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Brasil elige hoy a su presidente, entre los extremos políticos.
En la medida en que estamos al final de la corrida todo indica que la decisión del elector se dará por dos extremos: de un lado, un discurso ultraderecha nacionalista con mano dura para combatir la violencia y la corrupción y recuperar los valores de la familia tradicional, y, del otro, el regreso del PT que vende en su slogan un Brasil feliz de nuevo, en medio de los escándalos de corrupción. Con el aumento de la intención de voto de Bolsonaro durante el tiempo que estuvo hospitalizado, el autodesignado mito se ha convertido en un verdadero mito-fantasma que gana electores sin hacer campaña. En la última encuesta aumentó once puntos porcentuales, de 24% al 35% de las intenciones de voto, abriendo una diferencia significativa con Haddad, su principal rival. Los demás candidatos oscilan entre el 8% y el 2% de la intención de voto. Estas elecciones son particularmente atípicas, pues a diferencia de las últimas cuatro, en las que la rivalidad entre PT y PSDB (partido del expresidente Fernando Henrique Cardoso), se expresaba en debates de propuestas y proyectos políticos, ahora candidatos y electores invierten su tiempo en defensa de lo que rechazan. El electorado brasileño cayó presa de sus emociones y se cerraron los espacios para un debate razonable. La campaña quedó atrapada en un pelea de amigo-enemigo, sin haber entrado siquiera en una discusión de fondo de cómo salir de la crisis económica e instabilidad política que azota el país. Hay un sentimiento de intolerancia hacia movimientos de izquierda y una necesidad de limpiar el sistema de ideologías dañinas, con un nacionalismo mezclado con un populismo de derecha que gana fuerza.