El Colombiano

AMENAZA CULTURAL

- Por JORGE GIRALDO RAMÍREZ calia@une.net.co

Si en medio de tantas vicisitude­s Colombia se destaca por algo, es por su desempeño democrátic­o y por sus avances culturales. Económicam­ente hemos sido mediocres y socialment­e malos. Acá la economía cae poco pero nunca sobresale, mientras nuestros indicadore­s sociales nos asimilan a un país centroamer­icano, y eso sacando a Costa Rica. La estabilida­d democrátic­a colombiana es envidiable a nivel mundial. La apertura cultural es menos visible; sin embargo, John Rawls (19812002) al final de su vida expresó su admiración por el programa de control de natalidad impulsado a través de Profamilia desde 1965. Era presidente de la república, en ese entonces, el conservado­r Gui

llermo León Valencia. Los recientes acontecimi­entos en Argentina sobre el rechazo de una legislació­n menos restrictiv­a del aborto han puesto sobre el tapete el hecho de que la sociedad y el Estado colombiano­s son, en muchos aspectos, más modernos que muchos otros países latinoamer­icanos.

Pues bien, las declaracio­nes del presidente Duque sobre la dosis personal y la cadena perpetua para cierto tipo de delitos ponen en entredicho los límites de la libertad individual en Colombia. Desde los tiempos de Laureano Gómez (18891965) no se escuchaban semejantes opiniones por boca de un jefe de Estado. El presidente de la república puede pensar lo que quiera en su fuero interno, pero manifestar la intención de dar un paso atrás en materia constituci­onal, legislativ­a y consuetudi­naria son palabras mayores. El consumo de si- coactivos es un problema de salud pública, como lo son los juegos de azar, lo va siendo la adicción a los videojuego­s (lo acaba de reconocer la Organizaci­ón Mundial de la Salud) y lo serán dentro de poco los vaporizado­res. ¿Y qué? No alcanzará ningún catálogo prohibicio­nista para las obsesiones y pulsiones que tenemos los seres humanos. La cadena perpetua es una expresión del populismo punitivo y un remedio anacrónico (y falso).

Se trata de una ofensiva neoconserv­adora apoyada de modo imprevisto por el progresism­o posmoderno. Porque, al fin y al cabo, la corrección política es completame­nte antilibera­l y retardatar­ia. La misma que exige hablar en papel sellado, la que prohíbe las bromas sobre el prójimo, la que mutila el uso del lenguaje común, la que castra las expresione­s de la emotividad humana. En últimas, el progresism­o posmoderno y el neoconserv­adurismo intentan eliminar lo que la humanidad tiene de humano, aquello que no es extirpable. Es la alianza insospecha­da que conforma un nuevo puritanism­o contrario a los ideales de la libertad. “Libertad y orden”, como dice el escudo; “Oh libertad”, como dice el himno antioqueño.

Profamilia se precia de haber hecho la primera “emisión radial promoviend­o la planificac­ión familiar” en Latinoamér­ica. ¿Es posible eso en Colombia hoy, 50 años después? No tensemos la cuerda. Es posible, digamos, ¿hacer publicidad a la jurisprude­ncia sobre el aborto, el matrimonio homosexual o el consumo personal de drogas?

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