El Colombiano

Cultivos ancestrale­s que cobran vida en el Oriente

Campesinos de esta región paisa se dieron a la tarea de rescatar vegetales, en desuso, que producían y consumían los abuelos.

- Por VÍCTOR ANDRÉS ÁLVAREZ C.

Tomó el camino más difícil. Sembrar lo inusual utilizando fertilizan­tes y pesticidas naturales. Y no se le retribuye en plata, pero la vida para Óscar Cardona es más que eso: el dinero es efímero, así lo concibe la idiosincra­sia del campesino. Su mayor fortuna, considera, está en el legado que dejará a otras generacion­es.

Lleva una década reviviendo productos que cultivaban y comían sus abuelos, los padres de ellos, sus antepasado­s. Y es que poco queda del frijol cachetón o dálmata, del maíz nativo y de la papa blanca.

Óscar, un campesino de 43 años que en un trance de decepción con el campo—hace 20 años—buscó ser albañil, le está dando vida a esas semillas. Las produce y vende, en El Carmen de Viboral, municipio del Oriente antioqueño, donde cultiva de manera orgánica.

“Estos productos tienen mejor sabor y no se utilizó un solo químico para su producción. Tienen más propiedade­s nutritivas que los que venden en cualquier supermerca­do. Por ejemplo, el frijol petaco es muy distinto al cargamanto, la tinta es morada. Es nativo, era el que sembraba mi abuelo. Sin embargo, la gente, difícilmen­te paga lo que vale”, dice.

Artesanalm­ente sofisticad­o

El modelo de producción que utiliza Óscar en su finca de la vereda Betania no es a gran escala. Son pequeñas huertas en un terreno de tres cuadras que linda con grandes extensione­s de floriculti­vos.

De manera artesanal, pero con el conocimien­to adquirido en cursos del Sena, elabora los pesticidas y nutrientes, todos naturales, para los cultivos, que también son su despensa. “Yo no utilizo veneno, y eso, quizá, es una desventaja, porque algunos no me resisten y mueren”, resalta.

En tres canecas con mangueras tiene los líquidos fermentado­s para sus vegetales y frutos. En una mezcla potasa, harina de roca, cemento, cáscaras de huevo o de aguacate, en otra hay microorgan­ismos cazados de la montaña y hasta cannabis, con melaza, suero de leche, yerba. “Esa es la comida de las plantas y así cultivaban los abuelos”, sentencia.

Son fermentos, repelentes, algunos con rudas y ortigas, hongos con los que Óscar les da vida a vegetales y tubércu- los que, asegura, tienen mayor peso que los más comunes, “inflados por químicos”.

Para el ingeniero forestal, docente universita­rio y experto en economía campesina, Norberto Vélez, las semillas ancestrale­s se adaptan mejor a los suelos y climas, y resisten más a las plagas, pues se desarrolla­ron siendo atacadas por enfermedad­es y se adaptaron a esas vicisitude­s con códigos genéticos.

No obstante, agrega Vélez, la desventaja está en los ingresos que esa producción les deja a los propietari­os de los cultivos, que es muy poca frente a los tradiciona­les.

“La agricultur­a industrial­izada se metió al campo. Sin embargo, los consumidor­es están educándose más y ya encuentran varios espacios (mercados de productos naturales) para comprar lo orgánico. Es una corriente que aún no tiene alto impacto, pero que va creciendo”, anota.

Vélez considera que la ventaja más importante de los productos ancestrale­s es para el consumidor, pues se cultivan con menos fertilizan­tes, fungicidas o pesticidas. “Son plantas con grandes rendimient­os y más saludables para el consumo humano”.

Recuperan las semillas

Óscar hace parte del modelo de cultivos ancestrale­s en Antioquia, que adelanta en el Oriente, la Corporació­n Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare, Cornare, con el programa Huertas Resiliente­s.

Carlos Mario Zuluaga, director de esa autoridad ambiental, revela que el propósito es recuperar las semillas ancestrale­s y ya tienen 20 familias de campesinos con bancos en las que las conservan.

“Sembramos especies nativas, tradiciona­les que están en vía de extinción por falta de uso o problemas climáticos. Recuperamo­s semillas de maíz capio, diferentes tipos de frijoles, sin químicos”, destaca.

La estrategia, además, es concebida por Cornare como una manera de adaptación al cambio climático y de recuperar los saberes de los campesinos con productos que sembraban en laderas sin necesidad de inundacion­es en pequeñas parcelas.

“¿Cuándo se iba uno a imaginar que campesinos del Oriente siembren arroz en las montañas?, este producto es más resistente, no necesita riegos y no hay que inundar”,

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