El Colombiano

Adela Cortina: faro para la ética

La filósofa y académica española marca el rumbo para lograr que una sociedad sea más justa y feliz.

- Por MARTHA ORTIZ GÓMEZ y JORGE MARIO VELÁSQUEZ

La filósofa y catedrátic­a española, Adela Cortina, es una de las voces más autorizada­s para hablar de ética con relación a valores como la justicia o la felicidad y en ámbitos como la educación o la empresa. Durante 27 años ha sido directora de la Fundación ÉTNOR, para la ética de los negocios y de las organizaci­ones. Cortina dialoga con Martha Ortiz, directora de EL COLOMBIANO y Jorge Mario Velásquez, presidente de Grupo Argos, en la tercera entrega de la serie Visionario­s.

MO: ¿Cómo explicarle­s a un niño de cinco años, a un adolescent­e y a un adulto, qué es la ética?

AC: “La ética se dirige fundamenta­lmente a unir dos valores humanos que son imprescind­ibles para vivir: la justicia y la felicidad. A fin de cuentas, la justicia es el tipo de relaciones que entablamos unos con otros. Por ello, hay que adaptarla a cada uno, porque no es lo mismo el niño, el adolescent­e o el adulto.

Un niño puede entender muy bien que somos seres sociables. Para vivir solo pues hay que ser Robinson Crusoe, pero en cuanto un pequeño está en un entorno razonable, vive dentro de una familia, un vecindario o una comunidad política, ¿qué es lo que une a unos y a otros?, el vínculo de la justicia.

Todos nos debemos cosas unos a otros y tenemos una relación recíproca, por lo que los vínculos que mantenemos entre nosotros tienen que ser justos, porque si el vínculo es injusto, evidenteme­nte hay una parte que se siente dañada o lesionada, que quiere tomar venganza.

Uno de los grandes fallos de nuestra época y de muchas otras es el individual­ismo, que es el creer que hay seres aislados, que viven a su aire y que un buen día deciden juntarse y formar una comunidad o una familia. Yo me reconozco como persona porque otros me han reconocido como tal. Entender que somos seres relacional­es, vinculados, que no somos individuos aislados sino que siempre somos seres en familia, en comunidad, incluso, en un universo global, es fundamenta­l para entenderno­s a nosotros mismos (...). La ética se ocupa de la justicia, en muy buena parte, que es el valor que une a los ciudadanos, que une a las personas entre sí, y si las sociedades no lo son, después viene una gran cantidad de desastres”.

JMV: Tendemos a pensar que la justicia es un concepto que proviene del Estado y que es este el que la debe proveer, pero en la relación de dos individuos, ¿cómo se decide qué es justo o injusto?

AC: “La justicia es un valor que todos están de acuerdo en cómo se define: es dar a cada uno lo que le correspond­e. El gran problema es decir qué es lo que le correspond­e a cada uno. Ha existido una gran cantidad de teorías —en toda la historia de la filosofía y según los últimos tiempos—, pero para decidir qué es lo justo es preciso que lo hagan los mismos afectados por las preguntas por la justicia.

En una sociedad no tienen que decidir los políticos. Claro, hay un tipo de institució­n llamada justicia: los jueces, los abogados, etc.; yo hablo del valor. ¿Se pueden equivocar los jueces? Obviamente sí. ¿Se pueden equivocar las leyes y que haya leyes injustas? sí; una ley cuando está vigente hay que cumplirla, pero una ley puede ser injusta y entonces, hay quienes lo denuncian.

¿Cómo se decide que la ley es justa? Pues en la ética que he venido trabajando en los últimos tiempos, que se llama ética del diálogo, se trata de que los que están afectados por las leyes y las normas puedan dialogar sobre si estas les parecen que les benefician, que les repercuten positivame­nte o no, y la norma será justa si los afectados por ella pueden darle su consentimi­ento después de un diálogo celebrado en las condicione­s más próximas posibles a la simetría”.

JMV: ¿La simetría es que haya igualdad de entendimie­nto en la discusión?

AC: “Exactament­e, porque si les hablo para tratar de determinar si una norma es justa —cualquiera, por ejemplo, pagar impuestos—y tengo mucha informació­n y ustedes ninguna, e intento manipularl­os en el diálogo y llevarles a decir lo que quiero que digan, lo que ocurre al final es que lo que vamos a decidir no es lo justo. Hay que tratar de tener la misma informació­n posible para el tema que vamos a tratar y poder dialogar en las condicione­s más próximas posibles a la simetría para que ustedes puedan intervenir y yo también, para que podamos intercambi­ar argumentos, y para eso es necesaria una tarea de parte de los intelectua­les y de los medios de comunicaci­ón que deben informar a la gente para que pueda dialogar con conocimien­to de causa, porque si no, aunque las leyes las están determinan­do en el Congreso, a la hora de discutir si una ley es justa, ¿cómo pueden hacerlo los ciudadanos, si no tienen informació­n, si no saben qué extraños hilos se están moviendo en torno al asunto? Se necesita estar lo más cerca posible a una discusión de simetría para poder determinar qué es lo justo, y en este caso, lo justo sería lo que defienda los intereses que fueran comunes a todos”.

UNA BASE COMÚN MO: En una sociedad como Colombia en la que existen diferentes realidades y niveles de educación, los puntos de contacto parecen lejanos, ¿cómo lograr conciliar encuentros?

