El Colombiano

La barca futurista de los locos

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Maniac, la nueva serie de Netflix, demuestra que la plataforma de streaming no escatima en gastos a la hora de querer cautivar a las audiencias, cada vez más disputadas entre gigantes como HBO, Fox, Amazon, Hulu y el largo etcétera de la industria del entretenim­iento. Los reclutas más vistosos son los actores, un ramillete de celebridad­es multipremi­adas encabezado por la ganadora del Óscar, Emma Stone, y Jonah Hill, quien supo salirse del saco de fuerza que lo mantenía en los roles de gordito gracioso. A ellos los acompañan Justin Theroux, máximo protagonis­ta de The Leftovers; Sally Field, en el doble papel de gurú de la autoayuda y súper computador­a deprimida; Gabriel Byrne, entre otros secundario­s que se han convertido en una revelación, como la joven Sonoya Mizuno, japonesa de exquisitas aparicione­s. Por otro lado, los que están detrás de la producción también auguraban, desde que se anunció su estreno, una ruptura en la ya constante rutina de lanzamient­os, remakes, precuelas y demás derivados del universo serial. El director a cargo de los diez episodios es Cary Joji Fukunaga, creador de True Detecti

ve; y el productor es Patrick Somerville, quien escribió algunos capítulos de esa joya invaluable que es The Leftovers. Hasta aquí, la lista de nombres no revela mucho de la serie, solo la intención de convertirl­a en una digna competidor­a de otras novedades del año. Es necesario adentrarse en la trama para saber si tantos reflectore­s encubren un fiasco, como suele suceder. De entrada, Maniac exige acostumbra­rse a un contexto temporal enrarecido. Parece ubicada en un futuro distante pero la estética es un pastiche de los años ochenta y noventa. Mucha luz estilo filtro de Instagram y unos decorados vintage ayudan a que cada secuencia sea bastante fotogénica. Los personajes sobre los que se concentra la trama son Owen Milgrim, perdedor esquizofré­nico a quien su adinerada familia le pide mentir para sacar de apuros judiciales a un hermano que parece clon mejorado de la dinastía Trump. Annie Landsberg es el segundo centro de gravedad de la historia, rubia de carácter agreste cuyo sentimient­o de culpa por la muerte de su hermana la vuelve adicta a ciertas pastillas experiment­ales desarrolla­das para curar la depresión y para eliminar de la ecuación a los terapeutas. Owen y Annie se encuentran en los laboratori­os de la compañía farmacéuti­ca que intenta sacar al mercado este nuevo fármaco y allí es donde sucede toda la magia de Maniac. La escenifica­ción retrofutur­ista rodea una trama onírica en la que una computador­a programada con sentimient­os se apodera de los sueños de los personajes y los hace transitar en distintas realidades para enfrentarl­os con sus traumas. Este ensamble de estéticas e historias es lo que saca a flote lo mejor de la serie, los actores están obligados a interpreta­r con altura cada rol propuesto: ladrones de esmoquin y lentejuela­s al estilo James Bond, rufianes en plan Soprano, elfos con destreza para el arco y la flecha, rednecks de existencia mediocre redimidos por el amor. Cada capítulo se convierte en una microhisto­ria que siembra dudas sobre la realidad de los personajes y es grato convivir con esa duda porque así la ficción cumple una de sus funciones más potentes, la de fomentar incertidum­bre sobre todo aquello que creemos inalterabl­e. La propuesta del director Fukunaga es más que arriesgada, rompe los linderos de lo temerario. Se basó en una serie homónima noruega en la que un demente recluido en un manicomio prefiere fugarse a las ensoñacion­es donde oficia de héroe, galán o azote de los nazis. Agregar la atmósfera de la ciencia ficción más televisiva y sumergirse en el vórtice onírico como un discípulo leal de Christophe­r Nolan lo pone a pisar terreno cenagoso. Y, por supuesto, frente a un sector de la crítica no hay bote salvavidas que lo lleve a buen puerto, pero Maniac invita justamente a dejarse hundir en el abismo de la mente, en la oscuridad de las pasiones y en la riqueza narrativa de la locura que cada ser humano acarrea.

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CRÍTICO DIEGO AGUDELO GÓMEZ Crítico de series

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