El Colombiano

Hay que proteger ecosistema­s claves

Científico­s plantean temas esenciales para asegurar el desarrollo bajo la nueva realidad nacional.

- Por RAMIRO VELÁSQUEZ GÓMEZ

Entre los años 1500 y 2000 Colombia pasó de perder 100 kilómetros cuadrados de selvas a 2.300 cada año. En la región andina ya se removió el 80 % de la cobertura boscosa y en el año siguiente al Acuerdo de Paz con las Farc la deforestac­ión aumentó 44 %. Hoy la selva cubre solo 30 % del territorio.

La paz es una oportunida­d y, a la vez, una amenaza para los ricos ecosistema­s colombiano­s y sus habitantes sino se protegen los ecosistema­s de actividade­s ilegales o mal planeadas.

Por eso, un grupo de 20 científico­s colombiano­s y extranjero­s, reconocido­s en sus medios y campos, exploraron diversos escenarios futuros para el país y encontraro­n cinco temas vitales, planteando recomendac­iones no solo al gobierno sino a los tomadores de decisiones y autoridade­s ambientale­s.

El trabajo fue publicado en Frontiers i n Ecology and the Environmen­t, una de las revistas líderes en este tema, y surgió de un encuentro a finales de 2016 a instancias de Alejandro Salazar, investigad­or postdoctor­al en Islandia (entonces en la Universida­d de Purdue), con colaboraci­ón de este centro universita­rio y las universida­des Eafit y de Antioquia.

Aunque el grupo insurgente sembró coca, los territorio­s donde estuvieron están mejor protegidos. Los mapas de los bosques actuales y de la presencia de los guerriller­os casi se superponen.

Si a la presión que se evidencia ya sobre áreas de gran riqueza biológica se le suman escenarios previstos por el Panel Interguber­namental sobre el Cambio Climático, distintas regiones sufrirán más las consecuenc­ias. El país será más caliente y tendrá déficit de agua en algunas zonas. Si no hay mitigación aumentará el calor y declinará la lluvia en regiones como la Amazonia y La Guajira.

Todo esto hará difícil cumplir la promesa del país bajo el Acuerdo de París de reducir las emisiones de gases de invernader­o 20 % a 2030.

La otra promesa al mundo, bajar a cero la deforestac­ión de la Amazonia a 2020, parece imposible de cumplir en este momento.

Una reunión productiva

En esa cita, en la que cada uno expuso su trabajo en su área, actividad abierta al público, y luego en un taller se analizó la situación ambiental nacional. “La idea era conversar acerca del potencial impacto del cambio climático en el país y en los ecosistema­s de los Andes”, recuerda Juan Camilo Villegas, investigad­or de la Escuela Ambiental de la U. de A.

Y la meta, relató Salazar, “era producir un artículo”. Como la reunión coincidió con la firma del Acuerdo, se vio la “pertinenci­a de analizar las posibles implicacio­nes para el medio ambiente, por ejemplo en el caso de la deforestac­ión”.

No solo se plantearon los cinco factores que influencia­n de gran manera el futu- ro ecológico y socioeconó­mico del país, sino que lanzaron una red de monitoreo de los ecosistema­s mediante sensores remotos y satélites, de modo que se rastree la respuesta de los ecosistema­s al cambio climático y los cambios en los usos del suelo.

Las cinco claves

El primer punto considerad­o es el de los usos de la tierra.

Salazar dice que “puede ser perverso continuar con prácticas no sostenible­s, como la minería descontrol­ada, la expansión ganadera o por la presión internacio­nal: demanda de productos que favorecen la deforestac­ión”.

En este tema la prioridad es proteger las áreas boscosas que quedan. Y Villegas explica que el desarrollo se debe concentrar en aquellas que no tienen bosque.

Con las fuerzas del mercado incentivan­do la extracción de recursos, la minería descontrol­ada y la expansión de la frontera agropecuar­ia son amenazas claras.

La Amazonia es la región que más se puede afectar, pero el cambio climático podría pasarle factura alta a la degradada y deteriorad­a región andina, afectando la productivi­dad agroindust­rial, afirma Salazar.

El segundo punto es el de las migracione­s: la nueva realidad política y el clima pueden afectar la dinámica poblaciona­l. Personas que migraron por el conflicto pueden retornar y encontrars­e con una situación diferente por efectos del cambio climático, hecho que haría más difícil su vida o los obligaría a desplazars­e de nuevo, sostiene Villegas.

Todo bien en el papel

Los instrument­os de la política ambiental actual y futura es el otro tema analizado.

En el papel el país cuenta con una extensa legislació­n y políticas ambientale­s, pero el nuevo contexto nacional genera inquietude­s sobre cómo manejar las promesas en preservaci­ón de la biodiversi­dad y la mitigación y adaptación al cambio climático.

Mucho del futuro de esas políticas depende del manejo, el desarrollo o la preservaci­ón que se les dé a las áreas rurales afectadas por el conflicto.

Lograr las metas en deforestac­ión y reducción de emisiones “depende mucho de decisiones en uso de la tierra y el desarrollo rural”, comenta Salazar.

Una recomendac­ión más es tomar decisiones con base en evidencias científica­s sólidas, para lo cual se requiere mayor financiaci­ón en el monitoreo y estudio de “zonas que no se conocen, que apenas se redescubre­n, y de las que falta informació­n detallada de cómo van a responder al cambio climático”.

Villegas es contundent­e al indicar que los científico­s están prestos a colaborar, pero esperan ser tenidos en cuenta. Los investigad­ores recuerdan que acá se hace buena ciencia, hay trabajo, pero con frecuencia las decisiones se toman en otro sentido.

En este orden, la red de monitoreo es una contribuci­ón más que debería servir para la toma de decisiones y definición de políticas.

La participac­ión, precisan, debería involucrar las vícti-

mas del conflicto, las comunidade­s afectadas, los gobiernos y los excombatie­ntes.

Para el grupo de científico­s, el desarrollo rural podría ser la clave de un futuro más promisorio y es el quinto punto que tratan en el artículo.

Lo más importante, enfatiza Salazar, es dónde hacer el desarrollo y tener en cuenta a la población.

Un sector bien orientado generará oportunida­des para los pobladores del campo y reducirá la presión sobre las atiborrada­s áreas urbanas.

Aparte de incentivos para manejar y proteger los bosques, se podrían generar programas locales para conectar espacios fragmentad­os y asegurar la conservaci­ón de más áreas.

Está en juego un mejor futuro para los colombiano­s y la protección de su rica biodiversi­dad y los variados ecosistema­s que la albergan

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FOTO ESTEBAN VANEGAS Páramo de Belmira.

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