LOS ENFERMOS
Facebook y Twitter son una pareja fatal para los políticos. Para buena parte de ellos. Para los azarosos, afanados por mantener su nombre en los altavoces a como dé lugar, urgidos de atención, obsesionados con la imagen. Para los que quieren el poder por primera vez o para aquellos que lo tuvieron y quieren retornar. Para los que están ahí, en lo que creen que es el tope de la pirámide, y no quieren bajarse nunca. Los que van a sus celulares y escriben cualquier cosa, sin filtro, sin reflexión, sin escuchar opiniones ni consejos. Sin aceptar que alguien maneje los medios que ellos usan tan irresponsablemente. Entonces, para sostener un argumento, recurren a cualquier bajeza, a una verdad a medias, a la foto impublicable de un asesinato, a las conjeturas perversas. A las respuestas adolescentes contra otro miembro de la red. A los voladores ruidosos para celebrar sus triunfos y a los llantos patéticos para quejarse por las derrotas.
En Francia, por ejemplo, la justicia le acaba de pedir a la ultraderechista Marine Le Pen que, por la forma en la que usó su Twitter en años pasados, debe hacerse un examen psiquiátrico. Eso en referencia a unos trinos en los que la líder publicó imágenes de ejecuciones cometidas por el Estado Islámico. La revisión médica, dice la justicia, debería revelar si Le Pen tiene anomalías mentales. Porque no es normal. No es de gente en sus cabales (como María Fernanda) actuar así. Lo mismo que ha hecho antes Álvaro Uribe y un par de miembros del Centro Democrático. O como las noticias falsas que comparte en retahíla Gustavo Petro para después desdecirlas en medio de falsas risas sin el más mínimo arrepentimiento. O como las penosas celebraciones del alcalde Federico Gu
tiérrez por sus tiempos en una maratón en la que acababa de morir una persona. ¿Nadie los asesora?, se pregunta uno inocente, aterrado de tanta impericia, impregnado por la vergüenza ajena. Sí, pero no se dejan asesorar, dicen los que tratan con similares. Por eso Francia pide psiquiatras para que los traten. Por que hay algo de enfermedad en esa forma de actuar tan llena de ego y de personalismo, tan carente de empatía, tan ensimismada en lo que creen que es la impunidad de su voz
¿Nadie los asesora?, se pregunta uno inocente, aterrado de tanta impericia, impregnado por la vergüenza ajena. Sí, pero no se dejan...