Desigualdad, tan campante como en los 80
El codirector del Banco de la República, José Antonio Ocampo habló sobre su visión del país, la política económica y la academia.
El codirector del Banco de la República, José Antonio Ocampo, considera que hoy a la agricultura le va mejor que a la industria. Lea más de la visión económica y política que tiene del país.
Que le digan profesor es una de las cosas que más le gusta. Con 65 años, José Antonio Ocampo siente mucha satisfacción cuando alguien lo reconoce como autor de alguno de sus más de 40 libros.
Es enfático cuando dice que “no se puede entender la economía sin la historia”. Su producción académica nunca se ha detenido, aún cuando ocupó cargos frenéticos como director del Departamento Nacional de Planeación (DNP), ministro de Agricultura y de Hacienda. Un gusto que es posible porque se levanta todos los días cuando aún no amanece. En su reconocida obra académica se encuentran publicaciones sobre historia económica del país y Latinoamérica, teoría macroeconómica, economía internacional, política económica, fiscal, agrícola y de comercio exterior. Recientemente publicó un libro sobre la arquitectura financiera internacional.
Hace cerca de un año y medio retornó a Colombia como codirector del Banco de la República (BR). Para él significa volver a la política económica, esta vez desde lo monetario, pero siempre con temas de investigación en marcha. Un proyecto muy especial para él es rehacer, esta vez en solitario, “Historia Económica de Colombia”, con el cual obtuvo el premio Alejandro Ángel Escobar. Para ese propósito está reconstruyendo el PIB colombiano desde principios del siglo XX hasta 1960.
Ocampo hace parte de la élite de economistas; una historia que empezó cuando logró codearse con grandes figuras debido a su conexión con el cubano Carlos Diaz-Alejandro, su profesor y mentor en la Universidad de Yale. Las amistades producto de su relación fueron heredadas; después de la muerte temprana de Diaz-Alejandro varios de sus amigos lo adoptaron: Lance Taylor, del New Shool for Social Research, Gerald Helleiner, de Toronto y Rosemary Thorp, de Oxford. Su experiencia ayuda a comprender cómo va la economía colombiana.
Estuvo por fuera del país cerca de 20 años, ¿cómo ha visto la economía colombiana?
“El nivel de vida aumentó, los indicadores de pobreza, disminuyeron. Hoy hay más cobertura en educación, salud y servicios públicos. En otras dimensiones no avanzamos y en algunas retrocedimos. No avanzamos en desigualdad. Durante la administración de Juan manuel Santos hubo alguna mejoría, pero se dio después de un período de deterioro. Posiblemente, hoy estamos peor que a comienzos de los años ochenta.
En informalidad laboral avanzamos poco; la mejoría que no compensa el alto nivel que se tiene. Hoy la informalidad urbana es un poco menos de 50% y la rural es más del 80%, y sigue campante en la forma de hacer negocios.
Hemos retrocedido en estructura económica, el país estaba más diversificado en los años setenta. La desindustrialización ha sido costosa, a largo plazo. La diversificación agrícola se ha reducido. En los últimos 25 años el único producto exportable nuevo es la palma africana, algo en frutas y piscicultura. En los niveles de productividad se avanzó más en la época de industrialización que después. Hoy, se condena en los debates económicos la etapa de la industrialización, pero no muchos de los resultados de esta etapa de apertura económica”.
¿Cómo superar las dificultades?
“La desigualdad, con políticas tributarias y de gasto público redistributivas. Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) mostró que en impuestos el porcentaje que paga el 10% más rico de la población colombiana es el más bajo de la región. Claro está, hay una parte de ese impuesto que se paga a través de las sociedades. De otro lado, mucho gasto público no llega a los menos favorecidos.
Sería bueno compararnos con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) en materia de la redistribución de nuestras políticas fiscales y de gasto público. Incluso en términos de niveles estamos mal. En recaudo estamos en la mitad de un país promedio de la Ocde. Otro aspecto es que necesitamos políticas de desarrollo productivo y no solo para la industria. Hay sectores que se deben promover como los de alto conocimiento y aquellos que permitan reducir la informalidad, que incorporen mano de obra informal a la economía formal. En la ruralidad, eso es esencial”.
¿Y cómo ve a la agricultura y a la industria?
“La agricultura creció bien el año pasado y en este va a buen ritmo. Eso se da después de un período largo de bajo crecimiento. La agricultura no es un sector dinámico, pero está mejor que la manufactura donde se ha vivido un verdadero desastre en los últimos diez años”.
¿Qué pasa con la industria?
