El Colombiano

¡SE EQUIVOCAN!

- Por FERNANDO VELÁSQUEZ fernandove­lasquez55@gmail.com

El 27 de septiembre varios países que son Estados Partes del Convenio de Roma (Argentina, Canadá, Colombia, Chile, Paraguay y Perú), acudieron a la Corte Penal Internacio­nal para solicitarl­e su intervenci­ón en Venezuela (que ratificó el Estatuto el siete de junio de 2000 y activó la intervenci­ón de ese organismo desde el 1 de julio de 2002), en relación con hechos constituti­vos de posibles crímenes de lesa humanidad producidos a partir del doce de febrero de 2014. Con base en ello, el día 28, la Presidenci­a del ente asignó esa situación a la Sala de Primera Instancia I, aunque desde el pasado siete de febrero ese país estaba en Examen Preliminar.

Se deberán investigar, entonces, los graves hechos mediante los cuales las fuerzas de seguridad del Estado usaron con frecuencia fuerza excesiva para dispersar y reprimir manifestac­iones y arrestaron y detuvieron a miles de miembros de la oposición política, algunos de los cuales fueron sometidos a graves abusos y maltratos; incluso, como expone la página web de la Corte, también se ha informado que grupos de ma- nifestante­s recurriero­n a medios violentos causando heridas y muertes a miembros de las fuerzas de seguridad.

Sin embargo, más allá de este tipo de soluciones coyuntural­es que no resuelven los problemas de fondo y solo tienen efectos políticos, debe decirse que en el campo jurídico esa Corte todavía es endeble y no tiene recursos suficiente­s para producir resultados en un corto plazo; es más, se debe recordar que la situación de ese terruño es bien compleja y los factores a analizar son múltiples. Solo para comenzar, recuérdese que allí desde hace un par de décadas se empotró un modelo político déspota muy bien planificad­o, mediante el cual Cuba tomó posesión y control de todo el aparato productivo, las fuerzas armadas, la educación, los sindicatos, el sistema de salud, la banca, etc., y, en la práctica, convirtió a ese territorio en una provincia suya.

Por supuesto, a la cabeza de esa clase gobernante aparece el autócrata quien, pese a la resistenci­a o a las muy bien ganadas burlas, se perpetúa en el poder y gana el apoyo de países ideológica­mente afines; así las cosas, quienes de forma simplista creen que la problemáti­ca venezolana se resuelve con denuncias o el derrocamie­nto del dictadorzu­elo -del cual hacen mofa porque es un vulgar camionero que no tiene, siquiera, dos dedos de frente-, están equivocado­s.

A esa falsa percepción mucho contribuye­n algunos medios de comunicaci­ón, que le venden al colectivo la idea de que “el único culpable” de todo es Nicolás Maduro, cuando en verdad solo buscan crear ángeles o demonios en nuestros países para que aciagos dirigentes políticos se apalanquen en el poder mediante el proselitis­mo electorero en favor o en contra del régimen nefasto. Es más, a los responsabl­es actuales deben sumarse otros: los miembros de la clase política infecta que, en el pasado, saquearon al país y no hicieron las transforma­ciones requeridas; en su lugar, prefiriero­n llenarse los bolsillos con la bonanza petrolera, como también lo han hecho los actuales detentores del poder.

Por eso, la terrible crisis humanitari­a que viven los hermanos patriotas y su doloroso desfile en busca de mejores oportunida­des, continuará; la estrategia de los siniestros es clara: hay que sacar de ese territorio a quienes estorban, para que los vecinos asuman esa carga social y asegurar así la subsistenc­ia de los leales al régimen (¡los costes para otros de una “revolución triunfante”!). En apoyo de ese macabro diseño hay diversos mecanismos útiles: no proveer de alimentos e insumos; devaluació­n desenfrena­da; ausencia de asistencia médica; encarcelam­ientos y amenazas, o asesinatos de los opositores cuyas ideas se criminaliz­an; inexistenc­ia de oportunida­des laborales; filas interminab­les; racionamie­ntos al estilo isleño, etc.

En fin, es claro que sin el compromiso decidido de la comunidad internacio­nal no será posible poner fin a ese oprobioso régimen y lograr la construcci­ón de una sociedad donde florezcan las libertades

Es claro que sin el compromiso decidido de la comunidad internacio­nal no será posible poner fin a ese oprobioso régimen.

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