El Colombiano

ABSTINENCI­A

- Por CRISTINA MANZANO redaccion@elcolombia­no.com.co

El día que cobró conciencia de lo que había hecho, Justin Rosenstein decidió dejarlo todo. ¿Su pecado? Haber creado uno de los inventos más revolucion­arios del siglo XXI; el botón del Me gusta de Facebook. Algo en apariencia inocuo, pero que activa al máximo un mecanismo psicológic­o que de la manera más sencilla produce satisfacci­ón sin compromiso, lo que a su vez desencaden­a toda una dinámica de dependenci­a y manipulaci­ón hasta hace poco impensable.

Rosenstein es solo uno más de los frikis reconverti­dos en abstemios tecnológic­os. Que sea otra prueba del esnobismo de Silicon Valley o arrepentim­iento genuino poco importa. Hay un movimiento cada vez mayor que alerta de los peligros de la adicción a la tecnología y su capacidad para penetrar en todos los resquicios de nuestras vidas.

En lo personal, junto a sus múltiples ventajas, la conexión permanente y las redes sociales han logrado que la atención se mute en distracció­n —con alteracion­es incluso en la forma en que aprendemos y retenemos informació­n— y está generando una dependenci­a que puede degenerar en enfermiza, literalmen­te. Según un reciente estudio, los españoles consultamo­s el móvil unas 150 veces al día; cada menos de diez minutos.

En lo público, han creado un espacio que, además de ampliar y democratiz­ar la conversaci­ón, permite sacar a relucir lo peor del ser humano, con comportami­entos inconcebib­les en la vida “real”. Un espacio de verdades difusas donde la interferen­cia y la manipulaci­ón campan a sus anchas con sus consecuenc­ias políticas.

En realidad, según el historiado­r británico Niall Ferguson en su último libro La plaza y

la torre, el poder de las redes ha existido siempre, aunque no le hayamos prestado suficiente atención. Ahora cambia la rapidez y el alcance de su in- fluencia. En una reciente visita a Madrid le preguntaro­n a Ferguson qué podemos hacer, como individuos, para preservar la libertad, y su respuesta fue: “Yo lo estoy dejando”. Él también. En boca de un intelectua­l público que ha alcanzado gran notoriedad en parte por las redes, sonaba como cuando los curas recomienda­n la abstinenci­a para evitar los embarazos.

Pero sí es necesario aprender a gestionar esta nueva realidad. Algunos límites están llegando por las políticas públicas, como la decisión de Francia de prohibir los móviles en las escuelas, o como las leyes que reconocen el derecho de los empleados a desconecta­rse fuera de su horario laboral, además de los esfuerzos por combatir las noticias falsas y la injerencia.

En otros casos, la desintoxic­ación llegará por iniciativa particular, ya sea por hartazgo, autoconten­ción o disciplina. Una encuesta en Estados Unidos revela que un 51 %, ante la desconfian­za hacia los medios, ha comenzado a contrastar la informació­n con diversas fuentes. Un ejercicio de responsabi­lidad.

La política del avestruz no suele funcionar. Entre la abstinenci­a y la dependenci­a seguiremos viendo cada vez más propuestas que nos ayuden a lidiar con un mundo hiperconec­tado

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