“Acá cumplimos muy bien el mandato de acabar todas las políticas industriales....<<que la mejor política industrial es no tener ninguna política industrial>>. Algo se ha hecho a través de las políticas de competitividad y de transformación productiva, pero en una escala muy pequeña. La única apuesta grande para diversificar, y esto es muy controversial, es Reficar, que en el mediano plazo va a permitir avanzar en la cadena petroquímica. En otros sectores hay muy poco; por ejemplo, el sector automotriz, y autopartes, siempre está al borde de la extinción. Incluso hay sorpresas, como la industria química que ha crecido por la calidad de los empresarios y no por una política deliberada. Y así se podría hablar de muchos sectores tradicionales que han perdido la capacidad de crecer. Además del desmantelamiento de las políticas productivas (algo queda en agricultura), la postración de la industria y la debilidad de la agricultura tienen que ver con los largos períodos de fuerte sobrevaluación del peso por los auges petroleros (2004-2014). No menos importante la ausencia de una gran política de integración, sobre todo teniendo en cuenta que somos exportadores de manufactura a los países latinoamericanos. Colombia le ha apostado recientemente a la Alianza del Pacífico, con algunos efectos po- sitivos; pero hay una gran pregunta: ¿Cuál es realmente la visión de Colombia acerca de la integración latinoamericana?”.
¿Y qué piensa de no firmar más tratados de libre comercio?
“Me parece acertado porque hay muchos. Como dice el ministro de Comercio, Industria y Turismo, José Manuel Restrepo, la prioridad es aprovechar los actuales. Pienso que tampoco somos conscientes de cómo vamos a manejar los costos de algunos. Por ejemplo, cuando hicimos la Misión Rural, el DNP hizo un análisis de los efectos de los TLC con Estados Unidos y la UE sobre el sector agrícola: había servido para diversificar las importaciones colombianas y muy poco para diversificar las exportaciones.”
¿La guerra comercial nos va a afectar?
“No directamente, salvo por los aranceles a productos de acero y aluminio que nos puso EE.UU. Pero indirectamente sí, como mercado para productos que China no puede exportar a ese país y para productos que EE.UU. no podrá exportar a China y a otros países que han respondido a sus medidas proteccionistas”.
¿El café tiene futuro?
“En café siempre competiremos con países de bajos salarios. En Colombia, las regiones con salarios más moderados tienen mayor posibilidad de competir. No en vano la producción se ha desplazado a esas regiones. Lo positivo, y es un cambio importante en la política cafetera, es el desarrollo de los cafés de calidad, en eso hay futuro y es un nicho importante, con empresas internacionales interesadas en el café colombiano”.
Importante esos análisis sobre la economía,
vamos a la formación, ¿cuáles son los libros que un estudiante de Economía debería leer?
“Hoy, cuando enseño, una de las cosas que me impresiona es la falta de lectura de los clásicos. Yo diría, como keynesiano, fundamental para un economista leer “La teoría general”, de John Maynard Keynes. En desarrollo se debería leer a Albert Otto Hirschman, en particular, su libro “La estrategia de desarrollo económico”. Incluso “La teoría del desarrollo económico” de Joseph Alois Schumpeter para entender el cambio estructural, y “El Capital”, en especial el tomo I la obra maestra de Marx, más para entender la historia económica. La literatura contemporánea es más de ensayos y artículos que de libros. Para mi formación fue fundamental Lance Taylor, el gran macroeconomista estructuralista, que es mi tendencia en economía” (ver Personajes).
¿Y un autor colombiano?
“Tengo un gran respeto por los historiadores, por ejemplo, por Jaime Jaramillo, Germán Colmena- res el especialista en la Colonia, Jorge Orlando Melo que acaba de sacar su Historia Mínima, que es una gran obra. A lo largo de la vida he interactuado con muchos otros como “Chucho” Bejarano y Salomón Kalmanovitz. En economía pienso que el libro de Miguel Urrutia llamado “Historia del Sindicalismo” es un gran trabajo. También algunos textos de Guillermo Perry y de mi antiguo estudiante Leonardo Villar”.
¿Cómo ve la formación de los economistas jóvenes colombianos?
“Hay mucho avance. Una de las cosas positivas es que hay más escuelas de primer nivel. Siempre añoro, cuando doy clases, la formación en autores más clásicos. La historia ha perdido un poco, pero de todas maneras siempre hay economistas haciendo historia. Hay menos que en los años setenta y ochenta, cuando yo regresé del doctorado en 1976 había un verdadero “boom” de historia económica. Después se enfrió”.
¿Y usted es el último estructuralista al estilo de la Cepal?
“No. El estructuralismo está vivo. Más aún, yo creo que hay dos cosas interesantes en las tendencias recientes. El hecho de que hay muchas otras escuelas que tienen ideas similares al estructuralismo y que están bastante vivitas. Las de economía industrial, con el papel que dan a la diversificación productiva hacia ramas de mayor conocimiento tecnológico y el papel que eso tiene en el crecimiento económico. Son escuelas más ortodoxas, pero tienen el mismo mensaje básico. Dicho sea de paso, tuve un gran profesor en esos temas el economista argentino Jorge Katz que trabajó conmigo.
Después de la crisis de 2007 y 2008, en macroeconomía se ha vuelto a visiones de intervención. Yo me considero un keynesiano-estructuralista y como tal tengo una obsesión por moderar los ciclos económicos, por las políticas anticíclicas. Precisamente, me ha sorprendido encontrar que algunas visiones ortodoxas plantean hoy la necesidad de evitar los riesgos financieros de las bonanzas, la necesidad de restringir los auges financieros y de regular los flujos de capitales”