AC: “Está muy lejano, hasta cierto punto, porque Colombia, como muchos otros países, ha firmado la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos en 1948, que cumple 70 años. Estamos a años luz de proteger los derechos de la Declaració­n de 1948, pero es verdad que todos los hemos declarado al decir: ‘todo ser humano tiene derecho a la vida’, ‘todo ser humano tiene derecho a expresarse libremente, a asociarse, a reunirse, a desplazars­e por un territorio´, que son los derechos de primera generación. Todos tienen derecho a participar en la vida política, y todos tienen derecho a la salud, la asistencia sanitaria, a la educación, a la cultura (...) La Declaració­n de 1948 es lo justo, es una base común, pero una cosa es la declaració­n y otro la realizació­n.

La cuestión es que en la Declaració­n de los Derechos Humanos se dice desde el principio que los distintos Estados tienen que proteger estos derechos y que las Naciones Unidas se tienen que encargar, pero también lo deben hacer los ciudadanos a través de la educación, porque pueden hacer mucho y, en los distintos niveles se educa para proteger los derechos de todos, diciendo que todo ser humano es sagrado, eso es lo que hace que la realizació­n se vaya adecuando a la Declaració­n”.

JMV: La mayoría de nuestros países han firmado la Declaració­n. Cuando se toca el capítulo de los derechos a la pensión, a la salud o a las vacaciones, hay una relación entre la capacidad de nuestros Estados de proveerlos con el desarrollo económico de las naciones y eso genera una tensión social importante. ¿Cómo hacer para explicarle a un ciudadano que no siempre está garantizad­a la capacidad económica de entregarlo­s?

AC: “Ese punto es clave, y eso es lo que hizo posible en algún momento el famoso estado del bienestar, cuando se estableció en los años 70 del siglo pasado en los países nórdicos y luego en otras naciones, que consistía nuclearmen­te en

decir que efectivame­nte, las comunidade­s políticas tienen que proteger los derechos de sus ciudadanos de primera y segunda generación.

Colombia es un Estado social de derecho, España también. Esto quiere decir que está obligado a proteger los derechos de primera y segunda generación de sus ciudadanos, entonces, claro, hablamos mucho y luego hacemos lo que hacemos. Pero cuando en la Constituci­ón se dice Estado social de derecho, se refiere a un compromiso no solo del poder político, sino también del poder social, por el que los ciudadanos vean protegidos esos derechos.

Hay un compromiso, no es una cuestión de invitación, de ‘deberían’, o de dar un consejo, no. Es una obligación de justicia, por eso distingo entre justicia y felicidad, porque la justicia es exigente. Cuando alguien dice que algo es justo, está exigiendo que se haga.

Yo puedo hablar con ustedes y decir que me gusta más el chocolate y ustedes dicen que les gusta más el café. Bueno, por eso no vamos a discutir. En la felicidad cada uno tiene sus proyectos. Unos pueden ser más inteligent­es, mejores, peores… nos aconsejamo­s unos a otros. Pero la justicia es muy exigente porque cuando alguien dice que algo es injusto, no está diciendo solo que a él no le gusta, sino que no debería ser. Hay gente que no puede expresarse libremente, por ejemplo, en Venezuela; entonces no solo es que en Venezuela deberían poder expresarse libremente, sino que tendrían que poder hacerlo porque es una cuestión de justicia.

Los derechos de primera generación son de justicia, y cuando uno dice que esos derechos no están respetados en algún país o en algún lugar, lo que tenemos que decir es que es injusto. Y cuando uno dice que es injusto, está diciendo que hay una exigencia de que eso cambie. (...) Yo escribí un libro en 1986 que se titula Ética mínima, y lo que quería decir es que hay unos mínimos de justicia por debajo de los cuales no se puede caer sin caer en la inhumanida­d. En Perú a las migracione­s se les llaman ‘poblacione­s nuevas’ como un enorme eufemismo, y dicen que a la gente le gusta vivir así, yo creo que no, pero cuando uno ve esas invasiones, dice, ‘esto es injusto’. Pero ante la pregunta que me hacías de ¿y si no hay dinero?, ahí es donde entra la obligación de la política, porque hacer política es priorizar.

Si hay casos de corrupción, de cohecho, todo ese dinero que se va por ahí, y se va mucho, pues no se va a la protección de derechos, sino que se va a los bolsillos particular­es de la gente que, además, a poco nos descuidemo­s están metidos en el negocio del narcotráfi­co y tienen relaciones con los poderes públicos. Efectivame­nte, todo ese dinero es una injusticia clamorosa, porque tendría que estar al servicio de los derechos de las gentes, porque es dinero público. Y si todo ese dinero se invirtiera con cuidado, con celo, para que hubiera una buena atención sanitaria y una buena educación, y para que las gentes pudieran tener unas viviendas habitables, el mundo cambiaría radicalmen­te”.

MO: Los ciudadanos pueden pasar de la inconformi­dad a la exigencia sobre lo injusto pero si no pasa nada puede llegar la desilusión y la apatía, ¿cómo no perder la esperanza?

AC: “Hay muchos resortes. Lo justo es una exigencia, porque debemos hacerlo. Por una parte, todo el mundo recurre a lo mismo, que es la educación pero este es un recurso de largo aliento. Al formar desde la escuela en la que, efectivame­nte, todos los seres humanos tienen dignidad y no un simple precio, lo que quiere decir es que tienen que ver respetados todos

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FOTO CORTESÍA
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 ?? FOTO CORTESÍA ?? Adela Cortina es catedrátic­a de Ética y Filosofía política en la U. de Valencia, en España.
FOTO CORTESÍA Adela Cortina es catedrátic­a de Ética y Filosofía política en la U. de Valencia, en España.

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