haber tratado de violarla cuando los dos estaban cruzando secundaria. En aquel entonces la víctima era una menor, solo tenía 17 años.
La próxima semana, probablemente, la profesora Christine
Blasey Ford será escuchada por los miembros de la comisión de justicia del Senado. Al final, es probable que Kavanaugh sea nombrado de todas formas, independientemente del testimonio de su víctima, gracias a que el partido Republicano ( que cada vez más se está convirtiendo en el partido de Trump) es aun mayoritario en el Congreso. De hecho, con pocas excepciones, los legisladores republicanos no han tenido problemas para demostrar su fidelidad al presidente, al cual 15 mujeres han acusado de conducta sexual inapropiada, y quien admi- tió haber pagado más de cien mil dólares por el silencio de una actriz porno con la cual tuvo relaciones sexuales.
Una vez más, esta historia ha puesto al descubierto una masculinidad tóxica de la cual siguen impregnados los círculos de poder. Es suficiente leer algunos de los comentarios compartidos en las redes sociales para percibir la incapacidad de empatía que las mujeres padecen a diario. Por ejemplo, Ari Fleischer, quien fue el portavoz de George
W. Bush, se preguntó, “¿debería un asalto sexual hecho en secundaria negarnos oportunidades en el futuro?”. Franklin Gra
ham, hijo del célebre pastor cristiano Billy Graham, se atrevió a decir que un intento de violación no es un crimen, y que Kavanaugh respetó a su víctima porque no llegó a consumar el acto. Finalmente, el presidente Trump ayer atacó a Blasey Ford escribiendo en su cuenta de Twitter, “No tengo dudas de que, si el ataque a la Dr. Ford fue tan malo como ella dice, las acusaciones se hubieran presentado de inmediato ante las autoridades locales del orden público por parte de sus amados padres. ¡Le pido que traiga esos documentos para que podamos conocer la fecha, hora y lugar!”.
Todas estas declaraciones demuestran una absoluta ignorancia acerca del trauma que las víctimas de violación sexual sufren, una incapacidad total de empatía, un perverso deseo de dominio, y la convicción del tener el derecho a controlar a las mujeres. Finalmente, estas son las mismas predisposiciones que caracterizan también al feminicidio.
Todo esto debería llevar a que nosotros, los hombres, nos cuestionemos esta masculinidad tóxica y nos negamos a personificarla, a que profundicemos el diálogo con las mujeres, comprometiéndonos a practicar la escucha, que presupone el silencio no solamente de las cuerdas vocales, sino también de la presunción de conocer cuál es la experiencia de una mujer. En lugar, comprometerse a entablar un diálogo que interrumpa los hábitos de nuestros prejuicios, reconociendo en la mujer a un socio igualitario de co-creación. Llegar a esto no es la práctica de unos días; es una actitud de vida, que requiere tomar conciencias del machismo que habita dentro en uno
Esta historia ha puesto al descubierto una masculinidad tóxica de la cual siguen impregnados los círculos de poder.