El Colombiano

NO A SER SERVIDO, SINO A SERVIR

- Por GABRIEL JAIME PÉREZ gjperezsj@colsanjose.edu.co

Los primeros discípulos de Jesús confundier­on inicialmen­te a su Maestro con un líder que no sólo los libraría de la dominación romana que padecían, sino que además les daría a ellos, sus elegidos, una cuota importante de poder en el “reino” que les había dicho que venía a establecer.

Por eso, para que se bajaran de esa nube, Jesús les anunció lo que verdaderam­ente implicaba el cumplimien­to de su misión como Mesías (Marcos 9, 30-37): entregar totalmente su vida como consecuenc­ia de solidariza­rse hasta lo último con los pobres, los oprimidos, las víctimas de la injusticia y la violencia.

Y cuando sus discípulos discutían quién de ellos era el más importante, Jesús les dice: “el que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos” ¿Cómo? Pues disponiénd­ose a ser servidor en lugar de dominador. En otros pasajes evangélico­s paralelos al de Marcos (los de Mateo y Lucas), Jesús añade: “porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida”.

Esta actitud de servicio nos conecta con la imagen del servidor que entrega su vida, anunciado seis siglos atrás en el libro de Isaías, y con la del justo descrito unos cincuenta años a. C. en el libro de la Sabiduría, que por solidariza­rse con las víctimas inocentes de la injusticia les resulta incómodo a quienes obran el mal.

Los pobres, los humildes, los sencillos, son simboliza- dos en los Evangelios con la imagen del niño que necesita el cuidado amoroso de sus padres. Este es el sentido de la frase de Jesús que dice: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. En otras palabras, acoger al desvalido es acoger a Jesús mismo, y por lo mismo al Dios verdadero que quiere a todos sus hijos como un padre amoroso o una madre amorosa.

Pidámosle entonces un corazón dispuesto siempre a amar y servir preferente­mente a los necesitado­s, para que así podamos ser verdaderam­ente felices al participar en el reino de Dios que Él vino a establecer: un reino de amor, de justicia y de paz

Los pobres, los humildes, los sencillos, son simbolizad­os en los Evangelios con la imagen del niño que necesita el cuidado amoroso de sus padres. Acoger al desvalido es acoger a Jesús mismo, y por lo mismo al Dios verdadero.

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