SOBRE LA MARRULLA
Estación Desquite, a la que llegan los marrulleros, gente que amablemente responde a todo sin llegar nunca al centro, pero sacando provecho de la pregunta para hacerse a la sombra del poder y ganar puntos con la respuesta. Y en caso de que esta se le venga encima, entonces usa cualquier embeleco para salirse del enredo y así gana tiempo o simplemente hace mutis mandando un saludo afectivo al que sea, total, quien ejerce la marrullería es un buen actor y carece de vergüenza, igual que el Guasón, el archienemigo de Batman. Y en este ejercicio de la marrulla, la realidad se moldea, se estira y encoge y hasta desaparece, pues la palabrería es cosa de circo y de magos que sacan un sombrero de una paloma, dado que el absurdo es el material que lo permite todo: la contradicción, el escondite, el síndro- me de Lampedusa (variar las condiciones con la mentira). Y esto de la marrulla proviene también de la zalamería, que como adjetivo las abuelas tenían por sospechoso.
La palabra, cuando no está escrita, tiende a quedar en el aire y por eso puede moverse como un avioncito de papel, una serpentina o una pompa de jabón. Y esa palabra sin registro para el análisis, suelta como una bailarina, usada para crear opinión y no criterio, abunda en estas tierras de cambios climáticos, olvidos rápidos y demasiados vientos encontrados, criándose en los medios sonoros en calidad de organismos mutantes, aparentes, que no dejan ver lo que sucede, sino que lo mueven hasta deformarlo o volverlo una simple caricatura con más borrones que trazos. Por esto no estamos enterados de nada, dado que a través de la marrulla lo que es deja de serlo y, entonces, de un dato se salta a otro que nada tiene que ver con el primero, lográndose un jugo tropical en el que hay de todo, sin que nadie note el mosco.
La marrulla, como la guanábana, que de un color pasa a su extremo (nunca se la ve madurar), ya existía en América y de España llegó cargada con especias, lo que la engordó más, esparciéndose como polen mejorado para enseñar el desquite, aplicarlo y, como esas guacamayas de múltiples colores, aposentarse en medio de aleteos y haciendo ruido. Y bueno, la historia se plagó de marrulleros (por estos días releí la biografía de Rafael Nuñez, de Indalecio Liévano Aguirre), desordenando las administraciones, perforando al Estado y creando un ambiente de marrullería casi mágico y atento a que lo que pasa, no pase.
Acotación: cuando jugaba béisbol, la marrullería hacía parte del juego: señales de pítcher a cátcher, amague de pasar de una base a otra, curvas en la tirada, toquecito, quietud viendo pasar los strikes. Y bueno, a más de batear lo que mandaba era la malicia. Y ahí estamos, en un juego de innings que no termina
La palabra, cuando no está escrita, tiende a quedar en el aire y por eso puede moverse como un avioncito de papel, una serpentina...