EL PAÍS DE LOS HIJOS ACRIBILLADOS
País que a tantos hijos les ofreces por patria un cementerio.
Ver aquellos cuerpos, con las cabezas o las espaldas deshechas por las balas, te hunde en el recuerdo de un país acribillado y sin chance para huir.
Médicos, abogados, jueces, periodistas, obreros, campesinos, muchachos de esquina, todos tendidos, regando de sangre el pavimento y el potrero, las ciudades y los campos. Caídos a unas cuadras de la escuela de medicina, de las puertas del juzgado, de las redacciones, de las maquilas y del arado. Muertos, todos, de un país remuerto, que intenta resucitar, pero que repite la agonía, el llanto, el odio, esa mirada impune de los pistoleros y sus jefes. Una patria tuerta que respira dolor e indiferencia. Silencio y fiesta.
Acaban de caer tres geólogos en Ochalí. Fusilados por una cuadrilla que emergió de la madrugada a fulminar humanidades. Veo a esos muchachos en la portada del diario popular y vuelvo a los rincones del país donde fui tantas veces a contemplar la recogida de nuestra inagotable cosecha de muertos. En El Naya, en San Carlos, en Apartadó, en El Catatumbo, en Tierralta, en Villa del Socorro, en París... A la vuelta de la casa, a la entrada del supermercado. En las baldosas de la taberna.
Veo a Laura Alejandra Flórez Aguirre y la imagino en la fría y alta noche de Ochalí mientras trata de esquivar lo que ya es inevitable: el disparo y su fogonazo segador. Tanta vida, toda su vida, y la de sus padres, y la de los que la querían, cortada a pico de fusil. Advierto la miseria que cargan en las manos y las alforjas esos asesinos que escogen las horas en que otros sueñan para estrangular sus caminos.
Debajo de Laura, la foto de Henry Mauricio y la de Camilo Andrés. También asaltados mientras iban por los rincones del mundo, batiendo en las células los misterios del pasado, los sonidos de la jornada. Tres historias, que apenas se escribían, rotas por el plomo, quemadas en la hoguera de sinrazón y crimen que consume este país.
Quién quiere tener hijos en una nación que los desprecia, que les roba el aliento con sobrada cobardía y brutalidad. Otros tres jóvenes-mártires para el álbum de los acribillados, para la galería de cruces clavadas en las terrazas de una violencia que sufrimos en oración y rabia. En la tortura de remembranzas y ausencias.
Tierra salvaje, bestial. Donde niños y muchachos mueren en el alba de la vida. Donde muy temprano los persiguen las sombras del puñal y del cañón. Donde se secan de fiebre, de diarrea, de vómito. Donde mendigan un trago de agua, una miga de caldo.
Ahhh, país que fusilas, sin preguntar y sin piedad, igual a bárbaros e inocentes, y que a tantos hijos les ofreces por patria un cementerio