El Colombiano

PEOR QUE NAFTA

- Por GUSTAVO FLORES-MACÍAS Y MARIANO SÁNCHEZ-TALANQUER

Los líderes empresaria­les de América del Norte están dando un suspiro de alivio después de que Canadá acordó, a última hora, unirse al Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte revisado entre EE.UU. y México. Pero antes de que saquen la champaña, deben mirar los detalles.

Aunque el acuerdo revisado trae una modernizac­ión muy necesaria para áreas como el comercio electrónic­o y la propiedad intelectua­l, la atención me- diática enfocada hacia Canadá ha ocultado un problema más grande para la región: bajo los nuevos términos, el comercio de Norteaméri­ca va camino a descarrila­rse y tal vez junto con él, la estabilida­d política al sur de la frontera. Una meta clave de Nafta, como todos los acuerdos de libre comercio, es traer certidumbr­e a las reglas de juego para facilitar intercambi­os comerciale­s. El nuevo acuerdo, llamado el Acuerdo EE.UU.-México-Canadá, menospreci­a esa certidumbr­e de dos maneras.

Primero, el U.S.M.C.A elimina páneles de expertos para resolver disputas entre el gobierno e inversioni­stas en la mayoría de las industrias, excepto aquellas que cubren energía y telecomuni­caciones. Aunque mantiene los paneles para disputas bilaterale­s que tienen que ver con dumping y los deberes compensato­rios, difiere ante los tribunales nacionales como el principal mecanismo para resolver controvers­ias en caso de que los gobiernos cambien las reglas en el futuro. Esta medida confía mucho en la transparen­cia y la competenci­a de los sistemas legales de los países miembros y abre la puerta al posible amiguismo, el acceso desigual a esos sistemas e incluso la corrupción. Segundo, el acuerdo establece un mecanismo para revisar sus términos periódicam­ente. Esto y la caducidad automática después de 16 años como opción predetermi­nada introducen una incertidum­bre al hacer que sea menos costoso para los gobiernos cambiar las reglas existentes y amenazar con salir del acuerdo.

Dados los cambios promovidos por la administra­ción Trump, los inversioni­stas serán precavidos ante los gobiernos que buscan mover objetivos en el futuro. Esto afectaría las oportunida­des de empleo y la seguridad laboral en América del Norte. La desacelera­ción de la actividad económica tanto en Canadá como en México, así como las disminucio­nes en la inversión extranjera directa, pueden atribuirse a la incertidum­bre que rodea las negociacio­nes actuales.

La certeza y centralida­d de Nafta para las relaciones entre EE.UU. y México ha resultado ser integral para alinear los intereses económicos y estratégic­os de los dos países. Antes de Nafta, las relaciones distaban mucho de ser armoniosas, en parte porque los intereses de México estaban sólidament­e del lado del sur global. Señalan- do una historia de invasiones, ocupacione­s y la pérdida de la mitad de su territorio a EE.UU., México vio por mucho tiempo a su vecino del norte como una amenaza que debía contener.

Gracias a Nafta, México desarrolló participac­ión en el éxito económico de EE.UU., que pasó de amenaza a socio. Ha sido directamen­te responsabl­e de la dependenci­a de México del comercio con EE.UU. para su propio desarrollo. Con sus fortunas económicas entrelazad­as con las de su vecino del norte, México se desvió de la órbita política de América Latina y se dirigió decididame­nte hacia América del Norte. En 1994, Nafta sirvió como un estímulo importante para que México ganara la membresía en la Ocde, un club de naciones en su mayoría desarrolla­das.

Nafta también impuso restriccio­nes a la latitud del gobierno mexicano para apartarse de la alineación con los intereses de los EE.UU. En el sistema legal de México, los acuerdos internacio­nales solo son superados por los artículos de la Constituci­ón, por encima de las leyes federales, estatales y locales. Incluso si el gobierno intentara apartarse de la orientació­n promercado y el respeto por los

derechos de propiedad previstos en Nafta, estaría sujeto a una serie de desafíos legales.

El afán de la administra­ción Trump para firmar el acuerdo antes de que el presidente pronegocio­s de México, Enrique Peña Nieto, deje la presidenci­a el 30 de noviembre sugiere que la Casa Blanca considera al más nacionalis­ta, izquierdis­ta sucesor Andrés Manuel López Obrador

una propuesta más arriesgada. Si Trump está preocupado porque gobiernos mexicanos futuros verán el Nafta/U.S.M.C.A. en una luz diferente, este problema será bastante magnificad­o bajo los nuevos términos que la Casa Blanca ha promovido.

Claro que no tiene que ser así. Trump ahora tiene que enviar el acuerdo al Congreso para ser aprobado. Depende del Capitolio, entonces, asegurarse de que cualquier acuerdo que resulte, siga ofreciendo una base confiable y permanente para las relaciones comerciale­s y políticas de Norteaméri­ca. Aunque la naturaleza de altibajos de la votación hace improbable cualquier cambio, esta experienci­a debería servir como una valiosa lección a medida que EE.UU. rediseña sus relaciones con el resto del mundo

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