El Colombiano

QUE VIVAN LOS LIBREROS

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Aquí está la esencia de la lectura y el papel revelador de un librero que entre Esquilo, Neruda, Eliot, Borges..., crea una ofrenda para el alma.

Una de las cosas que nos pasa a quienes amamos los libros, es que día a día queremos más libros que hablen sobre libros, como si leer historias del mar o de los verdes prados del oriente no fuera suficiente. Quienes leemos, nos vemos antojados todo el tiempo de esos libritos que hablan de un promotor de lectura, de un libro misterioso encontrado en una antigua biblioteca, de una edición prohibida, de un bibliófilo, de todo lo que rodea el libro para enamorarno­s más del noble oficio de lector.

Una buena parte de mi biblioteca está llena de esos libritos, quienes me leen saben que es así porque, además, cada que encuentro uno nuevo lo único que quiero es comentarlo en mi columna para que otros se antojen de ese libro. Como dijo hace poco Juan Villoro, quien lee algo que le gusta lo único que quiere es difundirlo, que otros sepan de ese amor reciente. Nadie quiere guardarse una buena lectura, leer no es un acto egoísta, al contrario, leer y compartir lo leído es una muestra de generosida­d. El último libro que encontré sobre esta temática, se llama “El librero de Selinunte”, de Ro

berto Vecchioni, que no es más que la historia de un hombre bastante peculiar que ha comprado la tienda del sastre, la del callejón Trimonti, y ha decidido montar una librería. Al parecer montar una librería siempre será algo sorprenden­te en cualquier sociedad, recordemos tan solo la bella novela, “La librería”, de Penélope Fitzgerald, para que nos sintamos más en confianza.

Pues este librero, cuya descripció­n no haré porque quiero que los mismos lectores descubran lo mágica que es, un día pone el siguiente aviso: “Todas las tardes, a las 21 horas, callejón Tremonti, lecturas literarias, entrada gratis”. El resultado no es el esperado, o sí, porque aquí uno entiende algo maravillos­o, y es que si el librero no tiene público pues lee para sí mismo, y esto lo cuenta el narrador de esta historia, Nicolino, quien a sus trece años escapaba de casa para escuchar palabras que al principio no entendía.

“El librero estaba leyendo. Leía para nadie (…) A medida que pasaba el tiempo, lograba distinguir mejor las palabras o aquellas que a mí me parecían palabras. Y las encontré bellísimas, como si tuvieran un cuerpo, una vida, y estuvieran dirigidas a mí directamen­te. No comprendía su significad­o, pero me llenaban de calor; no me explicaba nada, pero esa nada me fascinaba hasta el punto de no poderme ya mover”.

Aquí está la esencia de la lectura y el papel revelador de un librero que entre Esquilo, Neruda, Eliot, Virgilio, Pessoa, Sófocles, Tolstoi, Safo, Borges, tantos, crea una ofrenda para el alma que hace que las palabras perduren discretame­nte en el corazón. Cuando un librero entra en la cabeza de un niño ya no vuelve a salir jamás; tal vez por eso, los libreros de nuestro país tienen que ser cada vez más soñadores, y los niños, deben ir más a las librerías.

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