PEOR QUE NAFTA
Los líderes empresariales de América del Norte están dando un suspiro de alivio después de que Canadá acordó, a última hora, unirse al Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte revisado entre EE.UU. y México. Pero antes de que saquen la champaña, deben mirar los detalles.
Aunque el acuerdo revisado trae una modernización muy necesaria para áreas como el comercio electrónico y la propiedad intelectual, la atención me- diática enfocada hacia Canadá ha ocultado un problema más grande para la región: bajo los nuevos términos, el comercio de Norteamérica va camino a descarrilarse y tal vez junto con él, la estabilidad política al sur de la frontera. Una meta clave de Nafta, como todos los acuerdos de libre comercio, es traer certidumbre a las reglas de juego para facilitar intercambios comerciales. El nuevo acuerdo, llamado el Acuerdo EE.UU.-México-Canadá, menosprecia esa certidumbre de dos maneras.
Primero, el U.S.M.C.A elimina páneles de expertos para resolver disputas entre el gobierno e inversionistas en la mayoría de las industrias, excepto aquellas que cubren energía y telecomunicaciones. Aunque mantiene los paneles para disputas bilaterales que tienen que ver con dumping y los deberes compensatorios, difiere ante los tribunales nacionales como el principal mecanismo para resolver controversias en caso de que los gobiernos cambien las reglas en el futuro. Esta medida confía mucho en la transparencia y la competencia de los sistemas legales de los países miembros y abre la puerta al posible amiguismo, el acceso desigual a esos sistemas e incluso la corrupción. Segundo, el acuerdo establece un mecanismo para revisar sus términos periódicamente. Esto y la caducidad automática después de 16 años como opción predeterminada introducen una incertidumbre al hacer que sea menos costoso para los gobiernos cambiar las reglas existentes y amenazar con salir del acuerdo.
Dados los cambios promovidos por la administración Trump, los inversionistas serán precavidos ante los gobiernos que buscan mover objetivos en el futuro. Esto afectaría las oportunidades de empleo y la seguridad laboral en América del Norte. La desaceleración de la actividad económica tanto en Canadá como en México, así como las disminuciones en la inversión extranjera directa, pueden atribuirse a la incertidumbre que rodea las negociaciones actuales.
La certeza y centralidad de Nafta para las relaciones entre EE.UU. y México ha resultado ser integral para alinear los intereses económicos y estratégicos de los dos países. Antes de Nafta, las relaciones distaban mucho de ser armoniosas, en parte porque los intereses de México estaban sólidamente del lado del sur global. Señalan- do una historia de invasiones, ocupaciones y la pérdida de la mitad de su territorio a EE.UU., México vio por mucho tiempo a su vecino del norte como una amenaza que debía contener.
Gracias a Nafta, México desarrolló participación en el éxito económico de EE.UU., que pasó de amenaza a socio. Ha sido directamente responsable de la dependencia de México del comercio con EE.UU. para su propio desarrollo. Con sus fortunas económicas entrelazadas con las de su vecino del norte, México se desvió de la órbita política de América Latina y se dirigió decididamente hacia América del Norte. En 1994, Nafta sirvió como un estímulo importante para que México ganara la membresía en la Ocde, un club de naciones en su mayoría desarrolladas.
Nafta también impuso restricciones a la latitud del gobierno mexicano para apartarse de la alineación con los intereses de los EE.UU. En el sistema legal de México, los acuerdos internacionales solo son superados por los artículos de la Constitución, por encima de las leyes federales, estatales y locales. Incluso si el gobierno intentara apartarse de la orientación promercado y el respeto por los
derechos de propiedad previstos en Nafta, estaría sujeto a una serie de desafíos legales.
El afán de la administración Trump para firmar el acuerdo antes de que el presidente pronegocios de México, Enrique Peña Nieto, deje la presidencia el 30 de noviembre sugiere que la Casa Blanca considera al más nacionalista, izquierdista sucesor Andrés Manuel López Obrador
una propuesta más arriesgada. Si Trump está preocupado porque gobiernos mexicanos futuros verán el Nafta/U.S.M.C.A. en una luz diferente, este problema será bastante magnificado bajo los nuevos términos que la Casa Blanca ha promovido.
Claro que no tiene que ser así. Trump ahora tiene que enviar el acuerdo al Congreso para ser aprobado. Depende del Capitolio, entonces, asegurarse de que cualquier acuerdo que resulte, siga ofreciendo una base confiable y permanente para las relaciones comerciales y políticas de Norteamérica. Aunque la naturaleza de altibajos de la votación hace improbable cualquier cambio, esta experiencia debería servir como una valiosa lección a medida que EE.UU. rediseña sus relaciones con el resto del mundo