HAY QUE ALIMENTARLA
“La serpiente me sedujo y comí”: La confesión de Eva ante la pregunta inquisidora de Yahvé en el comienzo del Génesis. La tentación, la seducción vino de algo mucho más profundo que la carne y todavía más peligroso: el conocimiento. “Es que Dios sabe muy bien que el día en que comas de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Y por eso la mujer comió. De ahí el castigo, el destierro, la desnudez, la expulsión. Adán, la maldición del suelo, el trabajo, el sudor, la lágrima. Ni hablar de Eva, el llanto, el parto doloroso, la inferioridad basada en la culpa, la mancha eterna, el castigo. La vida como castigo, como el otro lado de un error que heredamos de nuestros primeros y verdaderos padres, el primer hombre y la primera mujer.
Desde siempre la curiosidad, al menos en la tradición judeo- cristiana ha sido un motivo de castigo. De tabú. Desde siempre nos enseñan que el conocimiento es peligroso, causante de desgracia. De la mayor desgracia. Somos herederos de la tragedia de la curiosidad. La misma que mató al gato. La misma que en el diccionario de Ma
ría Moliner en una de sus acepciones se define como un vicio. El curioso no termina bien. No le espera nada bueno. Y no falta algo de razón. El curioso, como el glotón, nunca se sacia. Siempre tiene que volver por más. Y además el conocimiento termina por convertirse tarde o temprano en una fuente de soledad y tristeza. Incluso de aislamiento. La ignorancia tenga quizás allí un punto a su favor, y es que hay veces que se puede reconocer que el más ignorante pareciera ser también el más feliz.
Aunque sólo en apariencia. Visto en más profundidad en estos tiempo de polarización, pareciera que cada día hay más gente molesta por algo, pero no sabe por qué. Es decir, ignora. Odia a los políticos que no piensan como ellos y a quienes los apoyan. Los ateos culpan de todo a las religiones. Los religiosos culpan de la decadencia de la humanidad a la falta de religiosidad.
Al final cada quien tiene su chivo expiatorio y sus huestes para odiarlo. Lo que no hay es espacio, ni tiempo para escucharse. Para aprender el otro. Para dejar de ignorar, una realidad, un movimiento, un fragmento de historia. Todo se basa en la rabia. De allí uno de los motores de las redes sociales. Es fácil a distancia y con comodidad escupir odio. No necesariamente ideas. Odio. Ignorancia. Y así la vida. En ese sentido no somos muy distintos del hombre medieval, sólo que en aquel entonces se iban a morir a los campos de batalla con la promesa del Cielo a cuestas. Entre el celular, el mail y Google la educación y la información se han transformado. Mucha gente ya no recurre al periódico. Ni siquiera a las versiones en línea, mucho menos si hay que registrase y pagarlo.
La curiosidad, el deseo de escarbar la superficie siguen latentes. La curiosidad es la esencia de la humanidad. Nuestra cualidad suprema. Hay que alimentarla