El Colombiano

Héroe caído perseguía a “Guacho”

Luis Alfredo Oquendo es el primer militar muerto en combates en medio de la persecució­n de alias “Guacho”.

- Por JAVIER ALEXÁNDER MACÍAS Enviado especial a Urabá

El cabo de la Armada Luis Alberto Oquendo es el primer militar que muere en la ofensiva contra el líder disidente de las Farc. En Mutatá, donde creció, lloraron su partida.

Como queriendo aprisionar los recuerdos de los años en los que jugaba descalza por las calles de barro en su vereda Pavarandoc­ito, Domny Mayo se aprieta las sienes y sentencia: “‘Gokú’ siempre se quedaba vigilando que no apareciera el dueño del palo de guayaba de leche. Cuando veía venir a don Pedro Blandón gritaba, y nos echábamos a correr como locos”.

Eran los años en los que Luis Alfredo Oquendo, o “Gokú” como lo llamaban sus amigos, se volaba de la escuela para robarse los frutos del árbol más frondoso de su pueblo enmarcado en platanales. Fue en esa localidad de Mutatá donde pasó su infancia entre el río y juegos pueriles. Ese sitio del Urabá antioqueño, que ha soportado las arremetida­s de los grupos ilegales con la entereza que soporta sus días calurosos y pegajosos, lo vio nacer el 2 de febrero de 1984, lo despidió como un hombre, a sus 18 años, cuando se fue a la Armada Nacional para ser “alguien en la vida”, y lo lloró hace apenas una semana al despedirlo en su cementerio olvidado, de cruces cubiertas de hierba y lapidas enmohecida­s, tras caer bajo las balas de los hombres de “Guacho”, con 34 años.

“Cómo olvidar los momentos en el río. Mi mamá se iba a lavar y de pronto él aparecía sonriente a llenar los alambucos (galones) de agua. Nos encontrába­mos, ¡y el agua se vol-

vía fiesta!”, recuerda Domny, y agrega que Luis Alfredo era pequeño pero de corazón gigante. “En la época de la escuela era muy travieso, pero en el momento de ayudar siempre estaba ahí, defendiend­o al compañero”, recuerda.

Pero como la fatalidad no avisa, y menos en un pueblo en el que la guerrilla y los paramilita­res dejaron la marca indeleble de la guerra, la violencia le arrebató a su madre una mañana mientras el asistía a la escuela. Algo se rompió dentro de “Gokú”, y con lágrimas que se secaban con el viento prometió a su tía Nury Oquendo, quien lo cuidaría en adelante, que sería un buen muchacho.

Así llegó a Mutatá, la cabecera municipal. En lo que hoy es una calle larga donde está la Alcaldía, el puesto de Policía, los mercados, las peluquería­s y los restaurant­es a los que llegan los camioneros sudorosos a tomar un respiro para seguir su camino hacia Apartadó, Carepa, Turbo o Necoclí, vivió Luis Alfredo. En esa calle de asfalto caliente vio pasar su juventud.

Una casa campesina

Con la adolescenc­ia pisándole los talones, Oquendo llegó al Hogar Juvenil Campesino. Se instaló en el dormitorio tres en el que solo cabían los hombres, pues a esa casita veredal, de tapias grandes y techos de barro, también llegaban las niñas que sus padres internaban para alejarlas de la violencia, para que estudiaran, porque fueron desplazada­s o al igual que Luis, quedaron huérfanas.

Allá lo llevó Nury Oquendo y en esa finca lo recibió Argemiro Maya García, un hombre negro, delgado y fuerte que ha visto pasar desde 1992 generacion­es de jóvenes por esas aulas campesinas, les ha enseñado los oficios del campo, y se ha quebrado el lomo con su equipo de trabajo buscando recursos para un hogar que hoy se cae a pedazos y alberga a 53 jóvenes.

Argemiro recuerda el amor de Luis por el campo. Se le pasaba el tiempo sembrando yuca y plátano, y se embelesaba con los animales hasta que el reloj lo acosaba para ir a la escuela. “Él me veía como su tutor, como un padre. Su tíamadre Nury le dio lo que estaba a su alcance, humildemen­te, porque tenía más hijos por mantener”, comenta.

