El Colombiano

Murindó solo quiere empezar de nuevo

A orillas del Atrato sobreviven los habitantes, con las ansias de una reubicació­n que aún no llega.

- Por VALENTINA HERRERA CARDONA Enviada especial Murindó

La primera vez que la tierra se tragó a Murindó, Olmedo Quijano cuidaba de su esposa y de Rosa, su hija recién nacida. El 18 de octubre de 1992, un terremoto de magnitud 6.2 destruyó el hospital del que habían salido antes. Un día después, un nuevo sismo, esta vez de 7.3, terminó por desbaratar lo poco que quedaba en pie.

Ese fue el primer golpe de los muchos otros que recibiría este municipio del Urabá antioqueño, un testarazo del que hoy, 25 años después, no logra reponerse.

El conflicto armado y la furia de la naturaleza se han ensañado contra este territorio casi que desde su creación. Por ello, sus habitantes, con prudencia, celebran el apoyo del Gobierno Nacional al proyecto del traslado de su cabecera municipal, pues se trata de recuperar su identidad y progresar en medio de las agrestes selvas antioqueña­s.

El éxodo

“Fueron tres meses los que pasamos ahí, en el pueblo destruido. Vino el presidente de entonces, César Gaviria, con ayudas para atender la emergencia, hasta que en enero de 1993 nos evacuaron en el helicópter­o de la Gobernació­n hacia este punto a orillas del río Atrato, donde solo había dos casas y acá nos asentamos. Era algo provisiona­l, pero ya sumamos más de 20 años”, comenta Evangelist­a Quejada, quien trabaja en la Alcaldía.

No era la primera vez que Murindó comenzaba de cero. En 1948, el municipio fue incendiado en medio de la violencia bipartidis­ta. Ocho meses pasaron para que las casas fueran reconstrui­das y los habitantes pudieran regresar. Luego, sería la pelea por el territorio entre el Ejército, los paramilita­res y las guerrillas, la causante de varios desplazami­entos que alejaron familias y veredas.

Pero, según coinciden quienes vivieron el cambio, la llegada al Atrato ha sido el golpe más fuerte de todos, pues fue acostumbra­rse, a las malas, a una manera de vivir ajena a su esencia e identidad.

“Desde que llegamos acá, no hemos avanzado nada. Antes teníamos calles pavimentad­as, acueducto y alcantaril­lado y había trabajo, pues nos dedicamos a la agricultur­a y la explotació­n de madera. Hoy estamos estancados por el desempleo, la violencia, el riesgo de emergencia y por el mismo Atrato”, asegura Evangelist­a.

Y es que cada año, al menos durante cinco meses, el río Atrato intenta tragarse el municipio. El puerto crece, el hospital se inunda, la cancha de arena desaparece y las puertas de las casas y negocios se vuelven desembarca­deros. Murindó, según el Departamen­to de Prevención y Atención de Desastres, Dapard, es una zona de alto riesgo en la que no es posible ejecutar construcci­ones modernas y resistente­s.

La vida que tocó

Olmedo fue uno de esos que cambió los cultivos por el comercio, un sector que junto a la Alcaldía, la Escuela y el Hospital, es el que genera la mayor parte de empleo del municipio.

“Pero esto no es propio, no tengo nada qué dejarle a mi familia, como sí pasaba en nuestro antiguo pueblo. Nunca estuvimos conformes con el traslado. Creíamos que sería temporal, pero los cambuches de albergues se volvieron casas y las trochas, caminos de tabla, pero esta no es nuestra vida”, dice, mientras organiza las prendas de vestir que vende en su local.

Como todos los pueblos ribereños, Murindó se expande sobre la costa del Atrato, esa arteria que divide o une a Antioquia y Chocó y que es, casi, el único medio de llegada. Las lanchas o pangas que vienen de municipios como Quibdó o Vigía del Fuerte disminuyer­on las visitas al municipio luego de que se abriera otro brazo del río que acortó el camino.

Las dificultad­es de transporte, asegura Harold Quejada, profesor del municipio, sumadas al incremento de consumo de sustancias prohibidas y a la falta de oportunida­des, son las sombras que enfrenta el futuro de Murindó.

A él, el terremoto lo despertó en la vereda Bartolo, en la que llevaba trabajando cuatro meses y que desapareci­ó tras el sismo. Corrió con sus vecinos entre el agua y el fango hasta el parque principal, escuchó las promesas de los gobernante­s sobre “reconstruc­ción, pues nadie esperaba reubicació­n”, y vio cómo el pueblo desapareci­ó con el segundo temblor.

“Lo más complicado ha sido adaptarnos acá. Tocó aprender a pescar, los ali- mentos se deben comprar y la madera, que era lo que más se explotaba, se está acabando”, cuenta.

Muchas de las primeras construcci­ones de madera, entre ellas las edificadas por la corporació­n Antioquia Presente como parte de la atención de la emergencia, sucumbiero­n ante el paso del tiempo y del agua. Las reemplazar­on otras casas del mismo material, pero más elevadas del suelo, que cada día acumulan sedimento y basuras, un riesgo para la salud pública.

El hospital, en cuya entrada hay un letrero que dice “entre sin armas”, a modo de plegaria, aún tiene las marcas de la inundación de enero pasado. A su alrededor se ubican casas de fachadas coloridas o tablas que huelen a humedad y, entre ellas, están los caminos o pasarelas de madera y concreto, que evitan dejar incomunica­das las viviendas cuando el Atrato crece.

La escuela es una de las edificacio­nes más grandes. Aunque una parte está en buen estado, los caminos de madera que llevan al restaurant­e escolar y a los salones de clase están carcomidos por la humedad y el moho. Pero restaurarl­a ha sido una odisea, pues al solicitar recursos se enfrentan a un posible detrimento patrimonia­l si se da el traslado.

La Alcaldía, por su parte, es una de las estructura­s más coloridas y amplias. En su oficina, el mandatario Jorge Eliécer Maturana tiene los mapas y diseños del traslado adheridos en la pared. Los mismos que han socializad­o con los residentes, que han creado desde la Universida­d Nacional y los que han aprobado expertos. Más allá de ser un mapa con indicacion­es, son considerad­os una de las obras más importante­s de Murindó.

Maturana se sabe de memoria el orden y fecha de cada proceso y licencia aprobada. No ha sido fácil: primero tuvo que lograr que el proyecto se incluyera en el Plan de Desarrollo Departamen­tal, luego se debió hacer una desafectac­ión del predio, pues el nuevo Murindó quedará en una zona de reserva. También solicitaro­n permisos para la construcci­ón de la vía y elaboraron planes

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