El Colombiano

FINAL DE PARTIDA

- Por RUDOLF HOMMES rhommesr@hotmail.com

El mes pasado cumplí 24 años de escribir regularmen­te dos columnas semanales, una para los principale­s diarios regionales y otra para El Tiempo de Bogotá. Por la necesidad de atender otro proyecto que requiere mi dedicación, he decidido suspender ese compromiso semanal. Esto no quita que pueda escribir ocasionalm­ente sobre temas que me interesan o me sugieran estos diarios que me han acogido durante tanto tiempo.

No he hecho un balance de esta experienci­a porque no me queda duda de que ha sido grata y permanente­mente desafiante. Me ha sorprendid­o sin embargo la soledad en la que transcurre esta actividad. Son muy pocos los comentario­s buenos o malos que uno obtiene. Si creí alguna vez que podría tener algún impacto, muy pronto me di cuenta de lo contrario, pero he tenido voz, y eso ha sido suficiente estímulo. En política, acompañé a Ál

varo Uribe en el empalme y durante su primer año de gobierno. Después me entusiasmó la Ola Verde y estuve con Mockus. Respaldé a Enrique Peñalosa para la alcaldía de Bogotá. Todavía espero resultados, pero temo por las palomitas y los árboles. Para la reelección de Juan Manuel Santos escribí y voté a favor de la paz, y fui relativame­nte afín a su segunda administra­ción, sin entender cómo o por qué flaquearon en la ejecución de los acuerdos y en la toma de control de territorio­s devueltos por las Farc. En la última campaña presidenci­al fui un activo opositor a Duque por seguir convencido de la necesidad de no perder la oportunida­d de vivir en paz en Colombia.

Aunque inicialmen­te me sorprendió la aparente moderación del presidente, no he podido desechar la hipótesis de que lo que dice y suena conciliado­r es una manera de hablar para dejar al interlocut­or sin palabras. Si uno está a favor de la paz, dice que todos los colombiano­s lo estamos y que él también está comprometi­do, pero que le quiere hacer unas modificaci­ones para que concuerde con su defini--

ción de legalidad, de impunidad y de justicia, de tal manera que al final no es la paz lo que va a buscar, sino su paz. La reforma tributaria se ha convertido en ley de financiaci­ón, y “el pacto por Colombia por la equidad” es un pacto de “yo con yo”, sin interlocut­ores.

En estos 24 años me he obsesionad­o por unos temas que muchos colombiano­s no comparten, por ejemplo, el TLC y la paz. Personas muy cercanas me dijeron después de la elección presidenci­al que aprovechar­a para no volver a escribir sobre la paz, y a alguien le regalé el libro “Audacia de una Paz Imperfecta”, y lo recibió con risa nerviosa.

Persisto en la importanci­a y la necesidad de crecer más rápidament­e y en la idea de que el desarrollo del campo puede ser la fórmula más expedita para lograrlo. Creo en la necesidad de aumentar los impuestos de los más ricos y devolver los de los pobres. Insisto en que el Estado colombiano es improducti­vo y corrupto. Pero lo que más me preocupa es percibir que están desbaratan­do la paz, creando la expectativ­a de que van a cambiar la JEP, para asustar a los miembros de las Farc con la posibilida­d de que no la van a dejar operar, y detener el tránsito voluntario de militares a someterse a esa jurisdicci­ón que es la que mejores garantías les ofrece. Me despido dando las gracias y temiendo por la paz

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