La escasez le moldeó el carácter a Luis, como se moldea una vara de hierro en fuego lento. Cuenta Argemiro en la estancia donde tantas veces lo recibió cuando llegaba de licencia de la Armada, que se volvió un joven de temple, que argumentab­a con fuerza. Su baja estatura y su cuerpo formado en músculos fue la excusa para llamarlo “Gokú” — como las tiras cómicas—, y ay del que se lo dijera, tenía que correr mucho para evitar ser molido a golpes.

“Una vez tuvimos una discusión y yo le dije: ‘vea Luis, usted no va a servir para nada’, y una vez se vino uniformado de la Armada y me dijo: ‘Ahora cómo ve’”, relata Argemiro.

Puños a la vida

Los primeros golpes de boxeo los dio Oquendo en las calles de Mutatá. Sin coliseo, los jóvenes del Hogar Juvenil Campesino entrenaban en los árboles de la carretera hasta que el entrenador Delcio Rovira los vio lanzar puños “a la loca” y decidió entrenarlo­s hasta que decidió irse a ejercitar los nuevos púgiles en Cartagena. Entonces llegó Álvaro Padilla, y con este nuevo instructor llegaron Arturo Montoya Palacios, Sotelo, Aníbal De la Hoz, Edward Peinado, “Jordan”, “Diablito”, “el More”, y otros boxeadores que compitiero­n juntos por 10 años y le llevaron seis campeonato­s a ese municipio.

Cuenta Arturo que el temple de Luis Alfredo lo llevó a ser escogido para el boxeo, y esa disciplina lo volvió aún más recio, tanto, que si en una pelea le hinchaban un ojo en el primer round, él les decía: “tranquilo que en el próximo lo cojo yo”, y terminaba ganando el encuentro deportivo.

“Desde pequeño fue un campeón, daba fuerte; yo era más alto, pero nos enfrentamo­s en entrenamie­ntos y le gustaba que le diéramos duro para saber cómo iba reaccionar. Fue campeón tres veces en infantil y una en juvenil. Siguió en mayores y al cumplir 18 años se fue al Ejército”, cuenta hoy Arturo sentado en la Casa de la Cultura donde enseña después de darles tantos golpes a la vida con sus manos negras, anchas y regordetas.

La juventud del cabo Luis Alfredo se le esfumó entre el boxeo y las clases. En la institució­n Educativa Mutatá, su profesor Luis Kennedy lo recuerda siempre dispuesto a dar lo mejor de sí en todas las asignatura­s, pese a que las calificaci­ones de los grados 10 y 11 — adelantado­s en un año— , que reposan en un armario de madera y vidrio, muestran que en inglés y español, en química, en física, en matemática­s, informátic­a, filosofía y ciencias sociales sus calificaci­ones fueron aceptables. Se graduó en el 2004 de bachiller según el Acta 11 del Consejo Académico del 1 de marzo del año 2010.

“Luis era un muchacho muy respetuoso y se la llevaba muy bien con todos. Después que terminó me dijo que se iba a presentar a la Marina y cuando venía de descanso

siempre me buscaba. Yo le daba consejos que fuera muy responsabl­e para no meterse en problemas y más en esa profesión tan dura”, comenta el maestro.

La última vez que se vieron Kennedy y Arturo con “Gokú”, este les dijo que cuando volviera se casaría, pero las balas de los hombres de “Guacho” segaron esa promesa.

El último adiós

Cuenta Argemiro que la noche antes de la muerte de Luis Alfredo, los chicos del dormitorio tres (donde siempre durmió “Gokú”) no pudieron pegar los ojos. Sintieron un hombre caminar de la puerta al camarote y el miedo llevó a prender la luz y apeñuscars­e en las camas hasta el amanecer. “Vino a despedirse. Siempre venía cuando estaba de licencia y hasta que no hablábamos no se iba”, dice el director del Hogar Juvenil.

Mutatá, que ha visto pasar tantos difuntos en su historia, solo ha llorado masivament­e a dos de sus muertos: a Jorge

Iván Echavarría, conocido como “Pacheco”, un conductor de ambulancia que pereció ahogado, y a “Gokú”, de quien su familia, con el dolor vivo de la pérdida, no quiso hablar con EL COLOMBIANO.

El pasado miércoles el cielo prestó la lluvia y Mutatá puso las lágrimas. Le dijeron adiós al niño que se ganó el cariño de un pueblo y al militar que ofrendó su vida luchando contra alias “Guacho” ■

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Así se encuentra el hogar juvenil campesino ubicado en Mutatá, Urabá antioqueño, donde creció el cabo Oquendo.
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FOTO JAIME PÉREZ

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