CRISIS EN LAS TOLDAS ROJAS
El mal funcionamiento de la democracia representativa en Colombia es un asunto que lleva ya varias décadas. Este año pudimos ver con nitidez el retroceso del sistema democrático con el desplome de los partidos tradicionales. La semana pasada estalló la anunciada crisis del partido liberal con motivo de la renuncia de destacados líderes: Juan Fernando Cristo, Guillermo Rivera, los exministros Yesid Reyes, Cecilia López, Amylkar Acosta, Alejandro Gaviria, y columnistas como Ramiro Bejarano.
La razón fundamental de la renuncia es la no aceptación de la decisión adoptada por la dirección del liberalismo de respaldar el gobierno de Iván Duque. En la medida en que el partido liberal apoyó el Acuerdo de Paz, la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, no es posible, afirman los renunciantes, continuar en la colectividad, pues el presidente ha dado señales muy claras de ir en contra de estas políticas fundamentales. Ha asumido una clara posición de derecha, definiendo a través de sus ministros un ataque a la lucha social, una reforma tributaria en contra de los intereses de las clases media y baja, y una política antidrogas e internacional en función de los intereses guerreristas de Trump, entre otras. El juego de que los ministros dicen barbaridades y el presidente rectifica, es una forma no transparente de comunicación con el pueblo, engañosa. Mañas del patrón.
El entierro del Partido Liberal se inició cuando César Gaviria, en la voltereta del año, decidió apoyar a Iván Duque, que ya había afirmado en la campaña que reformaría el Acuerdo. Pragmático, gritó con Vargas Lleras: ¡Si no puedes derrotarlos, únete a ellos! El ancho sepulcro cavado por Gaviria y sus secuaces tiene espacio más que suficiente para los huesos del Partido Conservador y Cambio Radical.
El viejo Partido Liberal, que con la “revolución en marcha” de López Pumarejo, impulsó la educación y una reforma agraria; que con Gaitán llenó de pueblo y de tesis sociales al liberalismo, que con Alberto Lleras y Carlos Lleras, avanzó en la modernización de la institucionalidad del Estado, se convirtió en un partido sin conexión con su electorado tradicional.
Como ha sucedido en otras latitudes, el Partido Liberal, compuesto por una casta elitista más preocupada de su propia supervivencia y sus beneficios corporativos, ha dejado de actuar en función de los verdaderos intereses de su electorado. Los ciudadanos se han alejado de lo político convirtiéndose en ciudadanos privatizados. Esta separación entre gobernantes y gobernados es la que ha facilitado además, la emergencia del populismo.
El Partido Liberal, profundamente integrado con la formación hegemónica del neoliberalismo, ha sido totalmente indiferente frente a cómo se reproducen en la sociedad estructuras de poder que profundizan las desigualdades y son funcionales al enriquecimiento de una minoría. La renuncia de este grupo de liberales, debería servir para avanzar en la construcción de un liberalismo de izquierda que, con los nuevos grupos y movimientos políticos, realice una oposición fuerte al embate de la ultraderecha, y que sea capaz de desarrollar una alternativa de poder en las próximas presidenciales